uando suena la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), como hace ahora y no por las mejores razones, queda claro que hay manos midiendo el agua a los camotes. Sucede cada tanto en esa entidad clave para la vida del país en educación, ciencia, cultura y liderazgo académico-político. Nunca le han faltado enemigos peligrosos ni aliados tóxicos. Factor de poder, centralizada de manera monolítica desde 1972 (apenas cuatro años después del 68), ha conocido desafíos reales del estudiantado, los académicos mayoritarios, los trabajadores llamados “administrativos” y, recientemente, las feministas.
Los estudiantes fluyen, pasan; unos cuantos afortunados se institucionalizan aprovechando lo que queda de la proverbial capilaridad social en la universidad pública. Académicos y trabajadores, sindicalizados hace décadas, rara vez le mueven al agua; son parte de la estructura y de una rutina donde el profesorado de bachillerato y licenciatura sufre una inalterable desigualdad laboral y académica. Por encima de todos, sin resabios de democracia, opera una élite compuesta por investigadores “nacionales”, catedráticos y la “burocracia dorada”.
Nacional y autónoma, la universidad está siendo escenario de acontecimientos que llaman a la preocupación. En pocos días vimos tres incursiones “inocentes” de las fuerzas armadas a Ciudad Universitaria: respectivamente, por error, extravío y urgencia veterinaria. Desde 1968 no entraban tropas, no conocen el rumbo, pues. ¿Fue casual la Guardia Nacional estacionada frente al auditorio Justo Sierra / Che Guevara? Pudo leerse como advertencia a sus sectarios ocupantes, a la Facultad de Filosofía y Letras y al campus en su conjunto. En tanto, el camión de tropas que rondó la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y otras, podría alimentar suspicacias, pero por fortuna fue un hecho fortuito nada más.
Días antes, el vecino Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Sur fue escenario de un asesinato, cometido por un alumno contra otro que ni conocía. Se nos explicó que fue un incel desequilibrado. Abundan la depresión y el aislamiento de los jovencitos. Persiste el acoso a las mujeres. Gran preocupación de los padres de familia ante el renovado cúmulo de historias porriles (esa lacra histórica de la casa de estudios) en preparatorias y CCH, así como la presencia de traficantes de droga (más allá de los clásicos vendedores de mota) vinculados con grupos criminales. Los bachilleratos y las facultades atraviesan días peligrosos.
La burocracia universitaria nunca ha sido progresista. Pablo González Casanova fue el negrito en el arroz. Y ni duró. Después de su abortada reforma se montó la dinastía que gobierna hasta hoy el alma mater. Otra sorpresa polémica de esta UNAM fue su júbilo (a pedido de nadie) por el premio Nobel de la Paz más mediocre y electorero que recuerdo, sin nada que ver con la paz, ni con la UNAM, que se sumó al coro de intelectuales, políticos y magnates que jalan agua a su molino soñando con su propio Bolsonaro, Guaidó o Corina, y ven al trumpismo como aliado estratégico. Ya entendimos: todo contra Maduro, nada contra Israel.
Con el “tema” de Palestina y su arrasamiento genocida, la institucionalidad universitaria ha sido silenciosa, cobarde o llanamente pro sionista. El papel del canciller Ramón de la Fuente resulta simbólico. Protagonista de la casta dorada que fundaran Guillermo Soberón y el gobierno echeverrista, fue íntimo funcionario zedillista y rector después de la huelga de fin del siglo sobre cuyos escombros se restableció el control burocrático; es pública su amistad con la academia y el empresariado sionista.
La raíz del silencio universitario no reside ahí realmente. La presencia académica y científica de intereses y financiamientos sionistas podría ser estratégica. ¿Cuántos proyectos reciben aportes e intercambios del Instituto Weizman o la Universidad Hebrea de Jerusalén, por ejemplo? Tal vez la burocracia y la élite universitaria no tienen margen para arriesgar sus fondos universitarios de origen estadunidense o israelí cuestionando a Israel, como sí lo han hecho El Colegio de México y otras casas de estudios.
Este contexto explicaría el interés de los actuales poderes que son por tener bajo control a la UNAM; en ese rejuego que tantas veces la ha atribulado, siempre hay manos, manotas, que le mecen la cuna. La comunidad amedrentada, ¿apechugará con la colocación de torniquetes en los accesos, de detectores, cámaras a pasto, vigilantes a cada paso? Paraíso autoritario en lo que debe ser un espacio de libertades.
En vísperas de nuestra tajada de Mundial, que por desgracia es otro negocio de Donald Trump, en la Ciudad de México se aceleran las vías a la gentrificación, la privatización del espacio, el control físico y digital de las multitudes. Se consolidan las burbujas urbanas y suburbanas para el turismo y las clases altas, hasta cierto punto, a salvo de las inundaciones de agua, gente, delincuencia y desastres viales.
La UNAM es una ficha en el juego de poderes. Y así como el equipo Pumas puede ser decepcionante a cada rato, sin dejar de ser rentabilísimo, la élite universitaria también gana por default, pues no hay descenso ni corrección posible de rumbo.