orelia, Mich. Dos conciertos realizados durante las dos últimas noches de la reciente edición del Festival de Música de Morelia Miguel Bernal Jiménez estuvieron dedicados primordialmente a la interpretación de cinco partituras de la destacada compositora finlandesa Kaija Saariaho, ambos en su presencia.
La primera de esas noches, el escenario fue el Centro Cultural Clavijero de esta ciudad, y el concierto fue protagonizado por un grupo de cámara de muy alto nivel, el International Contemporary Ensemble (ICE), que incluyó en su programa tres obras de Saariaho. La primera de ellas fue Six Japanese Gardens, para percusión y electrónica. Se trata de una pieza caracterizada por una inteligente, sutil y eficaz combinación de colores, ritmos, gestos y acentos en la que una muy bien elegida dotación de instrumentos de percusión es complementada por una pista electrónica de un gran refinamiento, generando una equilibrada interacción entre ambos elementos sonoros. No hay aquí orientalismos
flagrantes o anecdóticos, pero por momentos es posible percibir una especie de microgamelán surgido de ciertas combinaciones instrumentales.
Más tarde, el ICE interpretó Fall, para arpa y electrónica, una pieza caracterizada por complejos pero diáfanos juegos de espejos, ecos, reflejos y resonancias, en los que la integración de ciertos gestos típicos de la ejecución del arpa han sido puestos al servicio de un discurso novedoso y sugestivo que se integra de manera exquisita con el elemento electrónico.
Flauta, violín, violoncello, arpa y percusión conforman la dotación de Terrestre, tercera pieza de Kaija Saariaho incluida en el programa del ICE. Aquí, la compositora finlandesa propone cinco discursos sonoros bien diferenciados, que si bien pueden percibirse como independientes por momentos, también están perfectamente integrados y son cabalmente congruentes entre sí. Hay en esta partitura un protagonismo intencionado de la flauta (instrumento particularmente destacado en el pensamiento creativo de Saariaho), y en el plano formal es posible percibir aquí diversos momentos en los que los materiales de un instrumento transitan hacia otro(s), logrando así una dimensión sonora extra, así como ciertos apuntes de estructuralismo.
La noche siguiente, en el concierto de clausura del festival, la Orquesta Sinfónica Nacional interpretó, bajo la batuta de Carlos Miguel Prieto, una de las partituras concertantes más notables de Kaija Saariaho, L’aile du songe (El ala del sueño), llevando como solista en la flauta a Camilla Hoitenga, colaboradora habitual de la compositora. Se trata de una obra extensa y ambiciosa, caracterizada por una estructura multiseccional articulada con base en contrastes diversos (melódicos, armónicos, dinámicos, rítmicos), y que en su conjunto ofrece al oyente una impresión de gran unidad. En L’aile du songe sobresale con luz propia un elemento primordial en el trabajo de Saariaho (que también es la cualidad principal de las tres obras arriba reseñadas), que es un depurado, complejo y caleidoscópico trabajo tímbrico.
Destaca en este sentido el hecho de que la orquesta es reducida a cuerdas y percusiones, grupos para los que la compositora ha escrito con una sabiduría que permite (¡ojo, compositores de obras concertantes!) la presencia plena de la flauta solista. Una flauta, por cierto, que alcanzó niveles de excelencia en las manos y los labios de Camilla Hoitenga. La orquesta, más que acompañar, teje un tapiz sonoro multicolor sobre el que la flauta va trazando variadas caligrafías aéreas. Con el detallista uso del arpa, el vibráfono y la celesta, Saariaho logra momentos iridiscentes que dan la impresión de una especie de puntillismo sonoro. No todo es, sin embargo, textura contemplativa; en L’aile du songe también hay fuego, robustos impulsos rítmicos y un interesante juego de tensiones y distensiones. Cuatro obras, en fin, que reafirman el lugar preeminente que ocupa Kaija Saariaho en el ámbito de la música contemporánea.
