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La sociedad del entretenimiento
EL IMPERIO DEL ENTRETENIMIENTO
EU es un país bendecido por los dioses del espectáculo. Siempre que termina un entretenimiento masivo otro más viene a tomar el relevo inmediatamente. Cuando concluye la temporada de beisbol o basquetbol, el público sabe que sigue la de futbol americano y la de hockey. Cuando se acaba la temporada de Lost o Survivor llega la nueva edición de American Idol. En esta tierra nadie tiene derecho a ser infeliz. Pero independientemente de las competencias deportivas y la programación televisiva, nada mantiene al público más fascinado que los aprietos de las celebridades y los largos juicios televisados repletos de desplantes teatrales. Por supuesto que el encantamiento se da cuando todo se combina: el linebacker de tal equipo golpea a su esposa, una famosa cantante de rap, con serios problemas de adicción, y sus guaruras, amedrentan a unos curiosos con armas automáticas en un club nocturno y todo mundo va a parar a la corte de algún juez fanfarrón. Durante semanas, los programas de farándula y los canales "informativos" de la tele por cable dedican cobertura exclusiva al caso. Expertos desfilan dando opiniones y numerosos testigos ofrecen comentarios comprometedores. Hasta que el público se harta y cambia de escándalo. De manera semejante, la guerra dejó de ser una divertida teleserie de acción, gallardía y aventuras exóticas cuando Irak se convirtió en una carnicería sangrienta no apropiada para ser transmitida sin la clasificación d.
ESCÁNDALO CÓSMICO
Pero las nuevas distracciones no se hacen esperar. Entre las más recientes tenemos la insólita historia de la astronauta Lisa Nowak, quien se puso un disfraz, unos pañales (¿modelo espacial?), se armó con una pistola de postas y un gas lacrimógeno para manejar por casi mil 500 kilómetros para confrontar y secuestrar a su rival, la también astronauta, Coleen Shipman. Nowak, de cuarenta y tres años, es casada y tiene tres hijos, se enamoró apasionadamente del comandante de la marina William Oefelein, un astronauta soltero y disponible. Superar el estruendo mediático de un triángulo amoroso de astronautas, uno de ellos sicótico, parecía imposible. Esto era material para telefilmes, películas y cientos de horas de cobertura, el delirio de los anunciantes.
EL SHOW DE ANNA NICOLE
Los medios aún no terminaban de relamerse los bigotes por el festín del caso Nowak cuando el jueves 8 de febrero, en Hollywood, Florida, murió la modelo y "celebridad", Anna Nicole Smith, tótem rubia de la mega frivolidad, que pasó de bailarina topless a conejita de Playboy en 1992 y a Playmate del año 93. A esa gloria siguió la campaña publicitaria de la marca Guess, algunas apariciones decorativas en películas y series televisivas. Anna Nicole era incapaz de actuar, pero manufacturó una imagen de clon de Marilyn Monroe. En 2002 un productor con imaginación y crueldad lanzó el Reality Show en la cadena E!, The Anna Nicole Show, donde la rubia exponía con naturalidad su vulgaridad y hacía un humillante y ridículo espectáculo de sí misma. La serie fue un éxito mientras duró. Pero el punto donde su historia da un giro es cuando, a los veintiséis años, se casó con el magnate petrolero texano Howard Marshall ii de ochenta y nueve años. Un año más tarde su marido murió dejándole una fortuna valuada en 1.6 mil millones de dólares. Tuvo que pasar los siguientes doce años peleando contra su familia política por la herencia y finalmente se quedó con más de 450 millones de dólares. Cada aparición de Anna Nicole en público parecía anunciar su inevitable colapso. El año pasado, justo cuando dio a luz a una bebé, su hijo de dieciocho años murió en el cuarto de hospital, aparentemente de una sobredosis o una combinación de Zoloft, Lexapro y metadona. Y ahora Anna le siguió los pasos al morir aparentemente también de una combinación de metadona y otras sustancias, dejando un halo de ambigüedad en torno a las causas de su deceso (en un espíritu marilyniano), y dejando también a una bebé inmensamente rica, cuya paternidad es disputada por media docena de despreciables vividores y oportunistas. Entre los que destacan Howard K. Stern, el abogado de Anna Nicole, un fotógrafo que fue su amante y el marido de Zsa Zsa Gabor, Frédéric Prinz von Anhalt. Durante semanas la vorágine televisiva bombardeó con imágenes del absurdo juicio en Florida donde se determinó quién tendría la custodia del cadáver y se decidiría dónde enterrarla. A este show grotesco seguirá determinar la paternidad del bebé y sus millones. Mientras se desarrollaba esta particularmente morbosa fábula en la vena de los hermanos Grimm, en Irak morían un mínimo de cien civiles diarios.
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