Opinión
Ver día anteriorViernes 13 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Y el movimiento campesino?
C

olombia es sacudida por un movimiento campesino de dimensiones nacionales. El 19 de agosto estalló el paro nacional agrario en todo el país, al que luego se fueron sumando muy diversos sectores sociales: petroleros, mineros, transportistas, trabajadores de la salud, estudiantes. Se llegó a paralizar Bogotá el 29 de agosto y el gobierno de Santos respondió reprimiendo. Lo que demandan los campesinos colombianos es un cambio drástico en las políticas agrícolas: que se termine con la discriminación de los pequeños agricultores productores de alimentos, que se les dé acceso a la tierra, a los créditos, que se aminoren sus costos de producción y que se deje de apoyar a las grandes empresas trasnacionales, a los macroagricultores, que se revierta la concesión de amplias extensiones de tierra a grandes corporaciones extranjeras, que se suspendan los tratados de libre comercio que han provocado la quiebra de los pequeños y medianos agricultores, que se defiendan las semillas nativas y se dejen de promover las transgénicas. Es un amplio movimiento rural-popular que lucha por la agricultura campesina y la soberanía alimentaria de Colombia en contra del modelo agroexportador y extractivista.

Precisamente, leyendo este paro nacional agrario, así como las intensas movilizaciones magisteriales y de otros sectores sociales en México, se pregunta uno: ¿y el movimiento campesino en nuestro país? ¿Cómo ha reaccionado ante el nuevo gobierno que encabeza Peña Nieto y las reformas planteadas por éste?

Es indudable que en el espacio de las llamadas organizaciones campesinas nacionales hay reflujo y dispersión. Varias de ellas han aceptado sumarse al Pacto por México y andan buscando colgarse del mismo o realizar una versión campirana de este acuerdo cupular. La doble lógica que está detrás de esta intención es: uno, se logra más concertando que combatiendo y, dos, se puede arrancar una gran declaración de la nueva alianza gobierno-campesinos, que aunque no se traduzca en un cambio sustancial de la política agroalimentaria, sí reporte beneficios significativos para el sostenimiento de las organizaciones, sus liderazgos y algunas de sus bases de apoyo. Vendría a ser para la clase dirigente campesina lo que el Pacto por México para la partidocracia.

Hay otras organizaciones que no se han involucrado en esa lógica pactista y buscan de diversas formas reactivarse sin doblar sus banderas, sin declinar sus demandas por un cambio de modelo agroalimentario que incluya a la agricultura campesina y se oriente por construir la soberanía alimentaria de la nación y de sus comunidades. Sin embargo, debido a la dispersión de las propias organizaciones, a las diferencias políticas que hay entre ellas y la difícil situación que casi todas enfrentan en lo económico, no ha podido surgir una movilización fuerte, unitaria, contundente, cuestionadora del modelo agrícola de los neoliberales.

Pero esto no quiere decir que el campo esté inerte o pasivo. En el medio rural e incluso en el urbano florecen multitud de luchas que manifiestan una resistencia múltiple, diversa, desde abajo, no burocratizada, con organizaciones y liderazgos las más de las veces locales, que cuestionan no sólo el modelo productivo y comercial de la agricultura dominante, sino también la lógica ecológica y económica de la misma, su forma de relacionarse con la naturaleza y con las comunidades humanas.

Las causas van desde la defensa de los recursos naturales y el territorio contra el extractivismo de las empresas forestales y mineras y en contra de los grandes proyectos de presas. Pasan por la autodefensa comunitaria ante las agresiones de la delincuencia organizada y de las fuerzas del Estado que actúan como ella o en complicidad con ella. Atraviesan los esfuerzos de comunidades y poblaciones por cuidar sus bosques, aguas y suelos, y producir y comercializar de una manera alternativa, sana, justa. Llegan a las iniciativas por la defensa de las semillas nativas en contra de los transgénicos y por las propuestas de políticas para construir la soberanía alimentaria, cada vez más fundamentadas y teorizadas.

Los actores son también muy diversos: organizaciones locales, frentes de defensa regionales, policías comunitarias, cooperativas; comunidades indígenas, campesinos, académicos, investigadores, artistas, organizaciones no gubernamentales, colectivos como #YoSoy132. Las mujeres son cada vez más importantes no sólo como las bases de apoyo infaltables, sino como dirigentes e intelectuales.

Se trata de una resistencia al modelo dominante desde la diversidad y las más de las veces desde lo local. Viene a contradecir con sus luchas e iniciativas la verdad convencional de que existe el movimiento campesino y que éste encuentra su representación en la selva de siglas, logos y liderazgos ya conocidos de las organizaciones campesinas nacionales.

Sería inútil y contraproducente tratar de organizar desde arriba toda esta riqueza de movilizaciones. En la mayoría de ellas hay una gran reticencia al cupulismo, a la partidocracia y a los protagonismos de los mismos de siempre. Existe una enorme desconfianza a que la ley de hierro de la oligarquía vuelva a imperar y que, luego de una gran movilización nacional, unos cuantos se sienten a negociar privilegios para sus organizaciones, dejando intacta la política neoliberal.

El paro nacional agrario de Colombia es una fuente de inspiración para todas y todos quienes luchamos contra la apropiación mercantil de los alimentos, de la naturaleza y de las comunidades rurales, contra las políticas de fomento a la riqueza de un puñado de agricultores ricos y la entrega de la alimentación a las grandes corporaciones. En México existen las luchas, las fuerzas, las causas, los actores para emular a nuestros hermanos colombianos. Hace una decena de años compartimos con ellos nuestra experiencia de organización ante el TLCAN; ahora es momento de que bebamos de sus haceres y sus saberes y construyamos, desde abajo, ese gran movimiento campesino nacional por el que clama nuestro campo para ser rescatado como espacio de producción, convivencia y cultura. Ese movimiento campesino combativo, creativo y desburocratizado que no llega.