Willivaldo Delgadillo habla de su novela más reciente, La muerte de la tatuadora
Más que retratar, la escritura nos permite comprender
La actualidad del país se aborda desde miradas como el periodismo y la fotografía, dice
En Ciudad Juárez hay gran vitalidad creativa y la capacidad de invención de su sociedad nos ayuda a sobrevivir a esta nube oscura que se plantó durante el sexenio de Calderón y sigue todavía, señala
Miércoles 25 de septiembre de 2013, p. 4
Aunque la violencia forma parte de La muerte de la tatuadora, la nueva novela de Willivaldo Delgadillo (Los Ángeles, 1960), no es el tema central.
El relato, publicado por Samsara, es una reflexión sobre el duelo, esa nube oscura que se plantó sobre México durante el sexenio de Felipe Calderón.
Así lo explica el autor, quien desde muy pequeño radica en Ciudad Juárez, Chihuahua.
“La situación por la que pasa el país se está abordando a través de muchas miradas, todas válidas: la crónica, el periodismo, la fotografía o la literatura realista, la cual tiene sus posibilidades y limitaciones. La muerte de la tatuadora –que fue presentada hace unos días en la galería Rubin Center de la Universidad de El Paso, Texas–,
El ganador del Premio Chihuahua de Literatura 1995 añade que cuando algunas personas se enteran que él es un escritor de Ciudad Juárez, de inmediato piensan que en su obra hay referencias explícitas a las situaciones de violencia e inseguridad: Son inferencias inevitables, pues los ojos de la opinión pública están puestos en la zona
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O por el contrario, añade, creen que ahí no hay arte ni literatura ni reflexión, que somos incapaces de inventar, de comprender lo que ocurre, pero precisamente la capacidad de invención de la sociedad juarense es la que nos ha permitido sobrevivir a esta nube oscura que se plantó durante el sexenio de Calderón y que sigue todavía. En Ciudad Juárez hay una gran vitalidad creativa
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Por interpelar a los lectores
De ese panorama emerge La muerte de la tatuadora, que en 99 páginas “experimenta con diversos tipos de lenguaje, no necesariamente con palabras distintas, sino utilizando el lenguaje de las artes visuales, del tatuaje, la política, es decir, desde la imaginación explora esas fronteras, con recursos mínimos, pero con una escritura intensa: cada línea está colmada de diferentes significados, un poco como la poesía.
“No fue fácil de escribir ni es fácil de leer. Por eso sucede que a veces, como escritor, uno se siente solo, porque nadie espera este tipo de novelas. Los lectores, los editores, los libreros, no están esperando un libro con las características de La muerte de la tatuadora. Si un libro es de un autor que vive en una ciudad como la mía esperan en el título la palabra Juárez, y que el relato involucre a un comandante de la policía, a un narco, a una víctima, o a una miss de belleza descarriada. También hay lectores que van a tratar de extrapolar e intentar entender la novela como una metáfora de la ciudad, son cosas que un autor no puede controlar”.
En angostas aceras llenas de vendedores y de mendigos que ofrecen la fortuna a cambio de unas cuantas monedas, deambula un capellán que conoce todos los rituales para acompañar el último viaje de los contradictorios personajes que dan vida al relato de Willivaldo Delgadillo, autor también de la novela La virgen del Barrio Árabe (1997).
El escritor estudió antropología social en la Universidad de Texas, en El Paso, y ha cursado diplomados en museografía, gestión cultural y capital social. También ha sido galardonado con los premios del Instituto de Letras de Texas (1997) y el Southwest Book de la Asociación de Bibliotecarios de la Frontera (2001).
De 2004 a 2012 impulsó el Movimiento Pacto por la Cultura y participó en el Grupo de Articulación Justicia en Juárez. Actualmente cursa estudios de doctorado en Los Ángeles.
Tardó 10 años en terminar este libro, escrito de manera meticulosa, “como tatuar un cuerpo, palabra por palabra, llegó a tener 180 cuartillas. Mi querido amigo, el escritor Daniel Sada, siempre me preguntaba por ella. Cuando le decía que acababa de reducirla, de nuevo, a 30 cuartillas, nada más se reía. Es una novela de respiración entrecortada.
Apelo a una estrategia de desfamiliarización y anestesiamiento del lector para retarlo. Porque la literatura no puede permitirse no hacer propuestas distintas, hay que interpelar a los lectores, tratar de hacerles ver la vida de una manera distinta. La literatura es un instrumento de conocimiento. Como autor es un reto, pero también una gran responsabilidad
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