espués de casi cinco días de permanecer cerrados los cruces ferroviarios de Eagle Pass y El Paso, en Texas, fueron reabiertos por el gobierno de Estados Unidos. Asociaciones empresariales de ambos países saludaron el levantamiento de una medida que generó pérdidas de 100 millones de dólares diarios al detener el tránsito de mercancías entre dos socios que sostienen una de las relaciones comerciales más intensas del mundo. El lunes pasado, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) cerró dichos pasos con el fin de que el personal de aduanas apoyara a los agentes de la Patrulla Fronteriza en tareas de vigilancia y detención de migrantes indocumentados.
De acuerdo con la CBP, cada día de este mes hasta 10 mil personas entraron de manera irregular a Estados Unidos desde México. La crisis ha desbordado a la administración del presidente Joe Biden, quien enfrenta un golpeteo constante de los políticos republicanos que usan el tema migratorio para azuzar a los sectores más cavernarios del electorado presentando a los buscadores del american dream como invasores que amenazan con destruir la identidad, la cultura y la economía estadunidenses. Además de dar marcha atrás a todos sus compromisos de cambiar el enfoque ilegal e inhumano con que su predecesor, Donald Trump, manejó la cuestión de los migrantes irregulares, Biden ha apelado a su homólogo Andrés Manuel López Obrador para que le ayude a contener el incesante flujo de personas.
En vez de exhortar y chantajear a las autoridades mexicanas para que adopten más acciones para controlar el flujo de migrantes sin papeles a través de la frontera común, el mandatario estadunidense debería atender el llamado que éstas le han hecho para atajar las causas de la migración mediante inversiones estratégicas y programas sociales de amplio alcance en los países expulsores de personas. Durante la clausura temporal de los cruces de Eagle Pass y El Paso, incluso la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), organismo que jamás se ha caracterizado por su sensibilidad social, apuntó que los cierres fronterizos representan el fracaso de la política migratoria, la cual debería centrarse en evitar que las personas se vean obligadas a abandonar sus lugares de origen, en lugar de simplemente frenar su tránsito. Cuando hasta la cúpula patronal denuncia el perjuicio social y el riesgo en que son puestas las vidas humanas, queda claro que es imperativo repensar una política claramente fallida, que no sólo daña a quienes desean ingresar a Estados Unidos en busca de oportunidades laborales, educativas o de ponerse a salvo de la violencia, sino también a la propia superpotencia, que derrocha ingentes cantidades de dinero en obstaculizar de manera fútil la llegada de fuerza de trabajo que podría estar capacitando para cubrir sus acuciantes necesidades de mano de obra.
El demócrata no tendría que traicionar sus promesas de campaña y ceder a los reclamos xenofóbicos de sus contrincantes políticos si destinara al desarrollo económico de América Latina y el Caribe una fracción de los cientos de miles de millones de dólares que entrega a Israel para que éste perpetre el mayor genocidio del siglo, y al régimen de Volodimir Zelensky para que el pueblo ucranio sirva como carne de cañón en la guerra de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Rusia. El ala progresista del Partido Demócrata haría bien en mostrar a su líder formas productivas de resolver sus problemas en concordancia con el respeto a los derechos humanos y a la legalidad internacional.