LA EXPLOSION QUE VIENE
Desde
hace 20 años, la ceguera, irresponsabilidad y arrogancia de los
gobiernos neoliberales han llevado al campo mexicano a una circunstancia
extremadamente peligrosa para la soberanía nacional y social, así
como políticamente explosiva y desastrosa en lo económico
e indignante en lo humano.
Un apretado recuento obliga a recordar que Miguel de la
Madrid inscribió al país en el Acuerdo General de Aranceles
y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés, entidad precursora de
la actual Organización Mundial de Comercio) e inició la oleada
privatizadora que, a la postre, barrió con las cadenas productivas
de la economía nacional. Carlos Salinas fue más allá:
unció a México al Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN) y dividió y debilitó a las organizaciones
campesinas, acalló toda protesta mediante las relaciones públicas
multimillonarias, la represión y la corrupción. No fue sino
hasta el inicio del último año de su administración
que los indígenas rebeldes de Chiapas obligaron a Salinas a enterarse
de la existencia de un país rural, miserable y exasperado que no
aparecía por ninguna parte en las estadísticas alegres de
los tecnócratas gubernamentales.
Ernesto Zedillo, por su parte, ejerció la Presidencia
dándole la espalda no sólo al campo, sino al país
en su conjunto. El descontento generado por su administración fue
de tal magnitud que la ciudadanía castigó su ineptitud quitándole
el Ejecutivo federal al PRI y entregándoselo -por primera vez en
70 años- a un candidato opositor, Vicente Fox, que ostentaba su
condición de ranchero claridoso y trabajador como virtud política
y como factor de contraste ante el puñado de economistas perfumados
que no se manchaban las manos ni con la tinta de los documentos oficiales.
Por esa razón, por su facilidad para prometer imposibles
y en razón del hartazgo popular ante las presidencias priístas,
el actual mandatario generó grandes expectativas en amplios sectores
de la sociedad, e incluso hubo quienes supusieron que en el presente sexenio
los gobernantes voltearían la mirada, por primera vez en dos décadas,
a la desesperada situación del agro. Pero, por el contrario, el
gabinete foxista ha persistido en la desatención de los campesinos,
ha carecido de la sensibilidad política y social para comprender
la magnitud del drama económico, demográfico, político
y humano que se gesta con la plena apertura comercial a los productos agropecuarios
de Estados Unidos y Canadá.
A pesar de la palabrería, el actual gobierno ni
siquiera ha reglamentado leyes de urgente aplicación para reactivar
al sector agrícola, como la de Desarrollo Rural y la de Energía
para el Campo, ha faltado a sus compromisos de campaña de otorgar
subsidios y establecer mecanismos compensatorios para los campesinos mexicanos,
como lo señaló ayer la presidenta nacional del Partido de
la Revolución Democrática, Rosario Robles. Por supuesto,
la actual administración no quiere ni discutir la necesaria renegociación
del TLCAN para lograr condiciones menos funestas para la gran mayoría
de los agricultores del país.
Fox y el secretario de Agricultura, Javier Usabiaga, ellos
mismos empresarios agrícolas capitalizados, tecnificados y exportadores,
porfían en considerarse representativos del resto de los campesinos
mexicanos. Pero la mayor parte de la gente del campo está integrada
por ejidatarios, comuneros y micropropietarios que viven una situación
desesperada, que carecen de la menor posibilidad de competir exitosamente
con las importaciones procedentes de los otros socios del TLCAN y que,
con la entrada en vigor del capítulo agrícola de ese tratado,
no tienen ante sí más perspectivas que dedicarse al narcocultivo,
engrosar las filas de las insurgencias políticomilitares o abandonar
sus tierras y escoger entre el incierto y peligroso cruce de la frontera
norte o la migración a las zonas de miseria de las ciudades mexicanas.
Esa circunstancia límite ha forzado a los campesinos
de distinta filiación y a sus organizaciones a confluir en un todavía
embrionario movimiento de protesta que va a hacerse sentir en el país
en los próximos días y en las próximas semanas. Cabe
esperar que el Ejecutivo federal y los mandatarios estatales se abstengan
de responder con el recurso de la represión las expresiones de descontento
y que en cambio éstas sirvan para hacer entender a los actuales
gobernantes que el campo está a punto de explotar y que si no se
hace algo el futuro y la viabilidad del país en su conjunto estarán
en peligro.