principios de 1990 Samuel P. Huntington propuso entender la aparente generalización de la caída de regímenes autoritarios y la consecuente instauración de regímenes democráticos como si se tratara de una inmensa ola que se había levantado originalmente en Portugal, España y Grecia, desde donde se había extendido a América Latina y Europa del este. Así quedaba abierto el camino para que la democracia reinara soberana en todo el mundo.
A poco más de 20 años de pronósticos tan optimistas, cabe preguntarse qué tan satisfechos estamos con el cambio político y cuál es la situación de la democracia en el mundo. Contrariamente a lo que hubiera dejado esperar la generalización del fenómeno, la evaluación de su desarrollo tiene que atender a las particularidades de los diferentes casos. De otra manera no se entienden resultados como los que recoge la última encuesta de Latinobarómetro, según los cuales, por ejemplo, Venezuela y El Salvador son los países que registran mayor apoyo a la democracia –88 y 68 por ciento, respectivamente. En cambio, en México ese apoyo ha disminuido de 51 por ciento en 1996 a 42 por ciento 13 años después. Al ver estos porcentajes uno no puede sino preguntarse ¿qué significa democracia para los venezolanos? Todo sugiere que es una noción diferente a la que ha prevalecido en México durante más de dos décadas. Las noticias que llegan de Venezuela nos hacen pensar que se trata de un gobierno personalista, que ha movilizado a amplios grupos populares, que recrea experiencias populistas del pasado, y para la cual los valores de la democracia liberal han pasado a segundo término –aun cuando gracias a sus mecanismos el presidente Hugo Chávez llegó al poder. Habría incluso que recordar que optó por la vía electoral y partidista, luego de que fracasó en su intento de llevar a cabo un golpe de Estado. Para la mayoría de los venezolanos la democracia no parece estar necesariamente asociada con pluripartidismo, sino más bien con el ejercicio plebiscitario del poder.
En cambio, los mexicanos identificamos la democracia con elecciones libres y competidas y con pluralidad partidista. Todo eso hemos tenido por lo menos desde 1994. ¿Qué ha pasado desde entonces que ha minado el apoyo a la democracia entre nosotros? ¿Son demasiadas elecciones, demasiados partidos?, como parecen decir algunos. En 1996 se introdujeron las reformas al Cofipe que fortalecieron la confianza de los ciudadanos en el voto y de los partidos en la autoridad electoral; en 1997 el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y el presidente Zedillo se vio atrapado en una difícil experiencia de gobierno dividido que, sin embargo, era prueba de que la pluralidad política se había instalado efectivamente entre nosotros. En 2000, Vicente Fox derrotó al candidato del PRI y desde entonces la alternancia en el poder perdió excepcionalidad. Actualmente el ciudadano sabe que puede utilizar su voto para negociar con los partidos la satisfacción de sus demandas; el Poder Legislativo es un auténtico contrapeso al Ejecutivo. En fin, en términos generales, los mínimos del régimen democrático parecen haberse afianzado. ¿La democracia es menos atractiva ahora que conocemos su funcionamiento? ¿Qué nos disgusta de la democracia? ¿Sus costos? ¿Sus políticos? Creo que lo que nos disgusta son sus limitaciones, a pesar de que éstas eran bien conocidas desde el principio. Es decir, siempre supimos que la democracia en sí misma no serviría para resolver problemas tan fundamentales como la desigualdad o la pobreza, al menos en el corto plazo. Creímos que contribuiría a frenar la corrupción, incluso a castigarla, pues un funcionario reconocido por su conducta criminal jamás obtendría un solo voto. Todo lo contrario ha sucedido. Todos los días la prensa publica información a propósito de problemas de desvío de recursos en los que están involucrados presidentes municipales, ediles, diputados, gobernadores de todos los partidos. Los líderes de los antiguos sindicatos del PRI nunca habían sido tan prósperos. La permeabilidad de la democracia a la corrupción podría ser una de las explicaciones de que haya perdido apoyo entre nosotros, aunque muchos piensan que es la incompetencia de muchos funcionarios públicos, el desempleo, o, por encima de todas las cosas, la inseguridad.
No sólo a los mexicanos nos ha desilusionado la democracia. Algunos autores hablan de que en años recientes se ha extendido una suerte de fatiga
, de melancolía
, como si la experiencia democrática hubiera dado al traste con el ideal democrático. Hasta ahora, lo que parece sostenerla es la ausencia de una alternativa suficientemente poderosa, aunque en Venezuela y otros países de América Latina se ha reincorporado el populismo que no es democrático, sino que se nutre de las fragilidades de la democracia.