Eddie Palmieri
ue el más inquieto, el más estudioso, el más gozón, el más atrevido, el más grande, y su desaparición física de este plano terrenal ha conmovido al planeta, al mundo musical y a todos aquellos que de una manera u otra hemos interactuado con su arte y su ejemplo.
La tarde del 6 de agosto no fue una tarde cualquiera, algo se movió profundamente en nosotros al enterarnos de su fallecimiento: “Se fue nuestro Beethoven”, se escuchó decir a Richie Ray, otro pianista enorme que ha conjugado la salsa con la música académica. “Se fue el sol de nuestra música latina”, dijo Bobby Cruz, el primero en dar la infausta noticia. Y así, muchos, cientos, de colegas, alumnos y público sensible mostraron en redes sociales su dolor y tristeza por la partida del maestro, “El arquitecto de la salsa progresiva”, “El Rumbero del Piano”, “El Monk Latino”…
Eddie Palmieri fue, desde la década de los 60 “un músico que siempre labró su camino a fuerza de creatividad y talento”, como citó el New York Times en su página de espectáculos; en tanto, el New Yorker refirió su última actuación en el Blue Note, en la primavera de 2024, como algo “mágico y milagroso” y la Fundación Nacional para la Cultura Popular de Puerto Rico lo describió como “una figura irrepetible dentro del pentagrama musical”.
Eddie, con sus diferentes formatos musicales de salsa y jazz latino, viajó por el mundo mostrando la cultura de su raza caribeña; entusiasta de la música y cultura afrocubana, generó adeptos hasta en los más apartados rincones. Reconocimientos los tuvo siempre. Sus premios incluyen un título de Maestro del Jazz otorgado por la Fundación Nacional de las Artes (el más alto galardón que puede recibir un jazzista en Estados Unidos), la inclusión de su música tanto en el Registro Nacional del Congreso de Estados Unidos como en los archivos del prestigioso Instituto Smithsonian; nueve Grammys obtenidos por sus producciones musicales y uno meritorio a la “excelencia musical” otorgado recientemente por la Academia Latina de la Grabación.
Nacido en el barrio del Bronx neoyorquino, conocido como el Spanish Harlem, en 1936, en el seno de una familia de migrantes italo-puertorriqueños, fue desde un principio un niño inquieto que participó en numerosos concursos de talentos. Cursó sus estudios básicos en el sistema escolar público de la ciudad de Nueva York y tomó clases de piano con Margaret Bonds, concertista de música clásica afroamericana, hasta que su madre lo inscribió en la prestigiada Juilliard School donde, según nos dijo en entrevista, estuvo “muy motivado” por el trabajo de Thelonious Monk y McCoy Tyner.
Eran los años 50, época de oro para la música latina en Nueva York. Palmieri comenzó su carrera como timbalero en la orquesta de su tío, El chino y su Alma Tropical, pero a insistencia de su madre dejó las percusiones y se dedicó al piano, acompañando a las orquestas de Johnny Seguí, Vicentico Valdés, Tito Rodríguez y en suplencias a su hermano mayor, Charlie Palmieri.

En 1961 creó su propia banda, La Perfecta, llamada así por esa idea “terca” de hacer una música rayana en la perfección, con muchas innovaciones y un formato inaudito basado en la combinación de dos trombones, flauta de madera, contrabajo y una sección aguerrida de percusiones afrocubanas. Era la época en que en Nueva York estaba de moda el chachachá y la pachanga, dos géneros musicales donde la flauta de madera de cinco llaves y al menos dos violines eran esenciales para su expresión.
Por eso llamó la atención que el conjunto de Palmieri no tuviera trompetas ni violines, como era la tendencia en agrupaciones neoyorquinas, como la de Johnny Pacheco, que seguían el tumbao “añejo” cubano, suave y armonioso, mismo que contrastaba con el de La Perfecta, más fuerte, agresivo y excitante.
Muchos tardaron en entender que lo que venía con Palmieri era una auténtica revolución musical y que, aun cuando se apoyara en el patrón rítmico cubano, lo de él era otra cosa: generar una combustión en la música bailable con ideas de avanzada, fuera de clichés y estereotipos.
Durante los primeros años Palmieri transformó al conjunto en un laboratorio incansable de ritmos caribeños y una estética jazzística tanto en presentaciones en vivo como en sus grabaciones, basándose en el concepto cubano de descarga al presentar a los miembros de su banda como solistas.
Many Oquendo, en el timbal y bongó; Tommy López, en las congas; Dave Pérez, al contrabajo; George Castro, en la flauta, y el enorme cantante Ismael El Pat Quintana completaron La Perfecta, una agrupación cimera que hasta el día de hoy es reconocida como la más vibrante, innovadora e influyente de ese periodo.
Dos elementos claves del sonido de Palmieri fueron el trombonista Barry Rogers y el guitarrista Bob Bianco, con quienes estudió los conceptos armónicos avanzados del teórico musical ruso Joseph Schillinger.
Rogers expuso también a revisión y estudio al trabajo de John Coltrane, cuyo uso de acordes en cuartas se convirtió en un sello distintivo del sonido de Palmieri. Rogers, junto con el brasileño José Rodrígues, fueron responsables de muchos de los arreglos que incluían mambos y moñas que la banda empleó en presentaciones en vivo y en el estudio de grabación.
Aquí hacemos una pausa porque el espacio lo exige. Además, lo que viene es la descripción y el análisis de la obra discográfica de este genio que, como ya dijimos, revolucionó el criterio de la salsa y del jazz latino.