omo lo han señalado varios analistas, Juan Linz el politólogo recientemente fallecido ha dejado dos legados particularmente importantes para el análisis político en México. En su concepto de gobierno autoritario encontramos los elementos constitutivos del régimen mexicano que sin ser totalitario ya que admitía espacios de autonomía y relativas libertades, tampoco era un régimen democrático. El famoso término de dictablanda
expresaba esta paradoja que encontró en el concepto de régimen autoritario –junto con el término de Sartori de régimen de partido dominante o hegemónico– un verdadero asiento académico.
Otra aportación de Linz, la discusión sobre parlamentarismo versus presidencialismo –donde claramente tomó partido por lo primero–, es particularmente relevante para el momento actual en México.
Dos ideas de Linz (La quiebra de las democracias, Alianza Editorial, Madrid 1987; y El factor tiempo en un cambio de régimen, IETD 1994) alimentan las siguientes reflexiones.
Primero, las transformaciones de un régimen más que estructuralmente determinado, dependen de un proceso contingente donde se presentan distintas salidas posibles. Segundo, el factor decisivo en la coyuntura y que determina el camino que se toma, es la dinámica de las elites políticas y sus características. Por lo anterior y porque cualquier propuesta reformadora debe estar consciente del factor tiempo en su implantación, éstas tienen que vincularse con la elección de los tiempos. Acciones prematuras, acciones a destiempo, acciones postergadas, acciones para ganar tiempo, constituyen las coordenadas de los eventos reformadores.
Hoy es ciertamente el tiempo de las reformas si con ello queremos señalar un contexto internacional que no puede seguirse gobernando con los instrumentos que emergieron de la segunda guerra mundial –caracterizado por la bipolaridad en lo político y lo bélico, y la hegemonía del Estado desarrollista en lo económico.
También es el tiempo de las reformas si implicamos que en México durante el periodo de transición entre el régimen autoritario y un régimen con una democracia con calidad se han deteriorado gravemente el Estado y la cohesión social.
Desde luego las preguntas siempre en el aire son por una lado, si las reformas hasta el momento propuestas son las claves; y dos, si la secuencia con la que han sido presentadas es la correcta. Un problema de mayor envergadura es que dado la debilidad del Estado y la crisis de representación en la que nos encontramos, el momento crucial de toda reforma es su instrumentación. En consecuencia la pregunta estratégica del momento actual es: ¿quiénes van a instrumentar las reformas aprobadas?
Aquí topamos con restricciones fundamentales como han sido ilustradas con la reforma educativa y la oposición de sectores importantes del magisterio.
Se observa con meridiana claridad, que el pacto corporativo que facilitó la gobernabilidad durante décadas ahora es totalmente disfuncional para el Estado, y también, para los propios trabajadores. Habría que considerar si no sería mejor institucionalizar la protesta magisterial sobre la base de que los propios profesores democraticen el sindicato nacional. El liderazgo que surgiría –más combativo pero también más legítimo que el actual– sería funcional en relación con el nuevo régimen que ya se está despuntando.
El espacio central para definir reformas, secuencia y tiempo creo que transitoriamente debe ser el Pacto por México, pero atendiendo dos vacíos que hoy lo debilitan: la plena integración de las coordinaciones legislativas en su operación normal y mecanismos reales de discusión, consulta y participación ciudadana. Otro tema que es de la mayor importancia tiene que ver los fundamentos del federalismo real contrahecho que hoy padecemos.
El Pacto por México modificado debería culminar institucionalizado a partir de un cambio de régimen.
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