Marco Rascón
Los encapuchados de Chipinque
El atentado contra Eugenio Garza Sada, en septiembre de
1973, constituyó un parteaguas y crisis de las relaciones oligáquicas
entre el poder económico y el poder político en México.
La larga luna de miel entre el estatismo corporativo y un segmento de empresarios
regionales, que se desarrollaron gracias a los subsidios, exenciones fiscales
y el crédito público, entró en crisis en ese momento
y el crimen detonó la tensión acumulada entre la cúpula
empresarial y la estructura política hegemonizada por el PRI.
Los funerales del patriarca regiomontano marcaron el inicio
de un proceso político, en el que ese segmento emprendió
la búsqueda de autorrepresentación política, jugando
desde entonces en cada elección con las siglas de PRI y PAN, de
acuerdo con la conveniencia.
Al mismo tiempo, esa fracción oligárquica
se asumió como vanguardia y conductora del proceso de derechización;
en torno a ese objetivo reunió a un puñado de familias poderosas,
a la jerarquía eclesiástica, medios de comunicación
y todo tipo de agrupaciones conservadoras para transformarlas en fuerza
política activa.
Al cabo de 29 años, la gran mayoría de esos
empresarios se sumaron a la globalización, vendiendo o asociándose
con trasnacionales, convirtiéndose en simples inversionistas y especuladores
financieros.
En 1973 los encapuchados de Chipinque, así
conocidos por sus reuniones clandestinas, sin recato manifestaban a toda
plana en Tribuna de Monterrey (18/09/73): "¿Hacia dónde
nos llevan nuestros políticos demagogos, que cada vez vociferan
y alardean de los sistemas comunistas? ¿Por qué aguantaronos
asaltos, robos, asesinatos, terrorismo? (...) ¿Cómo esperamos
que haya tranquilidad en el país si tan pronto se agarran a dos
o tres terroristas o asltabancos los dejan libres y con puestos en el gobierno?"
En ese documento, representativo de sus exigencias, se pide al gobierno
"que mate, que no encarcele a los terroristas, asaltabancos y secuestradores,
porque si no al rato salen libres y es cuento de nunca acabar".
En ese momento se inició la guerra sucia.
Si la violencia gubernamental contra opositores, anteriormente expresada
en excesos, ahora se convertía en política de Estado y medio
para restablecer la alianza histórica con la derecha regiomontana,
que acusaba a Luis Echeverría de "procomunista", por haber roto
relaciones con el régimen golpista de Augusto Pinochet unos días
antes, pero que cede en respuesta, practicando desapariciones, torturas
y ajusticiamientos.
En concesión a los encapuchados de Chipinque,
José López Portillo nombra Procurador general a Oscar Flores
Sánchez en 1976, quien desde 1972 había puesto en práctica
la demanda regiomontana de asesinar guerrilleros detenidos más allá
del sexenio echeverrista.
Resumiendo: la guerra sucia, la violencia de Estado,
constituye una concesión al Grupo Monterrey y las familias que lo
integraron; es el intento del poder político central para recomponer
la unión anterior y las viejas complicidades basadas en la ineptitud
empresarial, los subsidios y la corrupción.
En enero de 1979 los encapuchados de Chipinque
llevaron a Juan Pablo II a Monterrey y lo nombraron el "Papa obrero"; con
ello se sumaron a la estrategia global anticomunista, que abanderaba ya
entonces Karol Wojtyla junto con Lech Walesa, Margaret Thatcher y Ronald
Reagan.
En 1982 ocurre el segundo rompimiento con los encapuchados
tras la nacionalización de la banca por parte de López Portillo:
pese al beneficio recibido por haber nacionalizado la deuda privada del
Grupo Monterrey, Bancomer (Puebla) y Comermex (Chihuahua), pasando todo
su peso al país, estos grupos politizaron la medida e iniciaron
su autorrepresentación política llamada neopanismo, que explica
el ascenso sorpresivo del PAN en Chihuahua en 1983-86 con Francisco Barrio
y Luis H. Alvarez.
Vicente Fox es heredero directo de los encapuchados
de Chipinque-Grupo Monterrey, quienes ahora gozan nuevamente de impunidad,
ya que fueron factor económico determinante en el financiamiento
de la campaña electoral del ahora Presidente en 2000.
Echeverría es pieza fundamental para encontrar
la verdad, pero esto no puede quedar aislado de quienes son responsables
directos de las violaciones constitucionales y de la guerra sucia
desde el ámbito privado y la presión cupular. En ese sentido,
el Grupo Monterrey y sus representantes de aquella época son igualmente
responsables y deben ser sujetos de investigación exhaustiva ahora,
ya que fueron los instigadores directos de la política de desapariciones
y crímenes, utilizando como suyos los instrumentos de seguridad
del Estado.
Esos sectores derechizados fueron responsables de hacer
crecer la espiral de la violencia durante 10 años más. Doblaron
a Echeverría y a López Portillo, haciéndolos sus aliados
en la guerra sucia. Ellos ofrecieron muertos de izquierda en muestra
de confianza y renovación de su alianza histórica.