Entre la zozobra y el abuso
A damnificados yucatecos que ni luz tenían, la CFE no les perdona un solo cobro
JENARO VILLAMIL ENVIADO
Tzucacab, Yucatan. A 70 días de que azotara el peor meteoro en la historia reciente de Yucatán, los habitantes de las comunidades de Escondido y Tigre Grande, en el cono sur de la entidad, al regresar a sus tierras constataron la pérdida de todos sus cultivos, apiarios, medios básicos de subsistencia, tras dos meses fuera de sus casas. Sin embargo, la Comisión Federal de Electricidad pretende cobrarles más de mil 800 pesos por el funcionamiento de una bomba de agua que estuvo descompuesta durante esos dos meses, y entre 170 y 200 pesos en promedio por casa habitación, en la región considerada como zona de desastre y de las más afectadas.
En estas comunidades olvidadas los únicos grupos que mantienen el apoyo a las poco más de 150 familias que las habitan son las organizaciones Fideicomiso para la Atención de Niños Indígenas (Fideo), dirigida por la actriz Ofelia Medina, y Médicos sin Fronteras. En el primer caso, durante dos meses se les entregaron lonas y se les dio apoyo logístico para el retorno a sus lugares de origen, así como atención especial para poco más de 80 niños que viven en las dos comunidades, donación de agua potable, despensas y ropa.
Médicos sin Fronteras impulsa un programa de 10 días para visitar cinco comunidades de la zona: Escondido, Tigre Grande, San Juan Tekax, San Isidro Maquiem y Chandzinub. En ellas capacitarán a asistentes rurales para el manejo de enfermedades como el cólera y el dengue, que se han convertido en las dos principales amenazas después de 70 días de vivir en condiciones insalubres.
El temor de un nuevo desastre natural persiste. Los habitantes, que apenas subsisten con la ayuda que recibieron en Tzucacab, fueron retirados en helicóptero después del embate de Isidore. "Aquí corremos un peligro. Estamos encorrientados y en cualquier momento puede volver a inundarse la zona", subraya José Eduardo Catzín León, secretario del comisariado ejidal de Escondido.
En esta población de 192 habitantes se observa la vegetación seca, después de que el agua subió más de 4 metros y cubrió la totalidad del pueblo. El agua potable está contaminada. Catzín León clama: "nos hace falta maíz. No hay granos, ni siquiera en las bodegas de Tzucacab". Todavía tres familias no han regresado a Escondido.
El Fideo los apoyó con 20 metros de lona que fueron repartidos para reforzar las casas que, a pesar de la inundación, se mantuvieron en pie. La organización les entregó a los habitantes de Tigre Grande seis tinacos rotoplases para almacenar el agua y decenas de lonas para reforzar las casas.
También se les compraron medicamentos y recibieron despensas, pero, como señalan las mujeres: "el hambre es mucha. Se murió el achiote. Teníamos abejas, pero el agua se llevó todo". También se murieron puercos, gallinas, borregos y varias reses.
Existe el proyecto para reubicar a los habitantes de Escondido, ya que por las hondonadas abiertas por el huracán se teme que cualquier lluvia pueda volver a cubrir de agua la población.
El abuso de la CFE
La mayoría de los habitantes de Tigre Grande y Escondido tenían una economía de subsistencia. La miel les daba algunos ingresos extras y calorías. Pascual Caamal, de Tigre Grande, relata que él perdió 10 colonias de abejas. En total, producía entre 80 y 100 kilos de miel. Cuando el precio llegó a 12 pesos pudo obtener un ingreso extra. Todo se acabó. Manuel Jesús Caamal perdió media hectárea de maíz y achiote.
Durante dos o tres semanas, el gobierno municipal de Tzucacab le pagaba 102 pesos semanales para trabajar los jornales que se aplicaron en forma emergente por el gobierno del estado. "Todo eso ya se acabó. De qué vivimos ahora que no nos han pagado", subraya Caamal.
Pese a esta situación crítica, la Comisión Federal de Electricidad (CFE) no les ha querido perdonar ni un día de servicio de luz, además de que apenas hasta hace 15 días carecían del servicio. A la comunidad de Tigre Grande le pretende cobrar mil 823 pesos por energía del pozo de agua durante el periodo que abarca del 23 de septiembre al 22 de noviembre, lapso en el que los 170 habitantes estuvieron fuera de la comunidad y no utilizaron el servicio. Según el recibo, la fecha límite para pagar es el 5 de diciembre.
"No tenemos para pagar. Se los vamos a deber. Si ellos vienen a cortarnos la luz, ni modo, de dónde vamos a sacar el dinero si no tenemos ningún ingreso", comenta Mariano Catzin. A él, la misma CFE le está cobrando 120 pesos de luz, cuando antes del huracán pagaba 72 pesos.
La misma queja se escucha en Escondido. En una casa donde viven seis personas, la CFE pretende cobrarles 215 pesos, el doble de lo que antes pagaban. "ƑEsta es la ayuda de la comisión?", se pregunta José Eduardo Catzín López.
Los testigos de Jehová huyeron
Antes del huracán, Escondido era también un sitio frecuentado por distintos grupos religiosos. En la pequeña comunidad de 192 personas, que surgió de las viejas poblaciones de chicleros y trabajadores de ingenios, los adventistas, los pentecosteses, los católicos y los testigos de Jehová han realizado labor proselitista.
A raíz del meteoro, los únicos que han mantenido la ayuda son los adventistas, que llevaron comida, agua y ropa, según el testimonio de los pobladores. El ministro viajaba desde Tekax, el municipio más grande de la región, hasta Escondido. "Los testigos de Jehová ya ni se paran por aquí. Ellos no trajeron nada", se quejan las mujeres.
Procedentes de Tzucacab, unas monjas católicas repartieron ropas, dulces y donaron una estufa grande para que se atendiera a los damnificados. Otras organizaciones de ese credo, como Cáritas, nunca llegaron hasta este sitio.
En cambio, el Ejército Mexicano, el Fideo, los voluntarios médicos de El Corral y otros organismos mantienen una ayuda constante para evitar que cualquier lluvia vuelva a inundar la zona.
El bebé del huracán
En una de las casitas de Escondido vive Sergio Orlando Dzib Caamal, un niño que nació pocos días después de que Isidoro azotara la región. Su madre, que tiene que alimentar a seis niños más, relata que tuvo que salir de su casa de paja y adobe cuando el agua les había llegado más allá de la cintura. Con nueve meses de embarazo huyó de la intensa lluvia, que duró más de 30 horas. El menor es presumido como "el bebé del huracán".
Como ese niño, muchos otros padecen en estos momentos la falta de asistencia y de alimento. Algunos se divierten en Tigre Grande jugando en una charca que se formó después del huracán. Hay patos y hasta algunas pequeñas mojarritas han pescado. Ahí el agua creció hasta seis metros de altura.
Desde hace una semana no les han vuelto a repartir despensas. También los jornales de 102 pesos semanales se acabaron. El gobernador Patricio Patrón Laviada, de militancia panista, visitó hace unos días esta comunidad. Llegó en helicóptero. Prometió arreglarles el problema de la falta de agua potable y más ayuda. No ha cumplido, dicen los habitantes.
Cerca de estas comunidades, entre Catmis y Escondido, hay un rancho de limones que es propiedad de uno de los hermanos de Patrón Laviada, en sociedad con el banquero Eduardo Creel, entre otros. Producen para una embotelladora de refrescos. Los cultivos lucen bien atendidos y sin ningún problema de riego.
Las decenas de hectáreas de limones contrastan con la vegetación seca, prácticamente muerta que quedó en las comunidades que estuvieron semanas inundadas. "Esta es una región brava. Aquí se acostumbra, desde la época de los chicleros, andar con pistola y con machete. La gente no se deja", comenta Alejandro Medina, uno de los guías por las comunidades afectadas de Tzucacab.
Una frondosa ceiba, de más de 20 metros de altura, es testigo en esta región olvidada de la desesperación que comienza a cundir entre los habitantes más pobres, como en la mayoría de los 85 municipios de Yucatán decretados zona de desastre después del meteoro. Pascual Caamal, quien salió huyendo de Tigre Grande con su hijo y su esposa, subraya: "Lo peor del huracán aún no ha pasado".