os procesos electorales resuelven para cada periodo presidencial la combinación entre mercados privados e intervención estatal. La disputa política es, a final de cuentas, entre más o menos políticas públicas, junto con más o menos regulación. Lo resuelven en todos los países en los que la decisión electoral está verdaderamente en manos de los ciudadanos. Resuelven también debates fundamentales sobre el papel del Estado; el diseño de programas sociales esenciales, como la salud, la educación, la seguridad social; el alcance de sistemas tributarios que se proponen promover la eficiencia económica, incorporando consideraciones básicas sobre la justicia.
Esto ha ocurrido permanentemente. En la elección estadunidense se discutía, además, el contenido de la política monetaria. Romney se comprometió, en caso de resultar ganador en las elecciones, a no renovar en 2014 el mandato de Bernanke, presidente de la Fed, el banco central de ese país. Obama, por su parte, no se pronunció al respecto, pese a que fue empujado por su contrincante a hacerlo, lo que equivale a apoyar la gestión de Bernanke.
La Fed, como casi todos los bancos centrales del mundo, es una entidad del estado autónoma, es decir, no responde a las órdenes de los poderes electos, ni al Ejecutivo, ni tampoco al Legislativo. Tiene la capacidad de imprimir dólares para tratar de impulsar la dinámica económica y la generación de empleo, sin considerar para ello la opinión de los senadores, de los representantes, ni del presidente mismo. De eso trata la autonomía del banco central.
Sin embargo, los presidentes de Estados Unidos del país pueden influir en las decisiones de política monetaria a través del nombramiento del presidente del banco central. El procedimiento para este nombramiento recoge la propuesta presidencial, que deberá contar con la ratificación de la Cámara de Senadores. Las personas nombradas, evidentemente, no son inmunes a influencias teóricas y de experiencia política, como se prueba con la gestión del propio Bernanke, quien en sus épocas de profesor universitario estudió detalladamente la crisis de 1929 (ver sus Essays on the Great Depression), así como la experiencia japonesa de la década de los noventa del siglo pasado (ver su importante artículo Japanese Monetary policy: a case of self-induced paralysis?”).
De este trabajo intelectual se han derivado medidas audaces de política monetaria. Frente al estallido de la burbuja inmobiliaria, respondió inicialmente con medidas convencionales para inyectar liquidez al sistema, luego ante el agravamiento de la crisis fue reduciendo la tasa de interés hasta llegar a su límite realmente mínimo: entre 0 y 0.25 por ciento. La medida buscaba impulsar la inversión abaratando el costo del dinero, como una forma de estimular la economía. La recesión efectivamente se resolvió, pero la recuperación ha sido lenta y la generación de nuevos empleos no ha logrado recuperar los millones de puestos de trabajos perdidos por la crisis.
Dada su responsabilidad en lograr el máximo nivel posible de empleo Bernanke planteó acciones novedosas que se conocieron como relajación cuantitativa, que simplemente quiere decir que la Fed imprime dólares para comprar valores financieros de diverso tipo. Se trata, en el fondo, del reconocimiento de la responsabilidad de esta entidad estatal en lograr objetivos cruciales sobre inflación y empleo que combinan metas económicas y sociales.
Esta capacidad de intervención económica del Estado haciendo uso de los instrumentos de los que dispone es la que Romney quería eliminar, proponiendo para dirigir la Fed en 2014 a un economista que se limitara a actuar ortodoxamente y, en consecuencia, aceptara que el banco central tuviera una posición neutral frente a una dinámica económica claramente insuficiente para recuperar el nivel de empleo deseado. Se proponía reducir la capacidad estatal para actuar a favor del bien común, dejando que los mercados resolvieran. Por fortuna Romney perdió. Bernanke seguirá dirigiendo el Sistema de la Reserva Federal. Habrá más Estado, más políticas públicas.