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Historia conocida extra
Permítasele al juntapalabras que suscribe incluir un paréntesis en la serie “Cinco historias conocidas cinco”, comenzada una semana atrás, a la cual, y a manera de anexo, se suma la que viene a continuación.
Conocida también, al menos por quienes son o han sido convidados a participar o presenciar, y con alguna frecuencia también por quienes viven en la localidad donde se llevan a cabo, es la historia de los festivales de cine que en fechas recientes, en México, pululan como hongos en tiempo de lluvias. De un tiempo a esta parte resulta que hay festivales cinematográficos para dar y prestar, haciéndose literal eco del eslogan de los sombreros Tardán, porque los hay de Sonora a Yucatán…No se habla aquí de los llevados a cabo en Morelia, en Guadalajara, en Guanajuato e inclusive en Acapulco –aunque a este último le falta todavía cierto trecho para su consolidación–, añosos los tres primeros, sino de los que se ven aparecer ya en Tijuana, ya en Cancún, ya en Oaxaca o en Ciudad Juárez.
COMÚN DENOMINADOR
No es un solo aspecto el que hermana a los últimos festivales mencionados. Para comenzar con el más notorio, triste, grave y sintomático, imagínese usted la sala equis del multiplex ye, donde se está dando la película zeta –que puede ser una película buena o de las otras, por ahora da lo mismo–, mientras en el mismo multiplex pero en la sala equis bis se da la película zeta bis. El esquema se puede repetir hasta un par o tres veces más y, de acuerdo con el irrefutable testimonio del arribafirmante, el común denominador es que, si alguien se asoma a la sala oscura, tan pronto sus pupilas dilaten lo suficiente descubrirá un patio de butacas ayuno de ocupantes hasta una totalidad sólo nimbada por la presencia, bien escueta, de tres o cuatro, siete, casi siempre menos de diez espectadores incluyendo a este arrimaletras, cuando no a este último, solito y su alma, viendo lo que nadie más quería ver.
A resultas de lo anterior, festivales de cine como los antedichos podrían ser definidos como eventos de vocación masiva involuntariamente anónimos, o algún otro oxímoron igual de abstruso, en buena medida a consecuencia de la exangüe, cuando no nula promoción y difusión de un acontecimiento que a quienes deberían ser, y se supone que son, los principales destinatarios del beneficio sociocultural implícito; es decir, a los lugareños, todo les pasa de noche en virtud del absurdo de que nadie –donde “nadie” significa los organizadores– se tomó la molestia de hacer un trabajo que tiene de sencillo lo mismo que de mal realizado.
NO OBSTA PARA QUE CONSTE
Todo lo cual no es óbice para que, a decenas de años luz de cualquier cosa que se parezca a la autocrítica, Ciertosorganizadores rubrique la clausura de su evento con una jocundia de todo punto injustificable, si se atiende a la cuasi clandestinidad bajo la cual éste se llevó a cabo, y encima insinúe o de plano proclame con todas sus letras que aquello fue todo un éxito, nomás por el hecho mínimo de que sucedió, es decir, hubo algunos o muchos de los siguientes interfectos: participantes, invitados, periodistas y poco más, pero bien que se guarda de referir públicamente la cifra de boletos expedidos en taquilla.
¿Y entonces por qué o para qué se organizan esos festivales?, pregunta Alguien con toda pertinencia. Descontando el hecho, de cualquier modo imposible de soslayar, de que sólo a través de esos festivales –claro que también de los otros, los que sí funcionan– puede accederse al conocimiento de cierto cine que jamás tendrá cabida en la cartelera comercial; descontada dicha certidumbre, pues, quedan como un par de varias posibles y comprobables causas eficientes el arribismo y el utilitarismo oficiales más palmarios que sea dable imaginar.
Póngase por caso el Festival Internacional de Cine de la Frontera, celebrado en Ciudad Juárez a partir del entusiasmo de tres o cuatro entusiastas que piensan honestamente en las bondades de crear un evento cultural como los que han visto nacer en otras latitudes. Sea entonces la consiguiente búsqueda de apoyos, comenzando por los pecuniarios, obtenidos en buena cantidad de las autoridades gubernamentales tanto del gobierno estatal como del municipal. Y entonces, zás, el presidente municipal de Juaritoz se despacha deseando, al micrófono y en plena inauguración, que en un futuro ahí radique un nuevo Cannes, lo cual hasta da ternura, pero al minuto siguiente riega el sotol sosteniendo que “la violencia en Ciudad Juárez es producto de la ciencia ficción”… Bilívit or not, ése. El cine sustraído de sus funciones más nobles, además de ser utilizado como cosmético de la realidad.
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