Opinión
Ver día anteriorViernes 13 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Lenguaje gestual perdido
N

ací con la escritura que me inscribió mi madre generadora del disfrute que nos vuelve ilusoriamente un cuerpo. Tu escritura y la mía en busca del eco más fiel: ¿Cómo? dejando de ser, para dar lugar a esa columna vacía que abre el yo a través de un desdoblamiento en que soy tú y al mismo tiempo yo; tú eres yo y al mismo tiempo tú: horadados por el centro y reflejados en él, de tal forma que nuestros yos dejan de ser una unidad desdoblada en cuerpo y lenguaje. Una significación corporal: unificados y desfasados en el mismo movimiento, del espacio mágico del teatro de la mente (el de Antonin Artaud y Julia Kristeva).

Escritura para recobrar aquello cuya falta permite decir cuerpo no verbalmente al disfrute a fuerza de estar, abandonados, dejando ser, borrados, en los márgenes y realizar esa separación en nosotros y nunca alcanzarnos. Tensión doblemente orientada: hacia mí y hacia ti que te das en el momento estelar de la unión. Límite del fenómeno yo, único capaz de excederlo, anularlo y descomponerlo para poder tornarlo infinito en una representación dramática, en que nuestra relación es teatro de la muerte, corrida de toros, en que se representa mi yo y el tuyo, que se multiplican, se convierten en actores y, al mismo tiempo, exijo y exiges, te conviertes y me convierto en espectadores y amantes reales. ¿Qué es eso?, comprendidos y representados, como una de las partes no privilegiadas de la escenografía.

Suma de dos cuerpos en acción brutal y simultánea, en que no puedo tocar más que de improviso un punto ardiente, perforante en el cenit del espacio del encuentro del que tenemos que separarnos y volver a reunirnos automáticamente para ser espectadores y regresar al borramiento.

Somos espectadores de una escritura previa a la poesía, que se oye y se dice y en que la palabra no ha nacido, y la articulación es ya el grito, pero no es el discurso, por ejemplo, el jipió del cante jaudo, el jazz.

Escritura que se transcribe desde mi butaca mental de espectador, me perfora, desdobla y recobra un conjunto doble de ti y de mí en el juego que producimos mutuamente: una vida doblada por nuestros yos desdoblados. Donde los roles sociales desaparecen y la identidad se pierde, y voy en busca de lo perdido de ti, réplica de mi primera pérdida y regreso a la actuación que nos impide el desdoblamiento total, la escisión melancólica de la esquizofrenia total, que es la muerte.

Escritura pasional inscrita en un contrato mental inspirado diabólicamente, no para dividirnos, sino para multiplicar las fisuras en movimientos que van más allá del cuerpo y de la contemplación desde nosotros, espectadores, en un eje vacío que nos atraviesa, diferenciándonos sin hendirnos. Lo que explica, los alejamientos, ya que no estamos del otro lado, sino aquí infligiéndonos nuestro propio desbordamiento que requiere de ausencia para su elaboración, antes de regresar a ese teatro mental en que somos actores y espectadores de nosotros mismos, hasta ese infinito que es la busca de las huellas descritas por Jacques Derrida, sin origen, como don mortuorio, donde no hay de un lado tú y del otro yo, sino sólo la escena por un lado falsa y desmesurada yn sin embargo, verdadera e inevitable, reducida e inscrita desde el yo hasta el final.