Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 18 de enero de 2003
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >

Deportes
¿LA FIESTA EN PAZ?

Leonardo Páez

Ponernos positivos

ES MUY SENCILLO que un torero unifique criterios y convierta en "positivos" a los enemigos de una fiesta fraudulenta. Sólo tiene que añadir a su sincera expresión delante del toro el embrujo de la entrega incondicional. La respuesta no se hace esperar.

CON LA PAGINA de toros de La Jornada del pasado lunes ocurrió algo insólito: no sólo estuvimos de acuerdo Lumbrera Chico, José Cueli, el tal Páez y el fino trazo de Sánchez de Icaza con respecto a la actuación de David Silveti en la undécima corrida, sino que además, para Ripley, coincidimos plenamente con la llamada crítica especializada.

¿QUE OCURRIO EL 12 de enero en el semivacío coso que obligó a cuantos en el DF todavía nos ocupamos de la llamada fiesta brava a concordar, quizá por única vez, no obstante la diferencia de ópticas e intereses que animan a cada uno?

DESDE LUEGO NO fue el trapío o la bravura del encierro de Fernando de la Mora, débil en general, discreto de pitones y soso, a excepción del cuarto y el sexto; ni tampoco el lamentable desempeño de otro recomendado de Enrique Ponce, su paisano Finito de Córdoba -friíto, cuando no le toca un toro de entra y sal-, sin el menor respeto por la plaza, por el traje de luces o por justificar las 104 corridas que toreó el año pasado en España.

OCURRIO EL MILAGRO de volver a ver a un David Silveti (47) no sólo dispuesto a jugarse la vida, sino también a asumir el oficio tauromáquico como propuesta estética a partir de una exigencia de interioridad en desuso.

LA PORTENTOSA VARA mágica del alma silvetiana simplemente borró la asfixiante mecanización de los diestros desalmados -codiciosos mercaderes de un arte dignísimo degradado sobre todo por los "ases", asesinos de una profesión diametralmente opuesta al frivolizado espíritu de la época-, y el fondo y la forma de su gesta quedaron convertidos en modélico desempeño.

MAS QUE TOREAR con un profundo sentimiento, mucho más que quedarse quieto en cada suerte inverosímil, bastante más que haberse pasado a las reses a la mínima distancia del cuerpo, la tauromaquia davideana estuvo marcada por la obsesión patológica de gritar un mensaje íntimo e intemporal. ¿Qué resonancias milenarias afloraron en aquellas pasmosas verónicas? ¿Qué ecos de belicosos chichimecas, celtas e iberos retumbaron en esos dramáticos muletazos? ¿Qué misteriosas pasiones guanajuato-irlandesas sostienen tanto ímpetu, luego de que "la ciencia" lo desahució para el toreo?

EN EL HUBO hondas, profundas expresiones, gritos intensos, hondura de razas que de nuevo se resisten a ser sometidas. Y también ondas, movimientos de sublimación y de descenso en la indiferente superficie de la arena, donde se sostuvo en frágil equilibrio, suspendido en inefables poemas tauromáquicos. Flama y flema, fuego y sosiego, llamas y calma, suntuosidad y juego. Y dos Juanes heredando-atestiguando cada lance o pase, sin miedo, con clase. Y vibra, versiones y química personales en una interminable longitud de onda que perturbó el espíritu de cuantos miraron.

POR ESO EL lunes pasado quienes hacemos la página de toros en La Jornada hasta "positivos" nos pusimos.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año