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Subhumanos y universidad
U

na de las armas favoritas del poder es la descalificación de aquellos que se le resisten. Sabe que no basta con aplastarlos físicamente, porque a los ojos del mundo entonces se les convierte en víctimas, si no es que en héroes o mártires. Para evitar este resultado contraproducente, se busca mentir, distorsionar e incluso dar una explicación a fondo que mitigue la indignación que causan los excesos y maltratos que un país comete contra hombres, mujeres y niños inocentes. Así, Trump declaraba hace poco que los migrantes son un virus que envenena la sangre de Estados Unidos y, poco antes, el gobierno Israelí (el ministro de defensa Gallant y el premier Netanyahu) argumentaron que más que de un genocidio, en Gaza se trataba de una lucha del Bien contra bárbaros subhumanos. ¿Subhumanos?, una manera de responder es recordar a Louis Agassiz, un famoso paleontólogo suizo del siglo XIX que fue a Estados Unidos y que sufrió una profunda crisis. No podía conciliar su caritativa religiosidad con la visceral y poco misericordiosa repugnancia que sentía al ver a los de origen africano. “Fue en Filadelfia –cuenta él mismo– donde por primera vez entré en contacto prolongado con los negros sirvientes en el hotel.” Y le fue “imposible librarse del sentimiento de que ellos no son realmente de la misma sangre que nosotros…”. Se refugió entonces en la teoría de la poliginia, para sostener que Dios había creado varias razas diferentes de hombres que tienen caracteres físicos distintos y cuya existencia a los científicos “nos obliga a establecer un ordenamiento entre estas razas…” de acuerdo con las características peculiares a cada una, por ejemplo, el color de la piel. El concepto de razas superiores e inferiores fue entonces pacientemente documentado por este científico de Harvard, a quien hoy esa institución todavía honra al dar su apellido al museo de antropología (en Gould, The Mismeasure of Man: 78).

Aunque la teoría de la evolución barrió con Agassiz y otros creacionistas en el mundo científico y universitario, la poliginia reaparece una y otra vez, como hoy, justificando la violencia extrema contra africanos, morenos o asiáticos, y eso convierte a la ciencia y a la universidad en parte del escenario bélico y de la disputa por la verdad acerca de la raza humana. Así, en una acción llena de simbolismo, aviones estadunidenses F-16 donados a Israel bombardean la Universidad de Gaza, mientras son académicos y jóvenes estudiantes las y los que en gran parte del mundo se pronuncian contra la invasión racista. Además, las rectoras de la Universidad de Harvard y de Pensilvania son llamadas a comparecer por el Congreso estadunidense y duramente cuestionadas por sus posturas permisivas de las protestas de sus estudiantes contra Israel. Tanto, que ambas funcionarias se sintieron obligadas a renunciar para que su postura personal no represiva no comprometiera a sus instituciones. Sin embargo, en el caso de Harvard, la comunidad impidió que renunciara su rectora Claudine Gay –brillante académica afroestadunidense– porque se consideró que ceder a esa presión comprometía la independencia de la institución, un inédito rechazo a la injerencia del Estado.

Las masivas rebeliones universitarias suelen ser válidas porque generalmente reflejan tensiones sociales y cuestionamientos muy importantes –como el racismo y la guerra– al Estado, pero más ahora que esos dos temas desbordan las fronteras. El apoyo a Ucrania y sobre todo a Israel está generando malestar en Estados Unidos y en el mundo, como mostró la masiva votación en la ONU en favor del cese al fuego en Gaza. Pero ahora también ese apoyo afectará directamente a mexicanos y latinoamericanos, porque los legisladores republicanos condicionaron la aprobación de ayuda multimillonaria en armas a Ucrania y a Israel a la adopción de una postura más agresiva de Biden contra la migración desde México, y éste cedió. Así las cosas, no sólo habrá equipo y municiones para continuar la limpieza de subhumanos e incluso dar muerte a algunos de los rehenes israelíes, sino condiciones mucho más duras para los migrantes mexicanos, haitianos, africanos y centroamericanos (como en Texas), y coloca a las cercanas elecciones estadunidenses en un horizonte fatal: elegir al Biden rendido a la crueldad de Netanyahu o el Trump dispuesto a acabar con la amenaza de subhumanos ponzoñosos. También coloca a las instituciones mexicanas frente a la opción de pronunciarse y, algo simbólico, dejar de clasificar a sus estudiantes según el color de piel, como en la UAM. Seguir la verdad que encierran las voces de resistencia de los jóvenes y los maestros debería ser un cimiento para construir un nuevo orden mundial. Y esta mínima aspiración debería guiar a gobiernos, incluido el mexicano, a hacer algo efectivo frente a esta crisis de humanidad. Al menos, romper relaciones.

PD: es hora ya de responder en positivo al Sintcb.

UAM-X