Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 17 de agosto de 2002
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Deportes
¿LA FIESTA EN PAZ?

Leonardo Páez

¿Cuál crisis?

POR FIN, AL cuarto para las doce algunas, sólo algunas, de las eminencias grises que en México se ostentan como taurinos profesionales, promotores del espectáculo y conocedores a fondo de la problemática que amenaza con desaparecerlo, atinaron a reconocer la existencia de una crisis en la fiesta brava del país como primer paso para que ésta recupere el interés y espectacularidad que durante décadas la caracterizaron.

INCAPACES DE ACEPTAR que el origen de esta crisis sin precedente -más habitantes que nunca pero plazas semivacías; inversión sin precedente de capitales sin el menor rigor de resultados; incremento de ganaderías y disminución de la bravura- proviene de los propios taurinos y no de quienes critican el remedo de fiesta que ofrecen, o de protectores de animales o de antitaurinos declarados, tan despistados promotores se aprestan a unir sus esfuerzos -por enésima vez-, acompañándolos ahora de "una buena promoción".

HABER CONTINUADO CON la inercia de los fraudes alegres y las buenas entradas, gracias a la capacidad de convocatoria que en los años 70 tuvieron Manolo Martínez, Eloy Cavazos y Curro Rivera, ha resultado tan contraproducente y absurdo como si hoy en España siguieran lidiando novillotes por toros como en los días de gloria del fenómeno provocado por El Cordobés.

ACA, HACE TRES décadas nadie logra aprovechar y promover un solo torero con imán de taquilla, pero empresarios y ganaderos persisten en su miopía de ofrecer novillos repetidores en lugar de toros que transmitan sensación de peligro al grueso del público, atenidos a la torpe idea de que éste va a divertirse, no a emocionarse.

PERO LIDIAR TOROS bravos no puede ser diversión, a menos que ni sean toros ni tengan sus astas íntegras ni sean bravos. Y como lo que escasea en el espectáculo actual son reses con bravura, no con kilos de más, el público ya se aburrió de la falta de emoción en las plazas, mientras empresarios, ganaderos, toreros, autoridades y críticos persisten en su conmovedor autoengaño.

YA PODRA HACERSE la campaña publicitaria más creativa, agresiva y masiva del espectáculo taurino, que si en las plazas no se responde con toros bravos y toreros dispuestos a jugarse la vida, la gente no verá ningún atractivo por el cual dejar su dinero en la taquilla, como no sea una vez al año para ver el show de los caballitos o al Juli.

ESTA FALTA DE bravura en los toros ha propiciado que nuestros toreros supongan que saben torear porque no son lastimados en el ruedo, pero el problema es que la gente no siente que puedan ser heridos. A lo anterior añádase la escasez de escuelas taurinas -bases técnicas, ¿para qué?-, la inexistencia de apoderados profesionales, la falta de incentivos a los que se arriman al toro, la frívola organización de ricachones metidos a promotores, los amiguismos inconfesables, el espíritu de la época y el inexcusable desentendimiento del rumbo de la fiesta por parte de las autoridades, y se tendrá un cuadro de lo que les espera por resolver a quienes de nuevo dicen hacer propósito de enmienda.

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