ATENCO EL CONFLICTO
Pese al temor, los campesinos reiteran que la tierra es su vida y por eso
no se vende
"Esperamos el ataque en cualquier momento"
La nueva terminal aérea también arrasaría la historia
de San Cristóbal Nexquipayac
MARIA RIVERA ENVIADA
Nexquipayac, San Salvador Atenco, 13 de julio.
Pese al cerco que empieza a cerrarse en torno a los ejidos afectados por
el decreto de expropiación del 22 de octubre, los campesinos repiten
que la tierra no se vende, que es su vida. No se trata del precio, expresan,
porque lo que perderían, junto con sus parcelas, es su razón
de ser.
Una de las comunidades que, de prosperar el proyecto de
la nueva terminal aérea, quedarían arrasadas es San Cristóbal
Nexquipayac: 91.5 por ciento de las 960 hectáreas de su territorio
sería afectado. Uno de los últimos pueblos del valle de México
dedicados a la obtención de sal de tierra, mediante técnicas
ancestrales, prácticamente desaparecería.
En el ejido se han localizado montículos que datan
de la época prehispánica, y hay restos del periodo colonial.
Ni su historia lo ha puesto a salvo de la "modernidad". "Ahora sí,
parece que nos han echado la sal", dicen con ironía sus habitantes.
"Nosotros nunca hemos dicho que queramos vender -explica
Sergio Vásquez Díaz, hijo y nieto de ejidatarios-. ¿Acaso
alguien ha visto un letrero que lo diga? Hemos afirmado y lo volvemos a
recalcar, que con la vida defenderemos nuestras tierras. Están matando
a nuestro pueblo, a nuestras familias. No sabemos quién va a caer
de nosotros, ni del gobierno... pero en esa postura estamos."
"¿Acaso estamos capacitados para algún
empleo dentro del aeropuerto?"
Desde
los 18 años el campesino recibió su dotación de tierra,
y durante 27 la ha cultivado. No es de la mejor calidad, reconoce, es de
la que se le nombra cacahuatuda, dura en la superficie y blanda hacia dentro,
pero de cualquier forma le ha permitido mantener a sus tres hijos, uno
de ellos discapacitado.
Su parcela produce unas tres toneladas de maíz
y como media de frijol, lo que requiere su familia durante el año.
También siembra alfalfa para su ganado.
"Este año hemos recibido ayudas pequeñas
del gobierno, pero todos sabemos a qué se deben", acepta. Agrega
que siempre los habían relegado "del progreso, y ahora de buenas
a primeras se acuerdan de los campesinos de acá... Por eso ahora
no les creemos, nos quieren cambiar lo que nos da nuestro sustento por
tepalcates. La tierra no tiene precio."
Su futuro es otra de sus preocupaciones. "La mayor parte
de los ejidatarios tenemos entre 45 y 84 años. ¿En qué
vamos a trabajar? ¿Quién nos va a emplear? ¿Acaso
estamos capacitados para algún empleo dentro del aeropuerto? Ahora
en una empresa para trabajar de barrendero piden preparatoria, y nosotros,
si acaso, sabemos leer y escribir".
Por medio de los periódicos y la televisión
se enteraron de la expropiación -continúa- y nadie se acercó
a ellos para dialogar o explicarles el proyecto. "Este movimiento es legítimo
de los ejidatarios, pese a que el gobierno nos acusa de que hay otras organizaciones
que nos están manipulando. No se dan cuenta de que estos grupos
lo único que hacen es apoyar nuestra lucha. ¡De plano ni eso
nos conceden, que seamos capaces de defendernos por nosotros mismos, siempre
creen que alguien nos maneja!"
Luisa Pineda, de 45 años, es hija de ejidatarios.
La parcela de sus padres les dio sustento a ella y sus hermanos. Ahora
también le ha permitido formar a sus tres hijos. Con evidente orgullo
dice que una de sus muchachas está por terminar la carrera de ingeniera
agrónoma en la Universidad de Chapingo. Y todo gracias a la tierra.
La expresión amable de la mujer se transforma al
explicar los motivos de su lucha. Afirma que la represión que han
vivido durante los últimos siete meses, lejos de amedrentarlos,
los ha vuelto más concientes de la importancia de su lucha.
"Aquí no hay tranquilidad porque en cualquier momento
esperamos el ataque de esas personas que ya nada más están
esperando órdenes. ¿Cómo quiere el gobierno que lo
respetemos si ellos no tienen en cuenta nuestros derechos? A la entrada
de este pueblo no se puso un letrero de 'se vende el ejido'. ¿De
dónde sacaron que lo queremos vender?
"Que les quede claro a todos los que tienen el pesebre
lleno: la tierra no tiene precio. No le llegan al costo porque nada paga
lo que hemos invertido en esfuerzo. No está bien que después
de ser dueños terminemos como empleados de segunda."
Mariano Peláez tiene 65 años y tres hijos.
De rostro recio y mirada seca, tiene muy claras sus razones para unirse
a la lucha de resistencia: "No hay precio para lo que la tierra nos da.
Es un tesoro lo que tenemos. Es la vida. Tal vez no sea de la mejor calidad,
pero trabajándola sí da. De ahí sacamos el maíz,
el frijol y la alfalfa que necesitamos para irla llevando".
Tiene presente el olvido oficial en que han vivido. Los
gobernantes nunca los han tomado en cuenta, señala, ni aun en un
tema tan importante para ellos como el destino de sus terrenos, por eso
no creen en la actuales promesas.
"El gobierno nunca nos consultó. Ninguna autoridad
se acercó a nosotros para dialogar. Todo lo hemos sabido por rumores.
No se han preocupado por nosotros jamás. Sólo cuando ha necesitado
de todos se ha acercado, pero cuando ya llega a la silla se olvida de todos
sus promesas. Por eso por donde quiera la gente le tiene coraje.
"Ya no somos ignorantes, ya no creemos en las palabras
de las autoridades, sólo creemos en lo que podamos defender nosotros
con nuestras manos."
Para etnólogos y antropólogos esta comunidad
es una de las más importantes del valle de México. Su riqueza
cultural ha sido narrada en diversos textos de universidades nacionales
y extranjeras. Crónicas del siglo XVI dan cuenta de la vida de estos
pueblos.
Mártir de Anglería cuenta en 1628: "Van
de Ixtapalapa a Tenustitan (Tenochtitlan). Las ciudades adyacentes hacen
sal que todos los pueblos del país usan. Del agua salada del lago
a través de las trincheras de la tierra, para hacerla más
gruesa, y cuando está endurecida y espesa la hierven y hacen después
bultos redondos o bolas para mandarlas al mercado o ferias para intercambiar
por artículos foráneos".
Ahora el destino neoliberal parece haber alcanzado a Nexquipayac,
pero sus habitantes están dispuestos a todo para defender su permanencia.
La historia también tiene la palabra.