esde la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan) a la fecha, México y Estados Unidos construyeron una compleja cadena de suministro que parecía incuestionable y siempre en una carrera ascendente por nuevos eslabones. Fue así como en forma creciente, el Tlcan se convirtió en la columna vertebral del comercio, puntal de la economía y premisa de competitividad para los países firmantes. Pero la lógica económica y comercial no contaba con Donald Trump; con la asociación –tramposa y falaz– del Nafta o Tlcan con la pauperización del empleo y el creciente resentimiento de la clase trabajadora estadunidense hacia México, al creer que cada empleo no generado en Estados Unidos, fue robado
por nuestro país.
Esa pesadilla improbable ha marcado los últimos tres años la agenda bilateral. Nos hemos acostumbrado a la incertidumbre abierta por la decisión de renegociar el tratado, y ciertamente el acuerdo logrado el año pasado nos ha permitido transitar en la antesala de la desaceleración económica global. Pero la pesadilla no ha terminado; esa variable invisible de la aprobación o no aprobación del T-MEC sigue rondado a la economía mexicana y nuevos factores han entrado en juego.
En primer lugar, el tiempo. Cada día que pasa es un día más cercano a la decisión de relegir o no a Trump en la Casa Blanca. Su relección pasa por fortalecer a su base electoral y ganar algunos adeptos entre los que no le dieron su confianza en 2016. Para hacerlo, el discurso extremista, xenofóbico y chauvinista; simplón y antimexicano será la constante arma del Presidente estadunidense. El contexto no ayuda. El final del ciclo económico expansivo que empezó después de la crisis de 2008-2009, tampoco.
A ello debemos sumar la dispersión política y confusión narrativa que demuestra el Partido Demócrata, con sus 13 aspirantes a la presidencia, donde cabe todo el espectro político –de la izquierda a la derecha– pero no se atina a establecer una agenda común, convincente, para desbancar a Trump. Los demócratas no saben cómo abordar el tema migratorio: están plenamente conscientes que una mayoría de electores sí quiere endurecer las políticas en la frontera sur, pero a diferencia de Trump que tiene un discurso intolerante, pero claro; los demócratas se quedan a la mitad, al centro, queriendo quedar bien con los latinos y con los conservadores no republicanos. La receta perfecta para el fracaso.
En Canadá el contexto tampoco es el mismo que cuando empezó la renegociación del tratado, y la convulsa semana parlamentaria del primer ministro, Justin Trudeau, así lo demuestra.
En ese marco, la única variable de certidumbre ha sido la presentación de un paquete económico para 2020 que en el límite plantea cuidar los dogmas y paradigmas de la estabilidad. Con factores fuera de nuestro control, el gobierno federal despresuriza el entorno macroeconómico con un presupuesto cauteloso. De haber cedido a la tentación de un presupuesto que dejara contentos a todos los sectores, a todos los partidos, a todas las industrias, hubiera causado una incertidumbre mayúscula de cara al futuro.
La economía mexicana evolucionó en solo tres décadas de un país cuyas exportaciones no petroleras eran de poco más de 10 por ciento, a uno donde 90 por ciento de los bienes exportados no son petroleros. El Tlcan hizo más compleja nuestra economía y dibujó el perfil de la planta productiva y la mano de obra. Lo que ocurra con el T-MEC en lo inmediato, es definitivo para pensar el México de los próximos años. La coyuntura política y el disenso constante nos hacen obviar esta variable, como si el escollo ya hubiera sido librado.
La Cancillería está haciendo su trabajo y eso es evidente, sin embargo, hay factores exógenos desencadenados en las últimas semanas, que obligan a poner –nueva– atención al acuerdo que define nuestra relación con la principal potencia económica del mundo. Nada más y nada menos.