Cristina Pacheco recibe
galardón literario y homenaje en Chiapas
Cuidar la palabra, y no la prostitución, el oficio más antiguo de las mujeres
Tengo la certeza de que para soportar la vida cotidiana hay que contarla, dice la escritora
Pablo Espinosa Del amor
por las palabras, del placer de contar historias, de la pasión de vivir y
ponerlo en escritura.
Cristina Pacheco recibe a partir de hoy un homenaje en Tuxtla Gutiérrez, donde le será entregado, por su obra literaria y de parte de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, el Premio Rosario Castellanos durante el Encuentro de Escritoras que desde 1991 se realiza en aquella ciudad.
Con ese motivo es la siguiente conversación con la escritora Cristina Pacheco.
``Soy una escritora que vive muy pegada a la realidad. Quizá sin ese contacto permanente no podría haber sostenido una sección de cuentos durante veinte años en los periódicos'' Foto: Elsa Medina
Dónde está la frontera entre literatura periodística y ficción en tu trabajo?En el trabajo mismo, en el gusto que le das a las palabras, en la atención que le pones a un relato y en el ordenamiento de la información que tienes, que buscas o que inventas. Soy una escritora que vive muy pegada a la realidad. Quizá sin ese contacto permanente no podría haber sostenido una sección de cuentos durante veinte años en los periódicos.
En términos formales, técnicos, cómo estructuras tus relatos?Parten de algún detalle que me da la realidad; puede ser una fotografía, una voz, un nombre. Puede ser la cosa más insignificante. Después empiezo a imaginarme cómo se lo contaría a alguien. Pienso en cómo me lo hubiera contado mi madre, que era una narradora excelente. Y gracias a que me imagino cómo ella lo hubiera contado, encuentro la voz narrativa.
Por eso la predilección por el tono coloquial...Tal vez sí, porque siento que las historias son para contarse y la forma más inmediata de contarlas tiene esa riqueza de la oralidad. No es fácil encontrar el tono de absoluta naturalidad. Quiero que si alguien lee estos relatos piense que se lo contaron directamente o que se lo están contando con estas palabras. No quiero un lector distante o ajeno, quiero en cambio que se identifique con las historias. A mis personajes les pasa lo que le pasa a la gente todos los días. Yo no sé si lo he logrado, pero alguna prueba de ello tengo cuando en la calle la gente me ha dicho que tal historia le pasó a su tía, o cuando me dicen yo tengo una historia que me gustaría contara, un pedacito de mi vida. Eso quiere decir que hay una línea muy clara y muy sencilla que se ha ido pendiendo de unos narradores a otros, y a mí me toca ser la que junta toda esa información y escribir un resumen de algo de lo que está pasando o de lo que tiene que ver con mi vida.
Este placer de narrar historias puede convertirse algún día en novela?Lo que pasa es que esa conversión está debajo de mi cama. Es una historia muy triste: hace tiempo trabajaba en una revista femenina que estaba en quiebra; coincidió con que mi esposo hizo un viaje muy largo, de tres meses, entonces yo me veía despojada por los dos lados: sin mi compañero y sin posibilidades de hacer una revista porque no había dinero. Entonces me quedaba mucho tiempo libre y mis cartas empezaron a convertirse en textos muy largos dirigidos a José Emilio (Pacheco); le contaba muchas cosas que no tenía con quién compartir, mi hija Laura (Emilia) era muy pequeña. A su regreso, José Emilio me mostró una maletita con todas mis cartas; ahí hay un montón de historias de las que nunca me habías hablado, me dijo; tus tíos, tus padres, el rancho, el pueblo; te pido que me lo cuentes otra vez. Pero no les dí importancia a esas cartas y las rompí en un arrebato de enojo por cualquier cosa tonta y me dije eso no sirve para nada. José Emilio generosamente me dijo: es una injusticia lo que has hecho contigo misma, vuelve a empezar.
``Volví a empezar, y en otro viaje que hizo empecé a escribir todo lo que se me ocurría respecto de aquello que le había contado en esas cartas. Y se convirtió en un mamotreto que está debajo de mi cama y sufro porque veo que tiene 4 mil 700 páginas. No creo que sean buenas, pero es una historia completa, va desde 1945 hasta 1960, todo lo que fue la historia de una familia de emigrantes, los emigrantes permanentes, del rancho al pueblo, del pueblo a la ciudad, al barrio, del barrio a la colonia, de la escuelita de pueblo a la preparatoria en la ciudad, a la Universidad, a Difusión Cultural, a empezar a tratar gente de muchos estratos debido al periodismo, que empecé a practicar muy joven.
``Todo eso está en esa historia, pero nunca he tenido dinero para dedicarme a expurgar esa historia grandísima y convertirla en una novela como yo quisiera que fuera, digna de la gente a quien tanto he amado, que son mis padres, que son ejemplares para mí, gente muy sencilla de campo, gracias a quienes aprendí el valor de contar. Las noches en el campo eran noches de contar historias, nos sentábamos afuera de la casa a ver oscurecer. Nunca olvidaré las voces, porque en la oscuridad de pronto ya no se veían las caras. Historias y personajes que me hacían sentir tranquila y no querer nada más que estar metida en ese mundo de palabras.
Tiene título esa novela?Nunca le he puesto título, nunca me he atrevido a sacarla de debajo de mi cama y me he enamorado tanto del trabajo de periodista que ya no quiero suspenderlo. Cuando ya no pueda hacer todo lo que hago, cuando ya no tenga esas fuerzas físicas que ahora por fortuna me acompañan, quizá tenga la calma necesaria para sentarme y rehacer esa novela, pero si no soy yo quien la arregle, si pasara algo conmigo, sólo otra persona podría arreglarla, y sería José Emilio, y si no le pediría que se destruyera porque no tiene caso así. Es una confesión demasiado larga, demasiado personal, requeriría una especie de protección amorosa de alguien. A lo mejor no vale nada para nadie. Para mí ha valido. Sigo cierta que para poder soportar la vida cotidiana, hay que contarla.
``Y en ese sentido soy fiel a mi oficio. Las mujeres, no sólo las de mi familia, todas las generaciones de mujeres, lo son. Dicen que el oficio más antiguo es la prostitución. Yo creo que no. Las mujeres tenemos un oficio más antiguo que es el de cuidar a las palabras. Hay generaciones, miles de mujeres que enseñaron a hablar a sus hijos, que cuidaron esas palabritas, que oyeron las historias de los hombres que se iban al otro lado, al otro lado de la puerta de la casa, al otro lado de la calle, a la colonia siguiente, al pueblo siguiente a trabajar, y cuando regresaban les contaban lo que habían visto allá, del otro lado, y era maravilloso. En mi familia se guardaban esas historias para después contárselas al más pequeño, al que viniera. Esas historias están relacionadas con la protección del fuego, el fuego para calentar la comida, para calentar el hogar. Es algo muy primitivo pero es algo que sirve. Y yo quiero que la literatura sirva para vivir''.
José Emilio Pacheco
Miguel Barbachano Ponce
José Cueli
La última ciudad
(Segunda y última parte)
Videoarte
De Gramatología y Lingística