Dos adolescentes en patines custodiaron el andar zigzagueante de una niña que, montada en un triciclo, recorrió algunas avenidas del Campo Militar número uno.

El padre de los tres, un capitán retirado del Ejército de apellido Chávez, que por segundo domingo consecutivo trajo a su familia a visitar las instalaciones militares, detiene el paso para recordar que por aquí pasaron, frente a mis ojos, muchos jóvenes guerrilleros detenidos hace 40 años.

El ex militar de 67 años no quiso dar detalles de lo ocurrido. Para qué vamos a ponernos tristes, ya son otros tiempos, y hoy es un día familiar, dice.

Kilómetros adelante se aprecian las instalaciones del Batallón de Fusileros Paracaidistas, en la curva de la Glorieta de las Águilas, donde dos jóvenes enamorados bajan de sus bicicletas y disparan la cámara fotográfica para atrapar este histórico momento.

Frente a la puerta 6, un hombre de casquete corto parece agotado y se detiene a reconvenir a un par de ciclistas.

–¡Jóvenes! ¿No saben que está prohibido montar bicicleta sin casco?

–Pues no nos dijeron nada al entrar –responde uno de los paseantes ante el rostro de admiración de su acompañante.

Al igual que la semana pasada, durante el primer domingo en que el Campo Militar número uno abrió sus puertas al público, los ciclistas pudieron recorrer un tramo de 10 kilómetros, en el cual contemplaron aviones utilizados en la Segunda Guerra Mundial, complejos logísticos de adiestramiento, las instalaciones de los juzgados y la cárcel militares, así como diversas edificios de la Fuerza Aérea Mexicana, batallones y brigadas de la Secretaría de la Defensa Nacional.