El roquero argentino ofreció un concierto
diferente, en un Auditorio lleno hasta el tope
Los episodios sinfónicos de Cerati resistieron
lo suave, lo clásico
Vencido por la nostalgia, agradeció la
comprensión del público ante la difícil situación
de su país
ARTURO CRUZ BARCENAS
Las
composiciones de Gustavo Cerati son tan de buena factura que se resisten
a pasar por el tamiz que suaviza, por la atmósfera clásica;
lo mismo pensaron muchos de los asistentes al concierto sinfónico
del músico argentino del pasado sábado, en el Auditorio Nacional,
lleno hasta el tope, en el que el roquero cantó durante hora y media
varios de los temas que fueron éxito con su ex grupo Soda Stéreo.
No explotó la euforia del respetable, pues las
composiciones tienen mayor efecto con el trío que formó con
Zeta Bosio y Charly Alberti, disuelto ya, para amargura de sus incondicionales.
El propio Cerati había advertido que sería
un concierto diferente, pero entre los asistentes no faltó
el que esperara una sorpresa. Por lo menos un desenchufado.
Tuvieron, en cambio, por momentos, el estruendo de 50
músicos que mostraron la potencia orquestal en algunos pasajes de
Corazón delator, el encore destacado de la noche. Vestido
con un largo abrigo de mezclilla con forro rojo, Cerati aparentaba ser
el personaje de El Principito.
Casi al final, Gustavo supo que los jeans tienen
su razón de ser, cuando al brincar para rematar una nota estruendosa
pisó tal abrigo y haciendo un alarde de equilibrio evitó
caer, lo cual hubiera sido algo más que el negrito en el arroz.
Se sobrepuso, aunque ganas no le faltaron de quitarse la estorbosa prenda.
Abrió con Canción animal, cuyo tono
y tempo marcaron la noche. Así fue con la interpretación
de sus 11 episodios sinfónicos, como se tituló al concierto.
El clímax fue cuando Persiana americana surcó el Auditorio
Nacional. Pero la fuerza del rock pasó por la criba de los arreglos
de Alejandro Terán. Por momentos, Cerati parecía estar recitando,
más que cantando.
Violines, oboes y violonchelos dieron paso a versiones
nuevas de los denominados episodios, a los que Cerati no define
como historias, pues eso no se le da, precisó.
A sus 42 años, era lógico que Cerati buscara
hacer este sinfónico disco de transición para abrir paso
al que será un disco con temas nuevos, luego de Bocanada
(1999). Son experimentos, lujos. No puede negarse el esfuerzo de originalidad
de Terán y Cerati. Lograron versiones diferentes de sus made
in home, como ellos les llaman, de éxitos como Un millón
de años luz.
La crisis se su país
Al ver el Auditorio Nacional totalmente lleno, el argentino
no resiste y lo vence la nostalgia. Cita la difícil situación
de su país, el diario sufrir de millones, por factores que "no son
exclusivos de Argentina".
Camina en círculos, suspira, medita para sí.
Sólo él sabe qué imágenes lo remontaron hacia
quién sabe qué o quiénes. Agradece la solidaridad,
la compañía, la comprensión del viacrucis. No dejará
su país, no es una rata que abandone el barco, cuando éste
se está hundiendo. No huirá a Miami, por ejemplo.
La experiencia de los 11 episodios sinfónicos se
repetirá tan sólo unas cuantas veces, expuso el propio Cerati.
Pero no más. Al salir la noche del sábado del Auditorio,
el público llevaba su propia idea de lo que acababa de vivir. Si
es o no el músico que ha hecho brillar más al rock en español
en el mundo, aún es corta la perspectiva histórica para ilucidarlo.
A algunos asistentes les agradó la personalidad
tranquila, de sosiego, de Cerati, cualidad que es digna de resaltar dado
el ego esquematizado de los ches.