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Hugo Gutiérrez Vega
LUIS PALÉS MATOS Y EL CARIBE (II DE III)
El rey Salomón y el poeta del Caribe se unen para celebrar el milagro del cuerpo femenino, y la mulata de Palés se convierte en el ser emblemático del mundo antillano. Su cuerpo y su balanceo, su sensibilidad y su inteligencia unidas al misterio de esa gracia que brota de todos los caminos de su piel, son la metáfora de las islas, sus idiomas, sus formas de ser, de esperar, de gozar y de morir, así como el lenguaje de su alma hecha de mezclas, júbilos y vejámenes. Alguna vez, hablando con los poetas Edwin Reyes, Hjalmar Flax y José Luis Vega, comprendí que las islas eran la mulata que era, a su vez "el tibio mar de las Antillas" al que Palés se acogía:
Eres ahora, mulata,
todo el mar y la tierra de mis islas.
Palés usa la palabra "todo" en su plena extensión. La tierra está representada por la mulata y su cósmico caderamen que oscila en el amor, y es también la cuna del hijo. A sus tierras llegan las banderas de los blancos y la isla mulata entrega sus armas:
El pabellón francés entra en el puerto
abrid vuestros prostíbulos, rameras,
la bandera británica ha llegado,
limpiad de vagos las tabernas.
El oriflama yanqui...
preparad el negrito y la palmera.
Violadas y vírgenes (la Magdalena es siempre virgen al final), las islas mantienen vivas sus formas de ser y de expresarse y, como en la "Plena del menéalo" se balancean en el desafío para hacer rabiar al Tío Sam.
Los tambores clavaron en Luis Palés su aguijón de música y le dieron la facultad para cantar el ritmo novísimo de las islas caribeñas. Dice Mercedes López Baralt que en "Canción festiva para ser llorada", Palés Matos recorre las islas como los otoños de Lezama Lima, Saint John Perse y José Carlos Becerra, para entablar con ellas un diálogo erótico pautado por un entusiasmo mayor y una despierta, casí ditirámbica celebración: "Buen calalú Martinica,/ que Guadalupe me aguarda./ ¡Hola, viejo Curazao!/ Yo ya te he visto la cara./ ¡Mira que te coge el ñáñigo,/ niña, no salgas de casa!/ ¿En qué lorito aprendiste/ ese patúa de melaza,/ Guadalupe de mis trópicos,/ mi suculenta tinaja?/ A la francesa resbalo/ sobre tu carne mulata,/ que a falta de pan tu torta/ es prieta gloria antillana." Hablando en patuá; en papiamento, esperanto cimarrón; en español suavizado por los aires isleños, o en inglés montado en el vaivén del calipso, las islas cumplen sus ritos nocturnos, se mueven gozosas en los instantes dorados e imperecederos del amor sexual, disfrutan sus "alimentos terrenales" y luchan por alcanzar sus libertades y mantenerse fieles a los signos y los modos de sus culturas.
Palés Matos es el pionero de esta visión del Caribe mulato y, por lo mismo, mucho le deben Nicolás Guillén, Ballagas, Carpentier, Marinello, Ortiz, Urrutia, Cesaire y Walcott, entre otros. Con él se inicia la poesía antillana que por su negritud se relacionó con las obras de Claude McKay, Vachel Lindsay y Langston Hugues. Recuerdo el poema "The Congo" de Lindsay que tal vez contagió a Palés algunos aspectos del ritmo de los tambores selváticos:
Mumbo-Yumbo, God of the Congo,
and all the other Gods of the Congo,
Mumbo-Yumbo will hoodoo you
Mumbo-Yumbo will hoodoo you...
Luis Palés tuvo que esperar para que se reconociera el valor de sus propuestas, y se vio obligado a enfrentar tanto la incompresión de los críticos como el racismo de la sociedad blanca. Por otra parte, gracias a Tomás Blanco, Margot Arce, Federico de Onís, Valbuena Prat y Nilita Vientós, se inició el estudio riguroso de su poesía, que han llevado a extremos de excelencia Mayra Santos Febres, José Luis Vega, Rodríguez Vecchini, Bajeux, Habibe, Díaz Quiñónes, Pedreira, Forastieri, Gelpí, Ríos Ávila, Julio Marzán y mi maestra Mercedes López Baralt.
No podríamos, por otra parte, explicarnos claramente las obras de Luis Rafael Sánchez, Ana Lydia Vega, José Luis González, Ramos Otero, José Luis Vega, Edwin Reyes, Hjalmar Flax, Edgardo Rodríguez Juliá y otros escritores antillanos, sin la luz palesiana que fue capaz de iluminar los más recónditos y desdeñados aspectos del alma caribeña. Me refiero sobre todo a los actos rituales acompasados por el tambor que lleva el ritmo de los latidos del corazón: "Por la encendida calle antillana/ va Tembandumba de la Quimbamba,/ rumba, macumba, candombe, bámbula,/ entre dos filas de negras caras", decimos casi bailando los puertorriqueños, los isleños todos, los latinoamericanos y hasta los mismos europeos que con tan poca gracia se atreven a menearse en la danza ritual.
(Continuará)
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