William Hartung
El regreso de los guerreros
La política nuclear de Bush: ¿Haciendo
del mundo un lugar seguro para las armas nucleares? La nueva doctrina
nuclear de George W. Bush representa un distanciamiento abrupto de las
políticas de administraciones previas, tanto demócratas como
republicanas. Lejos de ser un "nuevo pensamiento", como algunos analistas
la califican, la política nuclear que propone Bush representa el
triunfo de un reducido círculo de teóricos conservadores
que por largo tiempo ha presionado para que las armas nucleares se erijan
en garantes de la superioridad militar estadunidense y en herramienta para
ejercer influencia política y estratégica. Si bien el presidente
Bush se ha pronunciado en favor de reducir sustancialmente el número
de cabezas nucleares desplegadas por su país, su propuesta política
expandiría dramáticamente el papel de las armas nucleares
en la estrategia estadunidense. Si uno mira más allá de los
números y se detiene en la filosofía detrás de esta
nueva doctrina, es clara la similitud que comparte con las opiniones que
prevalecieron en la era previa a Ronald Reagan acerca del uso de las armas
nucleares.
En contraste con Reagan, quien llegó a opinar que
la eliminación de las armas nucleares debía ser el objetivo
último de la política de Estados Unidos, la administración
Bush busca revivir a estas armas mediante el desarrollo de una capacidad
bélica flexible, basada en la vigorización del complejo nuclear.
A diferencia de su padre, George Herbert Walker Bush, quien removió
las armas nucleares tácticas de las unidades de tierra y navales
como medio para reducir el riesgo de un enfrentamiento nuclear, la aproximación
del hijo prepara el camino para el desarrollo, la experimentación
y el despliegue de una nueva generación de armas nucleares de bajo
alcance. A diferencia del gobierno de Bill Clinton, que intentó
realizar cambios en la política nuclear estadunidense sin por ello
abandonar los tratados internacionales para el control de armamentos, Bush
y su equipo ya anunciaron su intención de retirarse de uno de los
principales acuerdos, el Tratado de Misiles Anti-Balísticos (ABM)
de 1972, y sus planes nucleares amenazan con desestabilizar los demás
pilares del actual régimen mundial de control de armamentos.
Este reporte busca arrojar luz sobre dos aspectos importantes
de los cambios que Bush propone realizar a la política nuclear de
su país y que merecen especial atención: 1) el grado en el
cual la nueva doctrina surge de un conjunto de supuestos unilaterales extremadamente
estrechos, provenientes del gabinete estratégico conservador, como
el National Institute for Public Policy (NIPP), sin que se integren
los puntos de vista divergentes de otras personas, sean militares retirados,
republicanos moderados o expertos científicos, y 2) la influencia
que ejercen los intereses de las corporaciones e instituciones que se benefician
de las inversiones en el ámbito nuclear y la defensa.
Pero primero necesitamos conocer el contexto de la nueva
doctrina.
El experto en defensa William M. Arkin, quien proporcionó
el primer análisis público detallado de la postura nuclear
del Pentágono en un reporte de Los Angeles Times del 10 de
marzo, sintetiza la nueva política de Bush como "una doctrina de
planeación integrada y extendida de guerras nucleares, que da al
traste con dos decenios en los que se buscó relegar a las nucleares
a la categoría de armas de último recurso".
Tres elementos del nuevo plan preocupan particularmente
a los críticos:
1. La extensión de la lista de posibles blancos
nucleares. El Pentágono busca desarrollar "planes de contingencia"
para usar armas nucleares contra un amplio rango de adversarios, posean
o no armas nucleares. La nueva lista incluye a China, Irán, Irak,
Libia, Corea del Norte, Rusia y Siria.
2. Reducir el umbral nuclear. Las circunstancias bajo
las cuales se consideraría el uso de armas nucleares se extienden
a situaciones que amenacen la supervivencia de Estados Unidos y que incluyan
el uso de armas químicas y biológicas; un ataque a Israel
por parte de Irak o alguno de sus miembros; un conflicto militar en Taiwán;
que Corea del Norte ataque a Corea del Sur, o simplemente como respuesta
a "desarrollos militares sorpresivos".
3. Crear "armas nucleares utilizables". Se pretende desarrollar
armas nucleares nuevas, de bajo alcance, que puedan usarse contra "objetivos
capaces de soportar ataques no nucleares", como bunkers a profundidad.
Como anota Richard Butler, del Council on Foreign
Relations, la idea central de la nueva postura contradice la petición
hecha por Estados Unidos en la conferencia sobre el Tratado de No Proliferación
Nuclear (TNP), en mayo de 2000, de que "exista un compromiso inequívoco
con la eliminación total de nuestro arsenal nuclear" a cambio de
que los signatarios del TNP mantengan su compromiso de renunciar al desarrollo
de armas nucleares. Butler sugiere que la conclusión lógica
de dicha petición es remplazar la doctrina de disuasión con
la de "la destrucción unilateral asegurada, estilo americano",
resultando en una carrera armamentista nuclear.
En el editorial intitulado "Estados Unidos, paria nuclear",
The New York Times indica que, debido a que la política del
Pentágono reduciría el umbral nuclear y socavaría
el TNP, Bush debe "regresarla inmediatamente a sus autores y exigir una
nueva versión que no atente contra la seguridad de las generaciones
futuras". El editorial agrega que "las armas nucleares no son sólo
una parte más del arsenal; son diferentes, y reducir el umbral de
su uso es una temeridad absurda".
Pero los funcionarios se defienden de esos duras aseveraciones.
En una declaración el Pentágono sugiere que el objetivo de
la nueva doctrina es simplemente tener "un conjunto más variado
de opciones de disuasión de armas de destrucción masiva".
Recientemente, el presidente Bush afirmó que considera que el arsenal
nuclear estadunidense es "un factor de disuasión, una manera de
decir a quien quiera dañar a Estados Unidos que no le conviene hacerlo.
Y el presidente debe contar con todas las alternativas disponibles para
darle significado a ese poder disuasivo".
Una manera de evaluar los elementos dispares de la doctrina
nuclear de Bush es mirar de cerca sus orígenes. En buena medida,
la política de Bush proviene del pensamiento de un pequeño
círculo de conservadores, funcionarios de corporaciones y veteranos
del establishment nuclear.
II. El regreso de los guerreros: la influencia del
comité asesor conservador en la formación de la nueva doctrina
nuclear. El fin de la guerra fría planteó un gran
desafío a la red de los neoconservadores de línea dura
que se habían unido en los años 70 bajo el eslogan de buscar
"la paz mediante la fuerza". Luego de ganar algunas batallas bajo el techo
del Committee on the Present Danger, que preparó el camino
para la elección de Reagan en 1980 promoviendo una versión
exagerada de la amenaza soviética y buscando bloquear la ratificación
del acuerdo para el control de armamentos, SALT II, esta red empezó
a perder influencia a finales de los años 80 e inicios de los 90:
los gobiernos de Reagan y Bush concluyeron acuerdos de reducción
de armamento con Moscú, y los asuntos económicos internos
adquirieron prominencia en la elección de 1992, en la cual el demócrata
Clinton venció al republicano George H. W. Bush. El credo unilateral
de "paz mediante la fuerza", opuesto al control de armamentos, parecía
cada vez más fuera de lugar en el contexto geopolítico emergente.
Peor aún desde la perspectiva de los unilateralistas, influyentes
líderes militares y políticos empezaron a hablar en favor
de eliminar las armas nucleares, algo que los halcones conservadores vieron
como la cesión de la principal carta militar estadunidense en un
mundo todavía peligroso.
La nueva doctrina nuclear del Pentágono se apega
a las recomendaciones específicas contenidas en el reporte de enero
de 2001 del NIPP. El presidente y director-investigador del NIPP es Keith
Payne, que en el pasado trabajó en el Instituto Hudson y por mucho
tiempo defendió estrategias bélicas nucleares. Payne fungió
como director de proyecto en el reporte sobre estrategia nuclear del NIPP
y probablemente es mejor conocido por la coautoría, junto con Colin
Gray, de un artículo de la revista Foreign Policy en 1980
intitulado "La victoria es posible", en el cual argumentan que el ejército
estadunidense debería desarrollar planes concretos para pelear y
ganar una guerra nuclear. Colin Gray, por su parte, es miembro del comité
de asesores del NIPP y participó en un grupo de estudio de 27 personas
que produjo el citado reporte.
El grupo de estudio del NIPP también incluyó
a Stephen Cambone, quien ahora funge como asistente especial del secretario
de la Defensa, Donald Rumsfeld; Stephen Hadley, consejero adjunto de Seguridad
Nacional en la Casa Blanca, y Robert Joseph, involucrado en temas de contra-proliferación
en el Consejo de Seguridad Nacional. Los tres contribuyeron en la revisión
de la doctrina nuclear del gobierno. En octubre de 2001, Keith Payne fue
electo presidente del Panel sobre Conceptos de Disuasión (en el
Pentágono), el cual ayudará a Bush a decidir cómo
implementar los lineamientos de la nueva doctrina.
Los puntos de vista de Payne acerca de la estrategia nuclear
son importantes por varias razones. No sólo el estudio de Payne
de 2001 sirvió de contexto para la revisión que el gobierno
propuso, sino que los supuestos básicos de la postura de Bush en
relación con las armas nucleares y del reporte del NIPP de enero
de 2001 se encuentran en el ensayo de Payne y Gray de 1980. Una lectura
detallada de los tres documentos sugiere que la doctrina nuclear de Bush
ha sido ampliamente moldeada por las posiciones unilaterales de los conservadores
de la guerra fría antes de Reagan. Los enemigos señalados
han cambiado para reflejar el giro de la relación con Rusia después
de la desintegración de la Unión Soviética, pero la
subyacente fe en la utilidad de las armas nucleares permanece.
Por ejemplo, un tema recurrente en el ensayo de Payne
y Gray, el reporte del NIPP y la doctrina nuclear de Bush, es la noción
de que para tener un poder disuasivo "creíble", Estados Unidos debe
planear con detalle el uso de armas nucleares en un rango amplio de escenarios
de conflicto. Como Payne y Gray afirman en su ensayo: "Occidente debe diseñar
maneras de emplear sus fuerzas nucleares estratégicas como elemento
de coerción, y al mismo tiempo minimizar el potencial de paralización
que la autodisuasión conlleva. Si el poder nuclear sostiene los
objetivos de la política de Estados Unidos, éste debe ser
capaz de pelear una guerra nuclear de manera racional". Como ejemplo de
su aproximación "racional", Payne y Gray sugieren que "una ofensiva
estratégica inteligente, vinculada a la defensa del territorio nacional,
debe reducir el número de bajas estadunidenses en aproximadamente
20 millones" en caso de un conflicto nuclear con la Unión Soviética.
El reporte del NIPP también alude a la necesidad
de contemplar varias contingencias en las que se considere el uso o la
amenaza del uso del arma nuclear. La lista de "posibles presentes y futuros
papeles bélicos y de disuasión de las armas nucleares" incluye:
1) "disuadir el uso de armas de destrucción masiva (ADM) por poderes
regionales"; 2) "disuadir la agresión convencional o con ADM por
parte de un competidor mundial emergente"; 3) "prevenir pérdidas
catastróficas en una guerra convencional"; 4) "proporcionar capacidades
únicas de ataque contra blancos (infraestructuras de armas biológicas)",
y 5) "fortalecer la influencia estadunidense en la evolución de
crisis".
El reporte del NIPP ofrece ejemplos específicos
de maneras por las que las armas nucleares pueden y deben utilizarse en
conflictos futuros. Uno de ellos considera posibles ataques contra los
lanzamisiles Scud iraquíes.
La postura nuclear revisada del gobierno de Bush acepta
la noción del reporte del NIPP según la cual es necesario
dotar a las armas nucleares de nuevos papeles, y que la disuasión
es sólo uno de los tantos propósitos de ese arsenal. "Las
armas nucleares son fundamentales en la defensa de Estados Unidos, sus
aliados y amigos. Ofrecen opciones militares creíbles únicas
para enfrentar una diversidad de amenazas, incluyendo las ADM y el uso
de la fuerza militar convencional a gran escala". El énfasis en
los rasgos "críticos y únicos" del armamento nuclear representa
un giro respecto a la posición nuclear del Pentágono en años
anteriores, por la que buscaba darse a las armas nucleares un lugar menos
prominente en el esquema de la seguridad.
Un segundo gran tema presente en los tres documentos mencionados
puede resumirse crudamente en el lema "la paz mediante la fuerza, no mediante
el papel", que se basa en la negación total del valor de los acuerdos
y las negociaciones internacionales en materia de control de armamentos,
así como en la confianza total en la habilidad de realizar composiciones
técnicas y militares (desde centrales nucleares estropeadas hasta
misiles de defensa) para reducir la vulnerabilidad ante un ataque con armas
de destrucción masiva.
La Unión Soviética dejó de ser el
principal móvil detrás de la oposición a las políticas
para el control de armamentos. Ahora, el argumento es la incertidumbre
estratégica. Como señala el reporte del NIPP: "Estados Unidos
requiere adaptarse al ambiente de la posguerra fría". "Adaptación"
se define como "la capacidad de aumentar y reducir la capacidad ofensiva
y defensiva de Estados Unidos y la capacidad de diseñar y crear
nuevas armas nucleares". Esta libertad para multiplicar el número
de armamento nuclear evidentemente contradice la noción de respetar
y acatar los acuerdos internacionales en la materia. La idea de que ante
un mundo incierto es necesario unir esfuerzos para reducir los arsenales
de armas de destrucción masiva y los materiales para su creación
no se consideran ni remotamente en el NIPP ni en la política gubernamental.
La antipatía del reporte del NIPP hacia el control
de armamentos encuentra eco en el concepto de la "nueva tríada"
de Bush. Durante la guerra fría, la tríada nuclear
se refería a la infraestructura de tierra, mar y aire pensada para
mantener la invulnerabilidad de la fuerza militar estadunidense frente
a ataques sorpresa. La "nueva tríada" ahora abarca: 1) sistemas
de ataque ofensivo (nucleares y no nucleares); 2) defensa (activa y pasiva),
y 3) una renovada infraestructura de defensa que amplíe las capacidades
de responder ante nuevas amenazas. Esta tríada se basa en la idea
de desarrollar un arsenal nuclear más "flexible", contenida en el
reporte del NIPP.
Los sistemas de defensa en la tríada del Pentágono
han sido una de las banderas del Center for Security Policy (CSP),
otro nicho conservador que mantiene relaciones estrechas con la administración
Bush. Si bien el CSP comenta sobre diversos aspectos de la seguridad, su
tema central desde que Frank Gaffney, funcionario del Pentágono,
lo fundó en 1988, ha sido promover un robusto sistema de defensa
de múltiples niveles. Desde su creación, los fondos del CSP
han sido principalmente de donadores conservadores, como la familia Coors,
Richard Melon Scaife y la familia Krebel, así como de corporaciones
(casi 2.5 millones de dólares en el recuento más reciente),
como Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, TRW, y otros contratistas
mayores que salen ganando con las posiciones del CSP. Su círculo
de asesores incluye nombres que siempre han abogado por la defensa de misiles,
entre ellos Edward Teller y George Keyworth (asesor de Reagan en materia
científica), y ejecutivos de firmas como Lokheed Martin y Northrop
Grumman. Cercanos a los asesores están miembros del Congreso, como
el republicano Curt Weldon, el senador Jon Kyl y el republicano Christopher
Cox. Uno de los principales funcionarios que apoyan al CSP es el secretario
de la Defensa, Donald Rumsfeld.
Con la elección de George W. Bush, el CSP pasó
de ser un grupo marginal buscando influir las políticas públicas,
a ser un amigo del gobierno. En su sitio electrónico, el CSP se
enorgullece en señalar que no menos de 22 miembros de su "Consejo
de Asesores de Seguridad Nacional" ocupan puestos en la administración
actual, incluyendo a Douglas Feith, J. D. Crouch, Robert Joseph, Evan Galbraith,
Richard Perle, James Roche, William Schneider y Dov Zakheim, entre otros.
La influencia que el CSP ejerce en el gobierno de Bush
representa la victoria de la facción opositora al control de armamentos
dentro del Partido Republicano. Gaffney mismo abandonó el gobierno
de Reagan cuando éste firmó acuerdos para la reducción
de armamentos, como el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas
(START). Uno de los miembros del comité asesor, Jon Kyl, luchó
en contra de la ratificación del Tratado General de Prohibición
de Ensayos Nucleares en el Senado; por mucho tiempo defendió la
teoría según la cual la desaparición de la Unión
Soviética en 1991 invalidaba el Tratado ABM de 1972 (negociado por
el presidente Republicano, Richard Nixon). En un panel de discusión
el año pasado, Evan Galbraith, ante preguntas acerca de si un sistema
de defensa contra misiles desencadenaría una carrera armamentista,
respondió: "No es tan mala idea. Ganamos la primera carrera, ¿no?"
El hecho de que esta estrecha red ideológica ahora desempeñe
un papel de primer orden en la edificación de la política
nuclear estadunidense es motivo de preocupación; no queda claro
cuál es la intención: ¿se trata sólo de "flexibilidad"
o de dar rienda suelta al deseo de alcanzar la superioridad nuclear a expensas
del sistema internacional?
III. Balance final: ¿quién se beneficia
con la política nuclear de Bush? No obstante la petición
de Bush de reducir el número de armas nucleares operacionales de
Estados Unidos de 7 mil 500 cabezas actuales a entre mil 700 y 2 mil 200
en los próximos 10 años, su doctrina nuclear es una excelente
noticia para las compañías relacionadas con la producción
de armas e infraestructura nuclear. Es aún mejor noticia para las
compañías involucradas en la investigación de sistemas
de defensa de misiles.
Esta aparente contradicción se basa en el compromiso
del Pentágono de desarrollar su "nueva tríada", mencionada
anteriormente. En el esquema de la nueva postura nuclear, se invertirá
más en las siguientes áreas de sistemas de ataque ofensivo:
1) convertir cuatro submarinos lanzamisiles balísticos Trident
en submarinos de misiles guiados, a los que se podría eventualmente
dotar de una "nueva arma de ataque"; 2)"aumentar el número de blancos
que pueden atacarse en una única misión", para lo cual el
Pentágono desarrollaría un "sistema de distribución
de información multifuncional", y 3) fortalecer varios sistemas
de comunicación e inteligencia para mejorar las capacidades de golpear
blancos móviles y "blancos adversarios que se encuentran bajo profundidad".
El segundo elemento de la tríada, defensa estratégica,
será indudablemente el más costoso de los tres. La nueva
doctrina contiene los lineamientos de una "defensa de misiles para situaciones
de emergencia", que estaría lista entre 2003 y 2008. La fase uno
de este plan de emergencia incluiría "un Airbone Láser, que
intercepta misiles balísticos de todo tipo"; "un sistema de tierra
con interceptores y un radar Cobra Dane en Alaska", y "un sistema marítimo
Aegis que proporciona capacidad de ataque contra amenazas de medio alcance".
Se trata de que entre 2006 y 2008 se expanda el sistema de emergencia para
incluir dos o tres aviones Airbone Láser, más puestos de
tierra adicionales, cuatro navíos de medio curso y sistemas terminales,
como el PAC-3. La nueva doctrina también sugiere al Pentágono
avanzar en la elaboración de una red de satélites SBIRS-Low
"para fortalecer el sistema de defensa", a pesar de que el sistema está
plagado de problemas de presupuesto y deficiencias en su funcionamiento.
Dado que ya se programaron 8.6 mil millones de dólares
en el presupuesto de 2003 para la investigación y el desarrollo
del sistema de defensa, la consecución de un sistema de defensa
especial para situaciones de emergencia podría fácilmente
engrosar el presupuesto del Pentágono en otros 10 mil millones o
más en los próximos cinco años. Y si los despliegues
iniciales sirven como trampolín para desarrollar sistemas más
ambiciosos, los costos se dispararían escandalosamente. Un reciente
reporte de la oficina del Congreso estadunidense encargada del presupuesto
calcula que el costo total de sistemas de defensa de aire, tierra y mar
alcanzaría los 238 mil millones en las próximas dos décadas.
El reporte señala que el costo total de un sistema integrado sería
menor que la suma de construir cada una de las partes, debido a sinergias
y a la compatibilidad de equipo y capacidades que existe entre los elementos
de tierra y navales del sistema.
El segundo componente más costoso de la nueva tríada
será la modernización del complejo de producción de
armas nucleares, que registra un crecimiento descontrolado. La Agencia
de Seguridad Nacional Nuclear (NNSA), que se encarga de la administración
del complejo nuclear nacional, está gastando casi 5.8 mil millones
de dólares anuales en "actividades de energía atómica
para la defensa", que incluyen trabajar con armas nucleares, reactores
nucleares navales y con otras aplicaciones militares de la tecnología
nuclear. Se necesitará gastar miles de millones más para
desarrollar nuevas instalaciones en las que se produzca plutonio, con el
propósito de preparar el sitio en Nevada para posibles ensayos nucleares
subterráneos y para actualizar y modernizar el complejo de producción
nuclear.
Las mismas firmas que se beneficiarán de la nueva
política nuclear tienen nexos con el grupo de conservadores que
contribuyeron a su desarrollo, así como con el gobierno de Bush,
que será el encargado de aplicar la política. Tomemos el
caso de Lockheed Martin. Charles Kupperman, uno de los vicepresidentes
del área de Sistemas Estratégicos y Espaciales en Lockheed
Martin, forma parte del comité de directores del NIPP y del comité
de asesores del CSP. Lockheed Martin recibe mil millones de dólares
anuales para operar los laboratorios Sandía en Albuquerque, Nuevo
México. Sandía ha estado trabajando en ensayos pensados para
desarrollar armas nucleares capaces de alcanzar y destruir bunkers,
siguiendo las recomendaciones del reporte del NIPP y de la nueva doctrina
nuclear. Lockheed Martin también es uno de los cuatro grandes contratistas
dentro del esquema del sistema de defensa, al lado de Raytheon, Boeing
y TRW. La compañía firmó un contrato de largo plazo
de 4 mil millones de dólares para la elaboración de un sistema
de defensa aérea pensado para escenarios en grandes altitudes, y
recientemente se le señaló, junto con Boeing, como uno de
los "integradores del sistema" que ayudará a la Agencia de Defensa
de Misiles del Pentágono en su tarea de diseñar el sistema
de defensa de múltiples niveles. Anteriores ejecutivos de Lockheed
Martin ocupan puestos en el gobierno federal, encargados de los temas de
defensa y armas nucleares.
Los vínculos de Lockheed Martin con los teóricos
de la guerra nuclear y los elementos del gobierno Bush que pondrán
en práctica la nueva estrategia son particularmente estrechos, pero
están lejos de ser la excepción a la regla. La fusión
entre la ideología conservadora y los intereses de las corporaciones
que han contribuido a lanzar la nueva política militar de Bush ameritan
mayor escrutinio por parte del Congreso, los medios y el público.
Reporte especial del World Policy Institute
Traducción: Marta Tawil