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Reflexiones acerca de la cobardía
En México la televisión, en tanto agente político, es hogar de la cobardía. El medio se ha vuelto cobarde, cobija cobardes, obedece a cobardes, los promociona, los enaltece. Es el medio perfecto para el denuesto cobarde porque no admite réplicas. Lejos, muy lejos está la televisión de ser como pregonan sus panegiristas, empleados y propietarios, solamente vehículo de entretenimiento e información. En ese segundo concepto, información, es donde la torcedura es más evidente. La televisión mexicana, desde sus muy politizados –y por lógica convenencieros– orígenes, siempre ha estado alineada lejos de las causas populares y cercana, muy cercana, tanto que son una misma carne, a los poderes fácticos que invariablemente se han sostenido en estados sucesivos, atenuados a veces, pero también brutales, cínicos, de opresión social y política. Para la televisión, mientras pueda mantener la mascarada, no pasó nada, por ejemplo, en 1968, ni hubo, por muchos años, guerra sucia o crímenes de Estado en México. Para la televisión mexicana, y así lo propala ahora todo el tiempo, el país está muy bien. Jamás ha criticado al presidente en funciones: en su momento, la grisura de Miguel De la Madrid era una presidencia con mesura; la perversidad de Salinas de Gortari era la audacia de un presidente moderno; la anonimia de Zedillo una profunda capacidad de reflexión; la estupidez de Vicente Fox una demosófica expresión de bravura, y la medrosía de Felipe Calderón una prudente manera de gobernar. Para la televisión mexicana el activismo social es casi sinónimo de asociación delictuosa. Y es que, para decirlo sencillo, la televisión mexicana es televisión de derechas. Las insultantes emisiones del mensaje que vimos en semanas pasadas, en que otra vez se quiso enlodar con mentiras estúpidas, con exhibición de ignorancia supina a López Obrador, porque estorba al gobierno para consolidar sus planes de enajenar la renta petrolera del país a extranjeros (con los que ya el gobierno, sus funcionarios en lo privado, tienen amarrados jugosos negocios), es una muestra clara, como si muestras claras necesitáramos para darnos cuenta de que en la televisión mexicana, en los arreglos cupulares, ésos sí criminales en tanto que buscan exacerbar las brechas creadas por ellos mismos entre la gente y sembrar el odio a un líder social que les resulta incómodo, allí, en esos nauseabundos rincones de las más sucias conciencias que ha podido dar este país, se gestan los fraudes electorales, las campañas de odio, la negativa absoluta a compartir el país con el grueso de sus habitantes. Y para ello, para mantener el andamiaje de prebendas indebidas, se echa mano de todo, del denuesto, de la mentira repetida y repetida y repetida, de la calumnia por televisión en horario estelar. Viene a cuento la Rayuela publicada en portada de este diario el lunes 21 de abril: ¿Si los mensajes en que se compara a López Obrador con Pinochet, Hitler y Victoriano Huerta, fueran encaminados a ensuciar la imagen de Calderón, Televisa los hubiera pasado al aire igual?
Pero esas campañas cuestan mucho dinero: ¿quién, otra vez, las financia?, ¿serán los poderosos empresarios dueños de todo, del pan y las galletas, de los supermercados, de la harina de maíz, de los refrescos, la telefonía, los bancos y casi todo, menos el petróleo? Todo esto es parte del mismo complot que conviene a la oligarquía. Las mismas estratagemas apestosas marca Döring, las mismas cobardías panistas del proceso electoral, la misma estrategia de lanzar el pedrusco por la espalda y decir luego, como hizo Germán Martínez, el líder del pan, hace poco, con carita de espanto, nosotros no fuimos, y alzarse de hombros y enseñar las palmas y decir miren, nosotros tenemos las manos limpias. Igual que Manuel Espino, líder del pan durante las elecciones de 2006, y la televisión con ellos, trabajando para ellos, importándole un bledo todo el mal que causa al pueblo de México al volverse vehículo de la cobardía. Allí las cobardes instituciones, el ife siempre tardío y blando, la Secretaría de Gobernación, la Suprema Corte. Allí todos ellos, confabulados, cobardes, escudados en prestanombres, en asociaciones civiles fantasmagóricas, creadas, como la de Guillermo Velasco Arzac –íntimamente ligado al clero y a los Fox– como la de Martha Sahagún, en guaridas, en cubiles, en nidos de cobardes perpetradores de porquería que parece que siempre habrán de encontrar en la televisión mexicana un feliz tobogán para deslizar su cobardía.
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