n el ensangrentado territorio sirio entró en vigor ayer un alto al fuego tras arduas negociaciones en las que intervinieron muchos de los bandos en conflicto y fueron patrocinadas y conducidas por los gobiernos ruso y estadunidense.
Ante el enorme costo en vidas y sufrimiento de la confusa guerra que se libra en esa nación árabe, la tregua era ya un clamor internacional, y su consecución debe ser saludada. Es de desear que al amparo de este cese de hostilidades sea posible la llegada de asistencia médica y alimentaria urgente a poblaciones que se encontraban aisladas por los combates y se empiece a brindar al menos un mínimo de atención a masas de población desplazadas.
Sería también deseable que el alto el fuego fuera un primer paso hacia una recomposición pacífica de Siria, desgarrada por la confrontación entre facciones internas hasta ahora irreconciliables y, lo más importante, sostenidas por el injerencismo de potencias extranjeras.
Por desgracia, la tregua parece frágil e incierta, precisamente por el gran número de facciones armadas, por la condición siempre cambiante de los frentes y de las alianzas entre ellas, así como por las dificultades para definir bandos precisos. Estos obstáculos pueden apreciarse con nitidez en la postura de Estados Unidos, que combate al Estado Islámico (EI) pero respalda –incluso con armas y bombardeos– a grupos armados que entran en alianzas coyunturales con él.
Otro ejemplo: en teoría, Washington y Ankara se encuentran en el mismo frente y ambos se empeñan en la caída del régimen de Bashar Al Assad, pero mientras el gobierno turco procura eliminar a las milicias kurdas, la Casa Blanca las apoya en forma activa. Por lo demás, no resulta claro cómo sostener una tregua de cuya firma han sido excluidos dos importantes contendientes: el propio EI y el frente Al Nusra, al que se considera afín a Al Qaeda.
En tales circunstancias, el propósito del presente cese de hostilidades no consiste en detener la guerra, sino en organizarla. En efecto, según los términos del acuerdo –conocido como de Eid al Adha, porque coincide con la festividad musulmana de ese nombre, la Fiesta del Sacrificio–, en la medida en que sea posible evitar las confrontaciones, el gobierno de Al Assad dejaría de bombardear los bastiones rebeldes, mientras Washington y Moscú empezarían a realizar acciones conjuntas en contra de Al Nusra y el EI.
Si bien desde una perspectiva ética el acuerdo de alto al fuego puede resultar inaceptable y hasta repulsivo, debe considerarse también que constituye, por ahora, la única posibilidad de llevar ayuda a gente que la requiere con urgencia.
El conflicto sirio remite, una vez más, al hecho de que iniciar un conflicto armado resulta mucho más fácil que detenerlo y a la moraleja de que la mejor guerra no es la que se gana, sino la que se evita.