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Ver día anteriorDomingo 8 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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México: un país de derecha
C

uando llegué a México, el 26 de julio de 1940, gracias a la generosidad del general Lázaro Cárdenas, pensé que estaba en un país de izquierda, librepensador. No tardé mucho en darme cuenta de que estaba equivocado. Las conversaciones con mis compañeros mexicanos en el Instituto Luis Vives pronto me hicieron pensar que la primera impresión era errónea. Y cuando tomó posesión como presidente el general Ávila Camacho y su esposa promovió el año de la Virgen de Guadalupe, confirmé mis temores de que la primera impresión no tenía fundamento. Por el contrario, a pesar de Benito Juárez y sus leyes de Reforma, el catolicismo del país era su condición más evidente. Y el derechismo le venía de la mano como consecuencia natural.

Ninguno de los sucesores de Ávila Camacho me llevó a pensar de otra manera. Todos resultaron de derechas, sin alternativas.

El PRI ha sido protagonista de esas tendencias. Desde su origen como Partido de la Revolución Mexicana mantuvo la tradición conservadora que impuso Ávila Camacho, reforzó Miguel Alemán y consolidaron sin excepción sus sucesores. Por eso la presencia del PAN en la Presidencia, con Vicente Fox y Felipe Calderón, no cambió mucho las cosas. Por el contrario, simplemente reforzó las mismas ideas.

Los 12 años del PAN en la Presidencia no se han divorciado de la política impuesta por el PRI. El conservadurismo del PAN no fue novedad, sino continuación. Ejemplos hay de sobra, pero en mi mundo laboral la desaparición de Luz y Fuerza del Centro y la permanente agresión contra el sindicato minero son prueba de lo mismo.

El PRI ha sido siempre un partido conservador. Con él ha proliferado el sindicalismo corporativo, aliado del Estado y de los empresarios, y autor de proyectos de reforma a la Ley Federal del Trabajo (LFT) que ponen de manifiesto ese espíritu.

No tengo muchas dudas acerca de que el PRI les dé un empujoncito para que se conviertan en ley. Con lo que el corporativismo sindical, la desaparición de la estabilidad en el empleo y los contratos de protección seguirán de moda y, con ellos, las juntas de conciliación y arbitraje, instrumento precioso del corporativismo, entre otras cosas.

Las alternativas no son fáciles. Las más importantes están en la consolidación de un sindicalismo democrático, pero no hay muchos elementos que permitan tener optimismo sobre el particular. El registro de los sindicatos por obra y gracia de la Secretaría del Trabajo y la toma de nota de sus mesas directivas volverá a ser una de las características naturales de la política laboral. Eso, sin considerar el control de las huelgas en el que siempre esté presente el conservadurismo de Venustiano Carranza, expresado dramáticamente en su ley de julio de 1916.

¿Hay alguna esperanza de que las cosas no sean así?

Creo que la presencia numerosa del PRD en el Congreso podrá ayudar a que no sea tan fácil mantener la política conservadora, pese al riesgo de que se dé una probable alianza del PRI con el PAN, que si no se presenta hará todo mucho más difícil.

Habrá que ver cómo se integra el gabinete de Peña Nieto. Los antecedentes de su paso por el gobierno del estado de México no dan muchas esperanzas. La elección del secretario del Trabajo será un dato importante.

Lo cierto es que sí hay que reformar la Ley Federal del Trabajo. Claro está que eso, ahora, tiene mucho de utópico. Porque suprimir la dependencia de las juntas de conciliación y arbitraje de los poderes ejecutivos no es algo que pueda verse con optimismo. El cambio absurdo de la presidencia en el Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje, mandando al archivo al excelente presidente que fue Alfredo Farid Barquet y poniendo en su lugar al subsecretario de Javier Lozano, no parece buena noticia.

Veremos qué pasa. No falta mucho para que las cosas se definan. Ojalá que el PRI se acuerde del espíritu social de nuestra Constitución. Pero tengo mis dudas.