COMITAN: MUERTES QUE INDIGNAN
¿Eran
necesarias las muertes de 32 recién nacidos para empezar a preocuparse
por la carencia de servicios de salud en Chiapas? ¿No bastaba con
saber que ese estado tiene el triste récord de la entidad con mayor
mortalidad infantil? ¿No eran suficientes las reiteradas denuncias
de las comunidades rurales sobre el desabasto de medicinas, falta de médicos
y carencia de clínicas? ¿Es fruto del azar que eso suceda
en una región mayoritariamente pobre, indígena y campesina?
El gobernador de Chiapas, Pablo Salazar Mendiguchía,
recibió la administración en una situación de emergencia
sanitaria que fue comunicada a la Secretaría de Salud. Obtuvo el
silencio como respuesta. Hoy vuelve a advertir sobre la gravedad de la
situación. ¿Se repetirá la sordera y la ceguera de
las autoridades federales ante una intolerable situación de sufrimiento
y de carencia de derechos?
Según el mandatario, en Chiapas hay un rezago de
30 años en los servicios de salud. Asegura que no ha recibido ningún
recurso extraordinario para reducir las consecuencias sociales de esta
situación indigna. Ahora, después de estas trágicas
muertes masivas, comprueba que se necesitan 500 centros de salud más
y otros 2 mil 500 trabajadores sanitarios adicionales. Dice, además,
verse obligado a pedir dinero prestado, con fuertes intereses, a la banca
comercial, para financiar los servicios de salud.
Mientras tanto, a más de mil kilómetros
de distancia, desde la ciudad de México, la Secretaría de
Salud ha negado tener responsabilidad alguna en los decesos. Según
el subsecretario Roberto Tapia Conyer es el gobierno de Chiapas el que
toma sus propias medidas en materia de salud.
Es evidente que la descentralización de los servicios
médicos sólo ha servido para que las autoridades federales
y las estatales se responsabilicen mutuamente de la inercia y del empeoramiento
de la atención y prevención de enfermedades, como es también
obvio que, la principal propuesta sanitaria de la actual administración,
el Seguro Popular, no resuelve los grandes problemas del sector.
El primero de enero de 1994, cientos de comunidades indígenas
chiapanecas se levantaron en armas cansadas de la muerte inútil
de los suyos. Durante nueve años los gobiernos federal y estatal
en turno han informado de cuantiosas y sistemáticas inversiones
en el estado. Pero según el gobernador Salazar, su administración
heredó una deuda en el sector de 80 millones de pesos. Más
allá de las palabras, el trágico fallecimiento de infantes
en el hospital de Comitán muestra que esas muertes inútiles
siguen siendo una realidad cotidiana en la entidad. ¿Dónde
quedaron esos millonarios recursos destinados a cuidar la salud de los
habitantes del sureste? ¿Dónde está el supuesto bienestar,
anunciado por los discursos oficiales, en el que deben vivir esos anónimos
niños que fallecen porque sus familias viven en condiciones medievales?
México tiene un candidato oficial a la presidencia
de la Organización Mundial de la Salud y lo promueve por todos los
medios: ¿quién paga, con muertes y falta de servicios, esa
promoción? ¿Cómo se puede pretender ser un ejemplo
mundial cuando vastos sectores geográficos y sociales mexicanos
viven en una situación indigna que ofende e interpela a toda persona
con conciencia y sensibilidad?
El fallecimiento de los infantes en el hospital de Comitán
nos recuerda, una vez más, la enorme distancia que hay entre el
México real en el que viven los de abajo y el México que
presumen los políticos en sus discursos e informes oficiales. Esas
muertes nos indignan.
LEGISLAR GARANTIAS PERIODISTICAS
En noviembre del año pasado La Jornada dio a conocer
diversas acciones de hostigamiento y amedrentamiento realizadas en meses
anteriores contra reporteros de este diario y de otros medios informativos
por parte de diversos funcionarios de la Procuraduría General de
la República (PGR) que pretendían obligarlos a revelar sus
fuentes de información. Se informó, asimismo, que nuestros
compañeros afectados habían acudido ante la Comisión
Nacional de Derechos Humanos (CNDH) para interponer quejas contra el procurador
Rafael Macedo de la Concha, varios de sus colaboradores cercanos y otros
empleados de la PGR involucrados en esas medidas ilegítimas de acoso
y ataques a la libertad de expresión y al derecho a la información,
además de preocupantes expresiones de ineptitud por parte de los
encargados de procurar justicia.
Por esos días, en este mismo espacio, se dijo que
el señalamiento público de esas conductas indebidas y la
demanda de protección a la CNDH no sólo buscaban preservar
la integridad personal y profesional, así como la seguridad jurídica
de los reporteros de La Jornada, sino detener lo que parece ser una tendencia
a estrechar los márgenes de acción de los informadores en
general, hacer conciencia, en la sociedad y entre las autoridades, de las
normas éticas fundamentales del oficio periodístico -como
la protección de la identidad de las fuentes-; se exigió,
asimismo, que el poder público distinga -y respete la distinción-
entre los informadores y los informantes de la policía.
Hoy se divulga, en estas páginas, apuntes y reflexiones
de la CNDH sobre esta controversia entre La Jornada y la PGR. Destacan
la descalificación de los alegatos formulados por la segunda, un
listado de "inconsistencias y contradicciones" en que incurrió la
dependencia en sus medidas de hostigamiento contra varios de nuestros reporteros,
así como el señalamiento de que la intervención del
ombudsman nacional en el caso "no debe limitarse a solicitar a la autoridad
el inicio de una investigación administrativa o penal (...) sino
solicitar a las autoridades un compromiso amplio en el respeto y defensa
de los derechos humanos".
Los propósitos mencionados son sin duda pertinentes,
oportunos y necesarios, y cabe esperar que la CNDH los formalice en una
recomendación a la PGR en la que se demande, también, la
investigación y sanción de posibles hechos delictivos y de
infracciones por parte de los funcionarios que participaron en el acoso
referido. Pero esta casa editorial considera que se debe ir más
allá de reglamentos y lineamientos internos, y que el Congreso de
la Unión tiene ante sí el deber de legislar instrumentos
jurídicos de protección al desempeño periodístico
y a los principios éticos de la profesión. En tales instrumentos,
un punto fundamental debe ser la prohibición a las instancias de
procuración e impartición de justicia de cualquier intento
de presionar a los reporteros para convertirlos en delatores bajo cuerda,
como lo pretendió recientemente la PGR. No se trata de una demanda
de mero interés gremial -que lo es-, sino también de una
petición de garantías para el suministro de información
a la sociedad en su conjunto.