a precandidata presidencial de la coalición formada por Morena, el Partido del Trabajo y el Partido Verde, Claudia Sheinbaum Pardo, cerró su precampaña con un acto multitudinario en el Monumento a la Revolución. El evento fue una demostración de músculo y de unidad política en torno a quien parte como amplia favorita para alzarse con la victoria en los comicios del próximo 2 de junio, y ratificó los aciertos de la coalición oficialista tanto en su estrategia de selección de candidatos como el periodo de precampañas que culminó ayer.
Se trata del final de un proceso sin precedentes en la historia del país por la manera en que se gestionaron las inevitables diferencias entre los liderazgos y se aseguró que la persona a la que se encargará proseguir con la Cuarta Transformación fuera la preferida por los ciudadanos y la que ofreciera las mejores garantías de continuar con un proyecto que goza de amplio respaldo social. La transparencia en el método de selección, la pluralidad acreditada por la participación de representantes de las tres formaciones que integran la alianza, la apertura a que los candidatos propusieran las casas encuestadoras de su confianza a fin de despejar cualquier sospecha de manipulación y el entusiasmo desplegado por los simpatizantes permitieron arribar a un resultado que genera un amplio consenso, sin que ello signifique ausencia de descontentos e inconformidades, los cuales se tramitaron de acuerdo con los estatutos del partido.
De esta suerte, la candidatura de Sheinbaum Pardo emerge con una incuestionable legitimidad no sólo por la forma en que se produjo la nominación, sino también por los antecedentes de la abanderada: se trata de una mujer que desde su temprana juventud militó a favor de la democratización y la justicia social; por más de dos décadas ha sido compañera de lucha y de ideales del máximo referente de la izquierda institucional mexicana, el presidente Andrés Manuel López Obrador; posee una amplia trayectoria en la función pública y sólidas credenciales como académica e investigadora.
En contraste, la designación de Xóchitl Gálvez como precandidata única de Fuerza y Corazón por México (antes Frente Amplio por México y Va Por México) destaca por el desaseo que manchó todo el proceso. Pese a que en enero de 2023 los partidos de la derecha anunciaron un acuerdo para que Acción Nacional nombrara a los candidatos a la Presidencia de la República y a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, mientras el Revolucionario Institucional llevaría la mano en los comicios del año pasado en Coahuila y el estado de México, posteriormente se inventaron un método de selección tan farragoso como ficticio. Éste contenía tantos requisitos incumplibles que de inmediato provocó acerbas críticas por parte de los aspirantes, acompañadas por la deserción de casi todos ellos. Al final, incluso se canceló la votación para la que se habían registrado millones de ciudadanos y se dio un dedazo en el peor estilo del viejo régimen. Las inocultables irregularidades catalizaron una desbandada de cuadros y militantes que no ha cesado y que es, junto a la carencia de un proyecto de nación, la principal causa de la debilidad del frente opositor en las encuestas y las simpatías ciudadanas. La ausencia de una propuesta programática deriva de la realidad del membrete opositor como un batiburrillo de fuerzas políticas que, en teoría, enarbolan ideologías antagónicas y por ello no pueden ofrecer a los votantes un horizonte que no sea el regreso al modelo corrupto y depredador que tanto daño ha infligido a la nación.
Más allá de la polarización, la cual debe entenderse como un saldo natural de la disputa por la visión de país y de futuro, lo cierto es que estamos ante un proceso histórico e iné-dito. Nada ilustra de modo más elocuente la profundidad de los cambios experimentados en México que el hecho de que la izquierda y la derecha concurren a las elecciones postulando mujeres para el cargo más importante del gobierno. La abrumadora probabilidad de que a partir de octubre de este año más de 120 millones de mexicanos seamos gobernados por una mujer es un signo alentador de progreso social y de avances hacia una igualdad sustantiva, un logro de inestimable magnitud en una sociedad reacia a reconocer las capacidades de la mitad femenina de su población.