n los últimos días, los estudiantes universitarios estadunidenses se han convertido en los grandes protagonistas de las protestas contra el genocidio perpetrado por Israel en la franja de Gaza. En multitud de centros de educación superior, incluidos los más elitistas y prestigiosos del país, la comunidad estudiantil lleva a cabo actos multitudinarios para denunciar tanto al régimen de Benjamin Netanyahu como a su principal patrocinador y cómplice, la Casa Blanca de Joe Biden.
La respuesta de los órganos rectores de las universidades ha sido tan brutal como vergonzosa. Decenas de docentes y alumnos han sido despedidos o suspendidos por solidarizarse con las víctimas de la masacre, mientras centenares han sido arrestados bajo cargos absurdos. Lo más deplorable es que en varios casos fueron las propias autoridades de los campus quienes llamaron a las fuerzas policiales para que embistieran contra sus estudiantes. En este afán de evitar que se expresen críticas a Tel Aviv, las instituciones cancelaron ceremonias de graduación y hasta han pausado las clases presenciales y restringido el acceso a sus instalaciones.
Lo que ocurre en las universidades es parte de la feroz persecución contra los críticos del sionismo que se encuentra institucionalizada en Estados Unidos y gran parte de Occidente. Allí, expresar cualquier opinión que incomode a quienes comulgan con esa ideología supremacista y extremista significa la muerte profesional en la política, la cultura y las artes, la academia, el espectáculo, los medios de comunicación y muchos otros ámbitos. De manera paradójica, en el país que emplea de manera compulsiva las sanciones económicas y los bloqueos comerciales para devastar a los estados que no se pliegan a sus dictados, se prohíbe la mera promoción de boicots, desinversiones y sanciones (BDS) con los cuales se intenta presionar a Tel a Aviv para que cumpla la legalidad internacional y cese la ocupación de los territorios palestinos. En 35 de las 50 entidades federativas, las leyes obligan a cualquier empresa o individuo que quiera trabajar para el gobierno a jurar que no boicoteará a Israel, o bien prohíben a las empresas públicas contratar a entidades que ejerzan algún tipo de BDS. Estas leyes, además de ser una flagrante violación de los derechos de expresión y organización, resultan fuertemente antidemocráticas, pues casi tres cuartas partes de los ciudadanos rechazan que se penalice a quienes usan BDS como estrategia de protesta.
La filtración de una guía de estilo del New York Times, en la que se enlistan los más delirantes eufemismos con tal de no llamar a los actos de Israel por su nombre (genocidio, limpieza étnica, masacre, ocupación colonial, crímenes de guerra, asesinatos extrajudiciales), confirmó el grado de sesgo y partidismo con que los ciudadanos occidentales reciben noticias sobre los acontecimientos en Palestina. La base conceptual de estas distorsiones radica en el dogma según el cual la crítica a Israel es equivalente al antisemitismo, es decir, que rechazar el genocidio y el régimen de apartheid más salvajes del siglo XXI conlleva inevitablemente un discurso de odio hacia los practicantes del judaísmo. Semejante aserto no es sino un descarado chantaje. El senador Bernie Sanders –él mismo judío y descendiente de víctimas del Holocausto– lo expresó en términos esclarecedores: no es antisemita ni pro Hamas señalar que en poco más de seis meses el gobierno extremista de Netanyahu ha matado a 34 mil palestinos y herido a más de 77 mil, 70 por ciento de los cuales son mujeres y niños
. Describir los hechos no es discurso de odio, ocultarlos sí es una forma de violencia.
La sociedad y la clase política estadunidense deben escuchar a sus estudiantes conscientes, quienes arriesgan su futuro escolar y profesional porque les resulta moralmente imposible callar ante las atrocidades que comete Tel Aviv con el armamento, dinero, inteligencia y blindaje diplomático que le provee Washington. De continuar la embestida censora contra los universitarios y otras voces críticas, la autonombrada tierra de los libres
confirmará que ha vuelto a su época más oscura de represión de la palabra... y todo en aras de la más inicua de las causas.