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Violencia y religión
E

l conflicto bélico entre Israel e Irán ha desatado muchos interrogantes sobre la paz en el mundo. Surge de nuevo la pregunta sobre el papel de la religión en las conflagraciones actuales. Gran parte de los especialistas sostienen que el fondo de las hostilidades entre Israel e Irán son motivaciones políticas, militares y geoestratégicas. Sin embargo, ambas naciones viven bajo regímenes teocráticos. Hay una muy delgada línea de diferenciación entre lo político y lo religioso, por lo que sería un error a priori descartar la incidencia de las tradiciones religiosas. Especialmente las tendencias radicales, sin duda el temor de un desenlace nuclear trágico como recurso escatológico.

La Organización Mundial de la Salud define la violencia como el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga probabilidades de causar lesiones, muerte, daños sicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones. Por tanto, es un comportamiento deliberado que provoca daños al prójimo. Es importante tener en cuenta que, más allá de la agresión física, la violencia puede ser emocional, mediante ofensas o amenazas. Por eso la violencia puede causar tanto secuelas físicas como sicológicas.

Violencia religiosa es una noción remota casi arqueológica. Desde la antigüedad hasta la Edad Media se guerreaba también en nombre de Dios. Lo sagrado, en sus diferentes formas religiosas, han sido sujetos u objetos de prácticas violentas.

En el caso de Irán desde la revolución islámica (1979), llamada también la revancha de Dios, la lucha contra el imperialismo estadunidense y su protegido Israel alcanza una espesura escatológica. Una guerra santa. Por su parte, Israel, más secularizado, sufre el embate de partidos políticos fundamentalistas que exaltan el carácter mesiánico del Sión, como una promesa vigente de los libros sagrados. Más allá de los resentimientos civilizatorios, subyace la disputa de Jerusalén como zona sagrada por las religiones del libro.

En el Antiguo Testamento encontraremos hechos muy violentos inducidos por la voluntad de Dios. Lo mismo ocurre con el Corán y el Tanaj que compila los principales textos sagrados del judaísmo.

El ascenso de los fundamentalismos religiosos y de las fanáticas ultraderechas en Occidente representan un riesgo a la estabilidad del planeta. Se exalta el rostro siniestro de la violencia en el nombre de Dios que toman la religión como causa, excusa o justificación del daño causado y de la muerte.

En entrevista con un diario español, el papa Francisco reflexiona así: “La violencia en nombre de Dios es una contradicción, no se corresponde con nuestro tiempo. Con perspectiva histórica hay que decir que los cristianos, a veces, la hemos practicado. Hoy es inimaginable, ¿verdad? Llegamos, a veces, por la religión a contradicciones muy serias, muy graves. El fundamentalismo, por ejemplo. Las tres religiones tenemos nuestros grupos fundamentalistas, pequeños en relación con todo el resto… Un grupo fundamentalista, aunque no mate a nadie, aunque no le pegue a nadie, es violento. La estructura mental del fundamentalismo es violencia en nombre de Dios”.

Los fundamentalistas islámicos o islamismo y los judíos tradicionalistas, en la guerra, justificaron la violencia a costa de las pérdidas humanas en ambos bandos. Hacen una lectura torcida de los textos que fundamentan la cultura y la identidad tradicional de sus pueblos.

El cristianismo católico también enfrenta estas disyuntivas. Desde la creación de la teología de la guerra justa, según la cual toda guerra es injustificada y, por consiguiente, inmoral. Pero la guerra se justifica, así dice la doctrina, si se hace por una causa justa objetiva, como la defensa o resistencia a una agresión, protección de los inocentes o la reparación de un daño. La guerra justa se justifica cuando es el último recurso disponible para promover una causa justa, ya que los medios pacíficos de resolución del conflicto se han agotado.

Hans Küng, teólogo suizo, sostenía que la paz mundial depende del diálogo entre las grandes confesiones religiosas. Sin un consenso ético básico sobre determinados valores, normas y actitudes, resulta imposible una convivencia humana digna. La religión como sustento ontológico. En ese consenso ético, las grandes religiones juegan un papel central en la construcción ética mundial. Para Küng, el diálogo entre religiones es crucial para superar las diferencias y encontrar puntos en común. Por ello propuso la creación de una ética mundial basada en principios éticos compartidos por las diferentes tradiciones religiosas, así como una la regla de oro, que dice: no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.

Jesús Ballesteros Llompart, filósofo y jurista español, también reivindica el papel de equilibrio de las religiones, que denomina religiones abiertas, para la erradicación de la violencia y la progresiva consecución de la paz. Entre este tipo de religiones considera al cristianismo que tuvo cambios dramáticos a partir de la ilustración y uno de los elementos fundamentales que preconiza como parte esencial de su credo: la exigencia del perdón.

En suma, la religión puede ser un factor catalizador de violencia y de guerra, también puede jugar un papel pacificador, que abone al diálogo y despresurice los rencores y garantice la paz.