s difícil pensar en un lugar que ofrezca por sí solo todos los gozos que puede proporcionar la cultura: artes plásticas, música, literatura, ópera, danza, teatro y de pilón comida sabrosa. Aquí. en la puerta de entrada al Centro Histórico lo tenemos: el Palacio de Bellas Artes. Es la joya del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) que, desde su creación en 1946, ha buscado promover las bellas artes en sus diversas manifestaciones. Su labor incluye la educación e investigación artísticas, y la preservación y conservación de nuestro patrimonio artístico.
Son innumerables los programas y servicios que ofrece en muchos ámbitos que incluyen escuelas, teatros, museos, galerías y centros de investigación. Su actual directora, Teresa Vicencio, quien combina talento y sencillez, le ha imprimido gran impulso a los distintos programas y ha apoyado la restauración de la infraestructura, entre otras la de los museos que muchos de ellos requerían con urgencia.
El Palacio de Bellas Artes fue objeto de una profunda renovación que comenzó el gobierno anterior y fue muy polémica. Lo que sí podemos decir es que actualmente la acústica y la visión son mejores y los asientos más cómodos. Recientemente lo comprobamos en una función de la ópera La Traviata, en una puesta muy contemporánea. Me gusta llegar con tiempo a mi lugar para deleitarme con el telón de cristal que es una pieza única en el mundo. Lo mandó hacer Adamo Boari, el arquitecto italiano que diseñó el palacio. Se inspiró en una pintura del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl que decoraba Palacio Nacional y seguramente de la visión en vivo, ya que en esa época se podían apreciar desde cualquier parte de la ciudad.
Además de muy bello es una obra de arte que no sería posible realizar el día de hoy, ya que contiene metales preciosos incosteables en la actualidad. Lo realizó a inicios del siglo XX la afamada Casa Tiffany de Nueva York, que mandó al artista Harry Stoner para que viera los volcanes y pudiera plasmar fielmente la idea. El telón se conformó con 206 tableros recubiertos con cerca de un millón de piezas de cristal opalescente y pesa alrededor de 27 toneladas. En esa época solían ser frecuentes los incendios en los foros de los teatros, mismos que con facilidad se extendían a la sala donde se encontraba el público. Para protegerlo, se colocó un armazón de acero con doble pared con un recubrimiento de lámina en la cara que da al foro; hacia la sala, el bello recubrimiento de cristal colocado sobre concreto. Así, la colosal obra de arte es también un escudo antiincendios que protege a los espectadores.
Esa obra fue de lo poco que terminó Boari del interior, ya que como hemos dicho anteriormente, la obra se interrumpió por la Revolución y sólo quedó completo el exterior con formas art-noveau. La obra se retomó hasta la década de los 30 del pasado siglo, con un proyecto totalmente diferente que diseñó el arquitecto mexicano Federico Mariscal. La nueva propuesta contempló utilizar exclusivamente mármoles mexicanos (el exterior es de mármol italiano de Carrara) y realizarlo en estilo art-decó, que se prestaba para una decoración con formas prehispánicas.
Todo esto lo volveremos a gozar este domingo a las 17 horas; vamos a escuchar a la flautista Elena Durán, acompañada por el pianista Fernando Carmona, en la sala Manuel M. Ponce. Antes daremos un vistazo a la tienda y a la librería y a buen tiempo nos sentamos a comer en el restaurante del palacio, admirando su soberbia arquitectura y los murales de Tamayo que adornan el segundo piso.
Como siempre Luis Bello Morín nos tiene sorpresas que enriquecen la rica carta habitual. Ahora ofrece unos gnocchis de espinaca, brocheta de salmón al tamarindo y chile relleno de atún ahumado. A sus clásicos emparedados de roast beef, jamón serrano y demás delicatessen
, ahora agrega una hamburguesa asada, de filete y lomo de res muy sabrosa. Postre: ¿pastel de zanahoria, de elote o Tarte tatin
?
