ásicamente, consiste en acusar a otros de lo que uno provoca. Es una acción recurrente en la manipulación ideológica y mediática. Cumple varias funciones estratégicas dentro del campo de batalla semiótico y la disputa por el sentido. Puede sintetizarse así: Yo provoco un daño y acuso a mi enemigo de haberlo hecho
. Es decir, culpar a otros por la premeditación dañina y sus no pocas operaciones canallas. Pero, en términos semióticos, es una táctica consciente de manipulación del sentido, diseñada y financiada para desorganizar la percepción pública y bloquear la formación de una conciencia crítica. Así la ultraderecha desata campañas de odio y luego acusa a la izquierda de polarizar
. Provoca crisis económicas o devaluaciones y luego acusa a gobiernos progresistas de incapacidad
. Genera violencia mediática, judicial o paramilitar y culpa a sus adversarios de violentos
. Ejerce censura privada desde medios concentrados y redes sociales, pero se declara víctima de censura
. Pega el bofetón y esconde la mano.
Desde una perspectiva semiótica crítica, esta operación cumple con la función ideológica de anestesiar el conflicto de clase, desfigurar el antagonismo real. En lugar de mostrar que hay una lucha irreconciliable (oligarquía vs pueblo, capital vs trabajo), se plantea un falso equilibrio donde todos polarizan
, todos censuran
, todos son corruptos
, todos son violentos
. Creen que así se iguala a opresores y oprimidos y se diluye la raíz histórica de clase, esencial en los conflictos. Es una forma de negación de la historia y de las condiciones materiales que determinan la lucha social. Esta operación invierte el vector de causalidad y responsabilidad en la cadena significante. Si pensamos en la comunicación como una serie de signos que orientan interpretaciones sociales, esta táctica actúa reorientando el flujo del sentido, de modo tal que las perversiones de que emanan de la burguesía se venden como reacción del pueblo
. Lo que viene de las plutocracias se hace pasar como si viniera de abajo
. El agresor burgués aparece como víctima. Esto se logra mediante la balcanización de los relatos, destazando los léxicos, manipulando imágenes afectivas y, sobre todo, control de los medios de difusión del sentido, horarios, frecuencias, targets, que permite masificar estas inversiones. Tergiversaciones y desfiguraciones.
Es un sistema permanente de sabotaje semántico, sintáctico y pragmático. Apunta a bloquear las posibilidades de articulación simbólica popular, saboteando el discurso emancipador. Al acusar a la izquierda de ser fascista
, corrupta
, dictatorial
, etcétera, se intenta manosear el léxico ético-político progresista y usarlo contra sus verdaderos portadores. Deslegitimar cualquier acción de transformación social como autoritarismo. Desmoralizar y fragmentar la base popular.
Es una guerra preventiva semiótica. Desde una concepción de la semiótica como campo de combate por la semiosis (la semiótica de la totalidad combatiente), esta operación puede ser entendida como guerra preventiva simbólica. Antes de que el adversario pueda construir sentido con fuerza popular, la ultraderecha lo desacredita con una inversión anticipada: Eres lo que yo soy, pero te acuso primero
. Esta operación actúa como fisión semiótica preventiva, una suerte de bomba semiótica que fragmenta el lenguaje, debilita la verdad y erosiona la coherencia popular. La operación semiótica de la ultraderecha, que acusa a otros de lo que ella causa, no es un simple acto de cinismo, es una tecnología de poder simbólico que permite mantener el orden hegemónico mediante la manipulación del sentido común. Frente a ella, crece la necesidad de una semiótica crítica combativa, que no sólo desenmascare estas operaciones, sino que construya relaciones de producción de sentido desde abajo, con raíz popular, memoria histórica y vocación emancipadora.
Eso que llaman inversión proyectiva es una forma de la guerra semiótica financiada para desviar y desfigurar la responsabilidad de una acción reprochable (violencia, censura, polarización, corrupción) hacia el adversario político, con el fin de desmoralizarlo, criminalizarlo y destruir su legitimidad simbólica. No se trata de una mentira simple: es un mecanismo (costosísimo) estructurado de inversión del vector de sentido, que transfiere el signo negativo de quien lo emite hacia quien lo denuncia o resiste. Esta operación cumple con una función ideológica fundamental: neutralizar el antagonismo social, diluyendo el conflicto de clase en un discurso simétrico de los extremos
. La dominación se disfraza de equilibrio y la resistencia se vuelve sospechosa. No les alcanza con ocultar la verdad, su plan es distorsionar todo sentido, de modo que la verdad resulte anodina y absurda.
Su objetivo estratégico es sabotear el sentido, socavar la posibilidad del pensamiento propio y del lenguaje emancipado. Esta operación es un capítulo de la batalla cultural
burguesa para confundir los valores éticos: el que denuncia es agresivo, el que explota es víctima. Desorientar la acción política: el pueblo ya no sabe si resistir es válido o si debe pedir perdón. Debilita la organización popular: sin claridad semiótica no hay táctica posible.
Contra la inversión proyectiva la respuesta no puede ser sólo defensiva. Se requiere una semiótica de la totalidad combatiente que integre análisis, memoria y creación cultural, y avanzar en construcción de escuelas populares contra agresiones mediáticas burguesas. Formación semiótica especializada en análisis y la intervención sobre del discurso y manipulación semiótica. Contraofensiva cultural organizada desde abajo: memes, canciones, videos, lenguaje coloquial que reinstale el sentido común popular.
No es suficiente invocar a la semiótica emancipadora como actividad científica interesada por los signos
, contra la inversión proyectiva, ni es suficiente idear clasificaciones o nomenclaturas que se agoten en el campo de las formas, sin explicar a qué cuerpos semánticos e intereses tributan. No es suficiente la pura descripción de las perversiones burguesas, ni las ofensivas en que se invierten fortunas… si se queda huérfana de historia, de contexto en el territorio de la lucha de clases que es condición en el desarrollo histórico. No es suficiente el estudio de casos
sin una exploración profunda de sus móviles económicos, políticos y culturales. Hasta hoy semiólogos se han conformado con explicar los signos, y eso está muy bien, pero de lo que se trata es de trasformar medios y modos y relaciones de su producción. Democratizar el sentido.