El aumento de la emigración de los jóvenes rurales –hombres y mujeres– está generando el eslabón perdido en el campo; el reto ante el fenómeno es encontrar cómo retenerlos, ya que 35 por ciento de la fuerza laboral campesina tiene entre 46 y 60 años, alertó Gisela Espinosa Damián, investigadora de la unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana.

En el Encuentro Internacional Economía Campesina y Agroecología en América: movimientos sociales, diálogo de saberes y políticas públicas, organizado por la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC), asentó que los cambios demográficos han propiciado también que las mujeres sean cada vez más el amortiguador del quebranto de la economía campesina; en cuatro décadas el porcentaje de mujeres propietarias aumentó 20 por ciento.

Ante representantes de instituciones y organizaciones sociales y campesinas nacionales y de 15 países, la investigadora sostuvo que la emigración –válvula de escape ante la creciente pobreza– también ha implicado una reorganización de la vida familiar y comunitaria, así como un reacomodo de las relaciones hombre-mujer.

Los cambios no son considerados por la política gubernamental; por ejemplo, el programa Prospera se basa en que las campesinas sólo son amas de casa. Las políticas públicas desdeñan las funciones que ellas desempeñan; parten de la idea de que el trabajo e ingreso de ellas es irrelevante o complementario, comentó.

Durante el encuentro, los integrantes de la ANEC refrendaron su lucha contra la siembra de maíz transgénico y sostuvieron que las comunidades mantienen la agrodiversidad; son los campesinos quienes tienen el potencial para seguir produciendo los alimentos que el país demanda.