odo el mes de julio pasado se celebraron con diversas ceremonias los 700 años de la fundación de México-Tenochtitlan. La principal fue el día 26 en el Zócalo capitalino, presidida por la presidenta de la República y la jefa de Gobierno de la ciudad. En su intervención, la mandataria describió a Tenochtitlan como un símbolo de organización, poder, ciencia, arte y visión que representó el centro de un mundo indígena. Hubo una escenificación histórica a cargo de integrantes de las fuerzas armadas. Cabe señalar que el anterior mandatario también celebró en 2021 los 700 años de esa fundación, y que fue notable la ausencia de muy buena parte de la academia que estudia ese pasado.
Uno de los temas más destacados de lo que se dijo en julio sobre Tenochtitlan fue la forma sabia como sus pobladores supieron organizarla. Con templos ceremoniales, vastos y bien surtidos mercados. Además, a la llegada de conquistadores españoles era un imperio con leyes, lengua, escritura, medicina, ingeniería, cultura y conocimientos astronómicos. Y algo fundamental: el uso racional del agua. Cómo este recurso indispensable lo utilizaron para desplazarse por canales y lagunas, para irrigar sistemas de cultivos muy sostenibles y/o obtener fauna acuática.
Esa gran metrópoli se ubicaba, como ahora la Ciudad de México y las demás poblaciones que conforman la mayor concentración humana, industrial, comercial, burocrática, educativa y de servicios del país, en una cuenca cerrada, de cuyas partes altas descienden 45 ríos con cuya agua se alimentó los lagos de Texcoco, San Cristóbal, Xaltocan, Chalco, Zumpango y Xochimilco. Hoy sólo quedan, y no con esplendor, los tres últimos. Además, tres lagunas: Tochac, Apan y Tecocomulco.
Sobre una parte del agua del lago de Texcoco se fundó y floreció México-Tenochtitlan; la que conquistadores y cronistas que los acompañaron, como Bernal Díaz del Castillo, definieron como gran metrópoli por su trazo urbano, su numerosa población, su red de abastecimiento de agua limpia y sus calzadas y canales de navegación para movilizar personas y mercancías. Sus magníficos templos y palacios, sus casas y sus sistemas de cultivo, destacadamente el de la chinampa, que todavía subsiste. Y la enorme cantidad de productos que se expendían en el principal mercado-ciudad: Tlatelolco, el cual llegó a tener hasta 60 mil visitantes y al que llegaban productos de otras partes de la Cuenca. Hasta del Golfo de México.
Si con tanta furia destructora los conquistadores arrasaron templos, centros ceremoniales, cultura y mataron a miles, no fue menor la que ejercieron para alterar el sabio sistema hídrico de la urbe. El agua fue el enemigo natural a vencer, a eliminar. El motivo: los daños que provocaban sus desbordes y originados en la destrucción del sistema hidráulico tan sabiamente construido. Y con otra finalidad: hacerse de tierras para erigir la nueva ciudad, con palacetes, conventos, iglesias y calles para la circulación de un moderno pero pesado medio de transporte: los carruajes.
En el siglo XVI la ciudad creció sobre lo que era un medio lacustre. Pero eso aumentó las inundaciones. También las epidemias originadas en las aguas contaminadas y por cuya causa murieron especialmente indígenas. Había entonces que controlar las inundaciones y desecar la zona lacustre de la nueva ciudad y que creciera en tierra firme. Y poco a poco lo lograron las autoridades coloniales.
Una de las obras clave de esa época fue el Tajo de Nochistongo. Se comenzó a construir en el siglo XVII por iniciativa del ingeniero español Enrico Martínez. Junto con otras, como el Gran Canal, fueron claves para borrar casi por completo el ejemplar ecosistema lacustre de México-Tenochtitlan. Algunas de esas obras sirven para desalojar las aguas negras.
Ahora que las intensas lluvias colapsan la capital y ciudades vecinas, no faltan los que culpen de lo que pasa al régimen colonial por destruir México-Tenochtitlan. Pero especialmente desde el siglo pasado, la definitiva alteración del ecosistema lacustre es obra del sector público, que nunca ha elaborado un programa de crecimiento urbano sostenible. A ello se suman la corrupción y la especulación, especialmente desde el siglo pasado, como mostraré el lunes próximo.