Autorretrato de un lector y la pregunta de otro
n bondadoso médico comprometido con su carrera, sus creencias y una idea muy clara de servicio, que hará un par de años tuvo la ocurrencia de salvarme la vida –fue el de arriba
, se apresura a aclarar con la modestia vanidosa del que se sabe realmente capaz– y quien pide no mencionar su nombre, envía estas breves y sustanciosas reflexiones con el título de Autorretrato, las cuales comparto con los lectores, otros pacientes por donde se le quiera ver.
En mi evolución he sido ambicioso, egoísta, soberbio, mentiroso, traidor, idealista, astuto
, comienza el hombre.
Muchas veces estuve a punto de rendirme, pero no lo hice porque me di cuenta de que no sabía adonde quería llegar. Entonces, en vez de rendirme, cambié el rumbo de mi vida. Aprendí a no ofenderme, a aprovechar para mi crecimiento todo lo que la vida me ofrecía. Aprendí, también, que las etiquetas que pongo sólo reflejan mi punto de vista. Me di cuenta de que todo sucede porque es la voluntad de Dios (y Él no se equivoca). Trato de hacerme responsable de mis acciones, de no sentir culpa y de no culpar a otros. Me di cuenta de que no cometo errores, obtengo resultados inesperados de los que aprendo. Y sé que he aprendido muchas otras cosas que todavía no he notado porque no las he necesitado
, concluye este profesional de la salud.
Escribe Raúl Zamora: “Escuché una frase que me llenó de curiosidad y que pude apuntar: ‘si el que muere pasa a mejor vida… ¿Por qué nadie se quiere morir?’ ¿A qué atribuir esta notable contradicción?” Se afirma que este inteligente planteamiento es uno de los muchos que hizo un tamaulipeco conocido como El filósofo de Güémez, a quien se atribuyen dichos, ocurrencias y obviedades humorísticas incorporadas al lenguaje popular del noreste mexicano. Es tan perturbador el planteamiento de Güémez que ni religiones ni escuelas, en su interesada sabiduría, han querido darle explicación satisfactoria y menos algo de tranquilidad a creyentes y estudiantes. Todos tememos a la muerte porque la entendemos como castigo y pérdida terrible, no como algo tan natural como nacer. Tememos morir por condicionados conceptos culturales, religiosos, sicológicos, económicos y sociales. No creemos en una mejor vida porque no nos queda claro, aunque aquí estemos agonizando. Nuestro temor a la muerte es el gran fracaso de toda educación.