De nuevos aprendizajes
i nos deshicimos o, al menos, dudamos de ciertos aprendizajes, como que el arroz es una gramínea tan deficiente que los pueblos que lo tienen como base de su alimentación sufren irremediablemente beriberi por falta de tiamina, (lo que sucedió hasta el siglo XIX con la imposición colonial de monocultivos y el refinado mecánico del grano). O que los tubérculos, raíces y frutos feculentos, alimentos básicos de los pueblos de los trópicos, forjaron pueblos inferiores a los que se ayuda justamente con arroz y maíz, cuando éste último es a su vez acusado de producir pelagra en los pueblos que lo tienen como alimento fundamental, es tiempo de enterarnos de la verdad sobre los pueblos cuyo alimento fundamental son los cereales del género Triticum, empezando por el trigo, en sus diferentes variedades, con otros géneros como la cebada, sorgo, centeno y avena, ampliamente estudiados por los expertos en cuanto a sus propiedades nutricionales, pero raramente analizados desde el punto de vista de su sistema productivo como determinante de una cultura, filosofía y carácter colectivos que llevaron a la imposición de Occidente en el resto del mundo y hoy día más que nunca.
Empecemos por decir que los alimentos fundamentales de los pueblos llamados de Occidente, desde Medio Oriente a Europa y Estados Unidos, existen de manera silvestre en casi todo el planeta, entremezclados muchos de ellos y con una tipología similar, lo que llevó al ser humano a separarlos según sus tiempos de maduración y las tallas que alcanzaban al estar listos para la cosecha, es decir, se inventaron los monocultivos. Pero estos pueblos no tardarían en advertir, contrariamente a lo que sucedía con las parcelas de arroz acuático, las de tubércu-los, hortalizas y huertos, o nuestras milpas, todos ellos policultivos cuyos suelos respectivos se reconstituían casi indefinidamente, que sus trigos agotaban la tierra al cabo de cada vez menos años. Sería así como lo que llamamos Occidente desarrollaría dos estrategias de supervivencia: extendiendo la siembra sobre cada vez superficies mayores de suelos aún fértiles, por una parte, y por la otra, inventando tecnologías cada vez más sofisticadas para apoderarse de tierras nuevas, pero también para facilitar la siembra extensiva, estimular el crecimiento de las plantas y recoger y almacenar cosechas masivas, entre otras cosas.
En otras palabras, los alimentos fundamentales de los pueblos de Occidente, desde el neolítico, determinaron la tecnología de guerra y de producción en monocultivos, con las cuales sus creadores sometieron al mundo a su expansionismo territorial, incluida la imposición de monocultivos en todos los productos vitales, cubriendo de paso a los pueblos con el manto económico del capitalismo, con la superestructura filosófica de la ley del más fuerte, la cultural del individualismo y la (anti) ética de la inutilidad de Natura. Continuará.