Carlos Fazio
Volverán a intentarlo
Fue un golpe de Estado cívico?militar clásico.
De factu- ra estadunidense. Transparente. Un golpe de Estado oligárquico,
corporativista. De ultraderecha.
Todo el tiempo contó con el apoyo de la Casa Blanca.
Fue un golpe con olor a petróleo y a reacomodos geopolíticos
continentales. El siguiente objetivo era Cuba. No queda duda. "Ni un solo
barril a la isla", fue el guiño a Washington de los golpistas a
través del fugaz gerente de suministro de Petróleos de Venezuela,
Edgar Paredes. Casualmente, el coronel Pedro Soto, una de las cabezas visibles
de la conspiración, visitaba Washington y Miami cuando se consumó
la intentona golpista. Se adivina detrás la mano de Otto Reich,
el ex embajador estadunidense en Caracas y actual asesor de Asuntos Interamericanos
de la administración Bush. Un viejo halcón ligado
a la CIA y a la mafia terrorista cubano-estadunidense de Florida, estado
donde se fraguó el fraude electoral que llevó a George W.
Bush a la oficina oval.
Fue
un golpe largamente preparado. Fracasó, sí. Pero volverán
a intentarlo. Como suele ocurrir en estos casos, la efímera dictadura
del empresario petrolero Pedro Carmona se juramentó ante "Dios Todopoderoso",
en nombre de la sacrosanta "democracia". Lo hizo rodeado de militares en
una de las principales bases castrenses de Venezuela. Contó, in
situ, con la bendición de Baltasar Porras, presidente de la
Conferencia Episcopal. Y con el aval de los banqueros de Wall Street y
de la "prensa libre" (radiofónica, escrita y televisiva) de Washington,
Caracas y algunas capitales de América Latina.
Santa alianza. Dios, la espada y el poder del dinero.
Con el "cuarto poder" (las cadenas Globovisión, Radio Caracas Televisión,
Televen, Meridiano TV, CMT, Vale TV, CNN en español y Televisa)
participando de la conjura, legitimándola. Nada nuevo. El caracazo
mediático desinformador, adscrito a la guerra de baja intensidad,
con el mismo patrón desestabilizador que operó antes contra
Manuel Antonio Noriega en Panamá y a favor de los contras versus
la Nicaragua sandinista. Ejemplos sobran.
Una vez más los poderes fácticos en acción.
Vieja receta. Cuando los oligarcas vernáculos y sus socios del exterior
sienten peligrar sus intereses recurren a la fuerza en nombre de la democracia.
Casi nunca falla. Necesitan tener el control del poder en sus manos sin
intermediarios. Pero como la dictadura es un sistema de gobierno que está
hoy desprestigiado, huye de su propio nombre y se reivindica como estado
de derecho. Aunque tenga que asumir poderes extraordinarios, pisotear la
Constitución, disolver el Congreso, el Poder Judicial y el Consejo
Nacional Electoral, destituir alcaldes y gobernadores, y desatar una represiva
cacería de brujas con apoyo de los paramilitares, la policía
y el ejército. Fue lo que hicieron Carmona y sus cómplices
golpistas el fin de semana pasado.
Dictadura, del latín dictator, significa gobierno
absoluto de una persona o grupo sin necesidad del consentimiento del gobernado.
¿Quién designó a Carmona? Un grupo. ¿En nombre
de quién? De sus intereses de clase. Ningún dictador dice
que es dictador. Todos los sistemas proclaman representar la voluntad del
pueblo, del soberano. Hay dictaduras semánticas; formas anónimas
de la dictadura. No-democracias que llegan al poder mediante la violencia
y la manipulación. Fue la intentona de Carmona y los golpistas.
En las fases de crisis hegemónica, de inestabilidad
estructural e institucional, la clase dominante siempre recurre al "orden"
para garantizar el mantenimiento de las condiciones de reproducción
del modo de producción capitalista. Algunas veces los amos del poder
recurren a gobiernos militares bajo cualquiera de sus formas históricas:
bonapartismo, dictadura militar, fascismo. Otras veces la oligarquía
asume directamente el poder. Pone al mando a uno de los suyos. Como fue
el fracasado caso de Pedro Carmona, el empresario huelguista, ¡rara
hazaña! (pese a sus reminiscencias pinochetistas), que lideraba
la patronal reaccionaria, Fedecámaras.
Pero el drama de Venezuela durante 47 horas exhibió
otra cara. La de los medios masivos. La de la indignidad intelectual. La
del desprecio por los más limpios valores. La del odio a la inteligencia,
a la información, al libre examen, a la cultura. Una jauría
desenfrenada y concertada de "comunicadores", incluidos los de algunos
noticiarios mexicanos, durante varias horas exhibieron sus rencores y sus
fobias. Incapaces para el análisis, calumniaron, difamaron. Había
que abatir al enemigo. A Chávez, el "dictador", el "autoritario".
¿Discutir sus ideas? Para qué. ¿Refutarlas? Para qué.
¿Oponerle otras? Para qué. Simplemente se dedicaron a la
morbosa tarea de falsear la realidad, de tergiversarla. Cualquier cagatinta
recién llegado se erige, desde la televisión, la radio o
la prensa escrita, en juez y fiscal de conductas ajenas, en agente transmisor
de la maledicencia y la conjura. Muchas buenas conciencias, que militan
en las filas de los políticamente correctos, abonaron la ficción
y la mentira en función de los más aptos, los mejor dotados,
la nueva elite que se encaramaba en el poder en Venezuela.
Igual que los aristócratas de las elites que representan,
sienten desprecio por la masa. La llaman chusma, horda. La animalizan.
Están convencidos de que la masa siempre necesita ser domesticada.
Es la antípoda del dictador. Por eso, los "ingobernables", los descarriados,
los que se salen de la "grey", del "rebaño", sólo entienden
con la mano dura. Necesitan del castigo, del miedo, del palo, para que
se pueda domeñar su agresividad. Necesitan un jefe. Ese fue el papel
que había asumido el derechista Carmona. El efímero dictador
que iba a controlar a las "hordas chavistas". El nuevo jefe del rebaño.
El dictador democrático que llegaba en nombre de la "razón
social" de los que mandan. Fracasó en su misión. Pero volverán
a intentarlo. El u otros sublevados que participaron en la intentona con
Carmona. La razón es sencilla: los verdaderos amos de la conspiración
teledirigida están en Washington y siguen queriendo la cabeza de
Chávez.