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La gran revolución musical de Paco de Lucía
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Periódico La Jornada
Sábado 22 de noviembre de 2014, p. a14

A partir de materia prima noble por sencilla, Francisco Sánchez Gomes (Algeciras, España, 21 de diciembre de 1947 -Playa del Carmen, México, 25 de febrero de 2014), detonó una revolución musical cuyos frutos empiezan a ser degustados por quienes él pensó a la hora de planear tal dinamitación creativa: las personas, el público abierto del mundo, no sólo el de los expertos, los enterados y los iniciados, sino de las personas, del amplio y ancho y bello mundo.

La materia prima se llama: copla.

Es una forma poética para canciones populares en usanza desde el siglo XVII, como respuesta a la dominación cultural italiana y de otros países en el territorio de la música.

Copla viene de la palabra latina cópula: lazo, unión, acoplamiento.

Copla tiene otros nombres de mujer: tonadilla, canción española y canción andaluza.

He ahí.

El disco póstumo de Francisco Sánchez Gomes así se llama también: Canción Andaluza.

A Francisco Sánchez Gomes en su barrio lo llamaron Paco, el de Luzía, el hijo de Luzia Gomes Goçalves, conocida como La Portuguesa. Los nombres y los apellidos se españolizaron como Paco de Lucía y así se universalizaron. Paco, Lucía y toda esa familia de músicos de barrio.

Antes de Canción Andaluza, su disco póstumo, Paco de Lucía grabó, en 1998, otra obra maestra, de título Luzia, en memoria de su madre, recientemente fallecida.

Ya en Luzia están de manera clara los elementos que en Canción Andaluza destellan, asombran. Alumbran.

Si Anton Bruckner recurrió como herramienta a la sucesión de acordes, secreto que aprendió de Wagner. Y si Art Tatum recurrió como herramienta a las progresiones armónicas, Paco de Lucía no necesitó de tantos artilugios. Con la simple complejidad, la intrincada sencillez de la copla le bastó.

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Canción Andaluza contiene ocho obras, de las cuales cinco son instrumentales y es en ellas, donde no hay voz canora sino solamente instrumental, donde está la gran revolución musical de Paco de Lucía.

El rango completo, el arcoíris terminado, todos los recovecos, intimidades de la copla y su desarrollo (a cargo de los maestros del hijo de Lucía: Agustín Castellón Sabicas y El Niño Ricardo, entre otros grandes), el dominio de las velocidades, sobre todo los deslizamientos apenas perceptibles, el balance armónico, la inspiración, en fin, todos esos elementos que hacen pedazos el terminajo de virtuoso que suelen endilgarle a todo músico que toque bonito, están en el arte de Paco de Lucía: un artista clásico antes de morir (condición que a pocos se les da), un revolucionario insospechado. Su señorío, el imperio de su música, apenas comienza.

Ah, al último pero no lo último: las restantes tres piezas del disco son cantadas y la verdad al Disquero no le plunguieron ni le cuachalangaron, sobre todo la salsa que se echa el muy respetable y querido Óscar D’León para cerrar el disco. Puaf. Nada que ver.

En contraste, las cinco obras orquestales, porque a eso suena la guitarra de Paco de Lucía, a una orquesta, la mejor de su tipo en el orbe, completan un prodigio, un disfrute enorme, una fiesta en el corazón.

Loor al maestro que recuperó la dignidad, el honor, la valía, hondura y belleza de la música andaluza, del flamenco y de aquello que brilla desde el lado moridor.

¡Salve, oh clásico de clásicos!

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