EL VIH Y LA CEGUERA OFICIAL
En
el octavo Congreso Nacional sobre Sida e Infecciones de Transmisión
Sexual, inaugurado anteayer en Boca del Río, Veracruz, ha salido
a relucir, una vez más, la enorme distancia que separa el discurso
oficial de los problemas sociales más acuciantes del país.
En el caso concreto de la epidemia del sida, las apreciaciones triunfalistas
del secretario de Salud, Julio Frenk Mora, fueron desmentidas -en un tono
exasperado- por representantes de organismos civiles de acción contra
el VIH, promoción de los derechos reproductivos y defensa de los
derechos humanos.
Ante el triunfalismo gubernamental -supuesta disponibilidad
de antirretrovirales para 93 por ciento de los seropositivos y la pretendida
capacidad pública para "incidir en la epidemia"-, diversos representantes
de los sectores más afectados y de los grupos de trabajo independientes
hicieron una descripción real y descarnada de los alcances de la
epidemia y de los conflictos sociales asociados a ella: gran parte de los
infectados carece de atención médica, y no se diga de suministro
de medicinas; no existen acciones oficiales integrales y eficaces en materia
de prevención y educación sexual; la discriminación
de los seropositivos en hospitales y centros laborales es una realidad
cotidiana lacerante, y el número de infectados -de VIH y de otras
enfermedades de transmisión sexual (ETS), como la sífilis-
sigue en aumento.
Frente a este panorama aterrador y vergonzoso, el sector
público se resiste a entender que el desafío planteado por
la epidemia del sida requiere de una concepción integral, que se
traduzca en estrategias educativas que generen cambios de actitud en las
prácticas sexuales de la población, en reformas legales que
sancionen la discriminación, el maltrato y la desatención
médica a los seropositivos, en servicios de apoyo eficiente para
los infectados y sus entornos cercanos, entre otras medidas.
El desfase entre las realidades del sida y las percepciones
alegres del gobierno es uno de los más dramáticos ejemplos
de la creciente incapacidad de las autoridades para ver y reconocer los
problemas nacionales y, en consecuencia, de su imposibilidad para resolverlos.
Otro caso terrible de esta falta de percepción es la inminente apertura
del mercado agrícola, la cual causará una catástrofe
económica, social, demográfica y acaso también política,
y la indolencia oficial ante lo que se viene.
Más allá de esos dos casos de insensibilidad,
arrogancia y autocomplacencia, es claro que a la presente administración
le urge abrir los ojos y los oídos y enterarse de lo que realmente
ocurre en el país, más allá de las oficinas y los
despachos de las secretarías de Estado.