l libre comercio es una medida política. Su sustento se remonta a las formulaciones que a finales del siglo XVIII y principios del XIX, hicieron Adam Smith y David Ricardo. En esencia se trata de las medidas que no discriminan en contra de las importaciones, ni interfieren con las exportaciones. Una política de libre comercio no significa que un país abandone necesariamente los controles y los impuestos sobre las transacciones con el exterior.
Smith llevó la noción clave de la división del trabajo y la especialización como base de la generación de valor a las relaciones comerciales entre países, lo que provocaría una mayor eficiencia y un incremento en la producción. Ricardo especificó que la ventaja de un país en la producción de un bien no tenía que ser absoluta para justificar el comercio, pues las ventajas son de carácter comparativo.
La especialización, determinada por los costos de oportunidad (los costos en términos de otros productos que dejen de producirse), permite el intercambio comercial mutuamente benéfico para los participantes, aun cuando uno de ellos sea más eficiente en la producción en general. La idea es que un país debe enfocarse en lo que hace mejor o de modo más eficiente y comerciar en lo demás. Ciertamente, la especialización puede provenir de un entorno comercial creado, por ejemplo, por los acuerdos comerciales entre países que, por diversos factores, dividen y especializan el trabajo y la producción.
La política de libre comercio contiene también los mecanismos que lo restringen, entre ellos las tarifas que son un instrumento que usan los gobiernos para incidir en las condiciones del intercambio y la gestión de la actividad económica. Son un impuesto sobre los productos importados, lo que eleva sus precios y hace que los productos domésticos se vuelven más competitivos; en ocasiones en contra de la eficiencia en el uso de los recursos.
Hoy hay una disputa acerca de lo que se consideran como distorsiones de las pautas productivas, la generación de empleo, las corrientes de comercio y capitales que lesiona los intereses nacionales. Esto representa un cuestionamiento del entorno que ha provocado una creciente interrelación comercial, productiva y financiera que llevó a un intenso proceso de globalización.
Una de las cuestiones que se debaten es el significado de los déficits comerciales en las condiciones productivas, financieras y laborales. De ahí parten las políticas restrictivas al comercio y el cuestionamiento frontal del esquema global de producción y financiamiento que se expresa en la localización de la producción, los flujos de comercio, las transacciones financieras y las condiciones que definen las cadenas de producción y abastecimiento. Los objetivos principales de las políticas de comercio en cuanto a la protección de las actividades económicas y el sistema de incentivos están abiertos a un replanteamiento que incluye: la aplicación de tarifas, subsidios, cuotas, requerimientos de contenido local y derechos antidumping.
El influyente ex representante comercial de Estados Unidos Robert Lighthizer señala que debido a lo que llama una “ingenua devoción por la teología del libre comercio”, las empresas han sido beneficiadas durante décadas al mover fuera del país la producción de manufacturas por las ventajas del menor costo laboral, entre otras cosas”.
Sostiene que el proceso se aceleró en los primeros años de este siglo cuando China entró en la Organización Mundial de Comercio y tuvo acceso a los mercados globales. El asunto lo relaciona con el déficit comercial y que significa una transferencia de riqueza al extranjero y las consecuencias negativas que esto tiene en la sociedad.
En este debate acerca del origen y las repercusiones del déficit comercial hay una postura que se ha discutido de modo amplio y que se elaboró en libro titulado Las guerras comerciales son guerras de clase, de Matthew C. Klein y Michael Pettis. Ahí se propone que los conflictos comerciales resultan preferentemente de las políticas internas que provocan la creciente desigualdad y no de la competencia externa entre los países.
Cuando las políticas económicas y sociales transfieren los ingresos de los trabajadores a los grupos que lo concentran, esto lleva a un excedente de bienes que no son consumidos internamente, lo que se expresa en los excedentes comerciales. La cuestión genera tensiones en la medida en que los países con esos excedentes compiten para exportarlos, mientras los países con déficit los absorben y, así, se alienta aún más la desigualdad.
En las palabras de Pettis, el costo del comercio y el conflicto que entraña en las condiciones actuales no refleja las diferencias en los costos de producción, sino la diferencia en los desbalances del ahorro, provocados por las distorsiones en la distribución del ingreso. De ahí desprende que las guerras comerciales se deben a los persistentes desbalances que, a su vez, resultan del hecho que el ingreso se distribuye de manera tal que los trabajadores y las clases medias no pueden consumir lo suficiente de lo que producen.