¿LA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
¿Cuál crisis?
POR FIN, AL cuarto para las doce algunas, sólo
algunas, de las eminencias grises que en México se ostentan como
taurinos profesionales, promotores del espectáculo y conocedores
a fondo de la problemática que amenaza con desaparecerlo, atinaron
a reconocer la existencia de una crisis en la fiesta brava del país
como primer paso para que ésta recupere el interés y espectacularidad
que durante décadas la caracterizaron.
INCAPACES
DE ACEPTAR que el origen de esta crisis sin precedente -más
habitantes que nunca pero plazas semivacías; inversión sin
precedente de capitales sin el menor rigor de resultados; incremento de
ganaderías y disminución de la bravura- proviene de los propios
taurinos y no de quienes critican el remedo de fiesta que ofrecen, o de
protectores de animales o de antitaurinos declarados, tan despistados promotores
se aprestan a unir sus esfuerzos -por enésima vez-, acompañándolos
ahora de "una buena promoción".
HABER CONTINUADO CON la inercia de los fraudes
alegres y las buenas entradas, gracias a la capacidad de convocatoria que
en los años 70 tuvieron Manolo Martínez, Eloy Cavazos y Curro
Rivera, ha resultado tan contraproducente y absurdo como si hoy en España
siguieran lidiando novillotes por toros como en los días de gloria
del fenómeno provocado por El Cordobés.
ACA, HACE TRES décadas nadie logra aprovechar
y promover un solo torero con imán de taquilla, pero empresarios
y ganaderos persisten en su miopía de ofrecer novillos repetidores
en lugar de toros que transmitan sensación de peligro al grueso
del público, atenidos a la torpe idea de que éste va a divertirse,
no a emocionarse.
PERO LIDIAR TOROS bravos no puede ser diversión,
a menos que ni sean toros ni tengan sus astas íntegras ni sean bravos.
Y como lo que escasea en el espectáculo actual son reses con bravura,
no con kilos de más, el público ya se aburrió de la
falta de emoción en las plazas, mientras empresarios, ganaderos,
toreros, autoridades y críticos persisten en su conmovedor autoengaño.
YA PODRA HACERSE la campaña publicitaria
más creativa, agresiva y masiva del espectáculo taurino,
que si en las plazas no se responde con toros bravos y toreros dispuestos
a jugarse la vida, la gente no verá ningún atractivo por
el cual dejar su dinero en la taquilla, como no sea una vez al año
para ver el show de los caballitos o al Juli.
ESTA FALTA DE bravura en los toros ha propiciado
que nuestros toreros supongan que saben torear porque no son lastimados
en el ruedo, pero el problema es que la gente no siente que puedan ser
heridos. A lo anterior añádase la escasez de escuelas taurinas
-bases técnicas, ¿para qué?-, la inexistencia de apoderados
profesionales, la falta de incentivos a los que se arriman al toro, la
frívola organización de ricachones metidos a promotores,
los amiguismos inconfesables, el espíritu de la época y el
inexcusable desentendimiento del rumbo de la fiesta por parte de las autoridades,
y se tendrá un cuadro de lo que les espera por resolver a quienes
de nuevo dicen hacer propósito de enmienda.