s la segunda vez, si no me equivoco, que el equipo de Estípte, AC, formado por el director Mauricio Jiménez, la actriz Diana Fidelia y el actor Tomás Rojas indaga acerca de las posibilidades del mal. Con Otra vuelta de tuerca, la adaptación que Jeffrey Atcher realizó de la conocida noveleta de Henry James, se planteaban oscuras posibilidades de insania o de existencias fantasmales y con Prueba de fuego, de la autoría del propio Mauricio Jiménez y con Diana Fidelia y Tomás Rojas doblando los diferentes papeles, reconocemos la terrible realidad del mal representado por un injusto sistema de represión, lo que conlleva a la tortura física infligida con toda alevosía en un cuerpo indefenso y también al dolor anímico ante la pérdida de los seres queridos. Texto y montaje podrían referirse a la época de la guerra sucia –con el que el dramaturgo llama activista
en el programa de mano y en escena aparece con imagen de guerrillero latinoamericano o miembro del Ejército Zapatista de Liberación Nacional– si no fuera porque la lucha de unos y la brutalidad ejercida por otros han prevalecido a lo largo de los años, lo mismo la impunidad con la que se protege a muchos miembros de la soldadesca. Lo que los politicólogos llaman el tejido social queda roto, además, por lo que puede ser la queja ante un aborto producido por los tratos despiadados o ante el secuestro de los hijos pequeños que remite a lo más cruel del pinochetismo, con lo que tiempos y lugares se confunden en un retrato de la perversión de nuestra época en este texto un tanto ambivalente.
La metáfora general se rompe ante el grito contra el presidente –que no puede ser otro que Felipe Calderón– y su estúpida guerra contra el narcotráfico que emite casi, al final, la torturada que yace en medio de la nada simbolizada por un desierto de arena con algunos troncos resecos, según el diseño escenográfico del también iluminador Fernando Flores. El manejo del lenguaje también juega importante papel, muy poético y en la escena inicial en que la esposa pide al fotógrafo que no se marche usando la palabra como un elemento seductor y disuasivo, e igualmente en los soliloquios del fotógrafo (“Arriesgar la vida al ver, ver con ojos de buitre, criar ojos que devoren cuervos…”) con que expresa como misión vital llegar hasta el fondo del dolor y plasmarlo. Esa forma poética contrasta con la rudeza de lo que se narra y ofrece un hálito de abstracción a todo lo que se cuenta acorde al paisaje en que se desenvuelve; también existe contraste en la manera fría y lejana en que el fotógrafo habla a su esposa, con la ternura con que el guerrillero se dirige a su compañera ante la idea de tener un hijo. El fotógrafo enajenado por su obsesión termina por reconocer que la foto es un reflejo de algo que ya estaba en su interior, por lo que pone fin a su existencia con una prueba de fuego –de allí el título– liberadora.
La dirección de Mauricio Jiménez hace hincapié en la música nostálgica de Ari Brickman que da constancia de la pérdida de los días felices ante el horror que se llega a conocer. Además de un trazo que abarca todo el escenario sin regodearse en los momentos de tortura, antes bien, ocultando en muchos momentos el cuerpo de la mujer detrás de algún tronco y el trabajo con la actriz y el actor es excelente, llevándolos de un personaje a otro, a lo que en algo contribuye el vestuario diseñado por Teresa Alvarado. Tomás Rojas está muy bien en sus tres roles, pero destaca Diana Fidelia, quizás porque el personaje de la torturada tiene más posibilidades actorales en esta escenificación –que incluye el texto– en que se dicen muchas cosas en muy breve tiempo.
Resulta muy gratificante que un teatrista tan talentoso como es Mauricio Jiménez haga que regrese el teatro social y político a nuestros escenarios, como antes lo hiciera David Olguín con varias obras, sin que se caiga en el panfletismo de los menos dotados. En algún espectador despertará conciencia de lo que nos está ocurriendo y posiblemente lo aleje de prácticas lastimosas por huecas y tontas como los desfiles de zombies y otras que enajenan a muchos y muchas jóvenes en contraste con el despertar de otros que buscan un cambio.