n varias ciudades de México, Argentina, Chile, Colombia y otros países, la conmemoración del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, adquirió ayer una fuerza sin precedente, al calor de la exigencia de seguridad y acciones efectivas contra la exasperante violencia de género, pero también para pedir la despenalización del aborto, condiciones de vida dignas e igualdad plena de derechos.
La adopción de medidas efectivas para evitar y castigar los feminicidios fue la demanda dominante en nuestro país; en Argentina y Colombia la reivindicación principal fue la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, en tanto que en Chile, nación que lleva varios meses convulsionada por las protestas contra el deterioro del nivel de vida, las consignas más reiteradas fueron por una reorientación de la política económica y en contra de las triquiñuelas del gobierno de Sebastián Piñera para evitar cambios sustantivos a la Constitución.
Una presencia significativa en la movilización principal de México –que se realizó del Monumento a la Revolución al Zócalo capitalino– fue la de mujeres indígenas que marcharon por el reconocimiento pleno de sus derechos, tanto los de género como los comunitarios.
En el caso de nuestro país, la jornada estuvo precedida por intensos debates –mismos que continúan en torno a la naturaleza del paro de mujeres convocado para hoy–, por el inopinado corrimiento de sectores de la derecha tradicional a discursos de pretendido respaldo a las causas feministas y por un reposicionamiento del gobierno federal a expresiones de mayor compromiso con la causa de las mujeres.
Por el número de manifestaciones y de participantes en ellas, así como por el impacto conseguido en la opinión pública a través de los medios tradicionales y de las redes sociales, es claro que las movilizaciones marcaron un hito y confirmaron que las demandas de las mujeres han ocupado un sitio predominante en el debate nacional. Es deplorable, desde cualquier perspectiva, el hecho de que a la marcha principal se haya adherido un pequeño grupo que se dedicó a hacer destrozos y desmanes, algunos de los cuales representaron un peligro real para la integridad física de las manifestantes que, en su abrumadora mayoría, observaron un comportamiento pacífico y civilizado.
Igualmente lamentable es que los episodios de violencia hayan acaparado, como ya es habitual, los reflectores mediáticos, desplazando la atención de lo central, que es el surgimiento de un movimiento vigoroso, polémico y presente en contra de la violencia de género, un hecho que debe ser ponderado como parte de las nuevas realidades políticas que vive el país.
Cabe esperar que ello se traduzca en una transformación social profunda y un compromiso firme y verificable de las autoridades de los tres niveles y de los tres poderes de la Unión para escuchar las necesidades y demandas de las mujeres y actuar en consecuencia.