Enfermedades y falta de recursos le dificultan continuar con la labor que la llevó a prisión
Estuvo en la cárcel se 2005 a 2007, acusada de ser pollera
Padece diabetes e hipertensión
Necesita despensas y cobijas
Ha llegado a recibir hasta 50 centroamericanos en una noche
Lunes 12 de agosto de 2013, p. 31
Pedro Escobedo, Qro., 11 de agosto.
En 2005, María Concepción Moreno Arteaga, conocida como doña Concha o Conchi, estuvo en la cárcel acusada de tráfico de personas por dar refugio y alimento a centroamericanos que, camino a la frontera con Estados Unidos, bajaban del tren en la comunidad El Ahorcado, en este municipio.
Ocho años después, pide ayuda para atender a los migrantes que la buscan en su domicilio. Hasta 50 centroamericanos han pernoctado en el piso de tierra de su cocina. A veces no tengo ni para mí
, dice sentada en un viejo sillón, en el patio de su vivienda.
Moreno Arteaga fue encarcelada en el Centro de Inserción Social femenil de San José El Alto, Querétaro, el 9 de marzo de 2005, y sentenciada a seis años de prisión. El Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez asumió su defensa y salió libre en 2007.
Desde que salió de la cárcel, advirtió que no dejaría de ayudar a los migrantes que pasan por El Ahorcado. Hoy, hombres, mujeres, niños y familias completas arriban buscando a doña Concha.
Lamentó que sus vecinos de este comunidad de calles de terracería no ayuden a los centroamericanos que llegan pidiendo comida o ropa. Dijo que le sorprende que los migrantes lleguen a su domicilio, y cuándo les pregunta cómo saben de ella, la respuesta es: “La gente dice: vayan ahí, con doña Conchi”.
Desde hace 11 años ayuda a cuanto migrante arriba al pueblo. Las vías de tren están a unos metros de donde vive. Antes preparaba alimentos porque sabía que llegarían hambrientos. Sin embargo, ya no puede.
Indicó que antes sus cinco hijos la ayudaban económicamente y trabajaba planchando ropa o lavando ajeno. Hoy, a sus 54 años, padece diabetes e hipertensión, lo cual le impide realizar esos trabajos de manera cotidiana; además, sus hijos ya se casaron y no la apoyan con los gastos del hogar.
Actualmente un joven salvadoreño que se relacionó sentimentalmente con una de sus hijas la ayuda con alimentos y con los gastos de la casa. La pareja vive con ella, pero el dinero no alcanza.
De forma periódica llegan a su casa de dos a 10 migrantes de Honduras, Guatemala o El Salvador. En una ocasión tuvo hasta 50 personas en su choza y llegó uno más a rogar que le permitiera pasar la noche bajo un techo. Estaba lesionado de la pantorrilla derecha. El tren lo había arrastrado. Lo llevaron al médico, que le aplicó 40 puntos de sutura. Luego dijo a los demás: ‘Háganle un lugarcito donde se acomode”.
Ahora ella pide ayuda para brindar apoyo a los centroamericanos, sobre todo cobijas y despensa.
Su cocina de piso de tierra, es donde los migrantes pernoctan. También comparte parte del patio y el baño, de una de cuyas paredes cualga una lona de la campaña del ex candidato panista a la gubernatura Manuel González Valle.
Arteaga ha sido testigo de la transformación del fenómeno migratorio. Hace unos seis años sólo viajaban en los trenes hombres centroamericanos. A ellos se han sumado mujeres, y niños o familias completas.
También se entera de las detenciones que realiza la policía o el Instituto Nacional de Migración y lo lamenta. “Tanto trabajo que les da venirse, sin dinero y cómo sufren, para que luego los deporten.
Me da tristeza. A veces tengo para un cafecito, pero a veces no tengo ni qué darles. Mientras Dios me dé licencia de estar aquí, los voy a ayudar
.