n alto el fuego es una tregua, no una paz estable. El anuncio de un compromiso bilateral de cese a los combates en la zona de Gaza, ampliamente festinada en los medios, es un paso adelante, pero no sienta bases sólidas para la paz en Medio Oriente, pues no tiene como premisa el reconocimiento del Estado palestino, con territorio y autoridad propias, y como miembro de pleno derecho de la comunidad de naciones. El llamado plan de paz final para Gaza no menciona el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino, derecho reconocido en la Carta de Naciones Unidas, en los principales tratados internacionales y reafirmado por la Corte Internacional de Justicia en múltiples opiniones consultivas.
Lejos de reconocer la soberanía del Estado palestino, “el plan de los 20 puntos” consigna que Gaza tendrá una administración civil pacífica, sin Hamas y sin la Autoridad Palestina, compuesta por expertos de todo el mundo “ampliamente calificados”. Lo grave es que la expresión “todo el mundo” no incluye a los palestinos.
Tampoco se trata del fin de la ocupación israelí del territorio palestino. Según lo expresó el propio gobierno derechista de Israel un día después de la firma de los acuerdos: las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) se retirarán sólo parcialmente de sus posiciones actuales, pues se mantendrán en 53 por ciento del territorio de Gaza. Hamas quiere que Israel salga de la franja de Gaza, pero el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, afirma que eso no ocurrirá nunca.
El plan, en efecto, no contempla ningún compromiso para el repliegue del ejército de Israel, una vez que hayan sido liberados todos los rehenes, y aun en el caso hipotético de la desmilitarización de Hamas, el ejército israelí continuará controlando un amplio perímetro de seguridad en la frontera en un futuro próximo.
Pero aun el publicitado cese al fuego no es una realidad que se vislumbre consolidada, cuando dos días después de anunciado el acuerdo todavía seguían los bombardeos en el norte de la ciudad de Gaza, con un saldo de 70 personas afectadas entre muertos y heridos, con el argumento de las fuerzas israelíes de que “sigue siendo una zona peligrosa”. Así lo describe puntualmente un reportero in situ, Hani Mahmoud, de la cadena catarí Al Jazeera: “En las últimas 24 horasmuchos de estos edificios que una vez estuvieron en pie, muchas de estas áreas que una vez estuvieron densamente pobladas, barrios vibrantes y calles comerciales, fueron diezmadas por el ataque en curso”.
En todo caso, el acuerdo preliminar se suscribe después de más de 67 mil muertos en la franja de Gaza, la inmensa mayoría civiles indefensos y no fuerzas de combate de Hamas, una cifra 60 veces superior a las bajas producidas por el ingreso de ese grupo a Israel el 7 de octubre de 2023, un ataque irracional que en su momento también condenamos. El ministerio de Salud gazatí dio la cifra exacta de las bajas el día de la firma del armisticio: suman 67 mil 194 los asesinados y 169 mil 890 los heridos palestinos por las fuerzas de Israel desde el inicio de los ataques en reacción por la incursión del grupo extremista.
El frágil acuerdo de cese el fuego no es fortuito: Israel está aislado como nunca antes desde su independencia en 1948. Como en este mismo espacio lo comentamos, una decena de países se sumaron el reconocimiento del Estado palestino, apenas el mes pasado, incluidos aliados histórico de Israel, miembros de la OTAN, y la aparición de Netanyahu en el podio de la Asamblea General de la ONU en Nueva York, para refutarlos, provocó una retirada masiva de diplomáticos.
Por supuesto que hay que congratularse de que cuando menos se permitirá ahora, después de dos años de ocupación, que los organismos internacionales, públicos y privados, puedan por fin entrar para asistir, con ayuda humanitaria, a una zona devastada, con hospitales demolidos, escuelas destruidas y áreas habitacionales arrasadas. El plan en marcha ofrece un respiro urgente y necesario a millones de palestinos en Gaza que han soportado bombardeos, desplazamiento, destrucción, hambre y, como lo resumió una comisión investigadora de la ONU, genocidio.
El acuerdo incluye la liberación de rehenes israelíes por parte de Hamas y la de presos palestinos por parte del gobierno de Israel, pero condicionado todavía a que no sean liberadas figuras icónicas que han luchado por la libertad y el reconocimiento del Estado palestino, como el veterano dirigente Marwan Barghouti, en prisión desde 2002, y, por cierto, adversario, o cuando menos no afín, a la organización Hamas.
Pero, además, no hay todavía un planteamiento global de paz para toda la franja con amplia población palestina. Por ejemplo, Cisjordania, también ocupada, que por décadas ha vivido niveles extremos de violencia, no figura en ninguno de los 20 puntos del programa de paz puesto en marcha la semana pasada. Eso significa que continuarán creando asentamientos judíos y ampliando sus carreteras en la zona, un proceso intensificado estos dos años a partir del ataque de Hamas a Israel.
En suma, es una buena noticia que de momento cesen los ataques en la zona de Gaza y que pueda frenarse el genocidio, pero una paz con bases firmes, que otorgue seguridad plena y permanente a ambos pueblos, Israel y Palestina, sólo podrá construirse sobre la premisa de dos pueblos, dos soberanías nacionales.