El pasillo de honor
Cinco puntos en la disfuncional cumbre del G-20 en Buenos Aires, según Breitbart
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Después de la marcha, ¿qué blindar? // Un cuarto de siglo de taurineo y desaseo
La grandeza de AMLO ilumina el firmamento
a grandeza de Andrés Manuel López Obrador, que alcanza alturas planetarias como dirigente y como estadista, como ser humano y como ciudadano, viene a iluminar de nuevo el firmamento de la nación, tras esta larga noche neoliberal.
unas horas de que se consume el cambio en el poder presidencial, me atrevo a bordar sobre unas cuantas y pequeñas cosas:
yer sábado dio inicio el nuevo periodo del gobierno federal. Aquí menciono casos que hemos expuesto como deseables.
os héroes preferidos de Andrés Manuel López Obrador son Benito Juárez y Francisco I. Madero. El primero es recordado por su lucha contra los conservadores, la Iglesia y el Imperio impuesto por Napoleón III. El segundo, por haber iniciado la insurrección contra el intento releccionista de Porfirio Díaz.
uando se eligió presidente, el capitán del ejército Jair Bolsonaro prometió reducir a 15 los 29 ministerios que heredará de Michel Temer. Luego dijo que serían 17. Esta semana nombró al vigésimo ministro e insinuó que podría crear otros tres.
uiénes son los acreedores de los casi 70 mil billones (una vez más, miles de millones) que deben hogares, gobierno, organismos no financieros y entidades financieras de nuestros vecinos? Dicho en buen romance: ¿quiénes han soportado
y permiten
que los estadunidenses deban hoy casi cuatro veces su producto anual? Vayamos por partes.
os cronistas en Ciudad de México tienen una larga historia que comienza con los textos que escribieron en su lenguaje pictográfico los antiguos mexicanos. Después de la Conquista, a mediados del siglo XVI, se nombró al primer cronista oficial de la capital de la Nueva España: Francisco Cervantes de Salazar.
n homenaje a Ida Vitale, ante todo registro cómo me simpatizó desde el día que la conocí, a mediados de la década de 1970, en el Seminario para Problemas de la Traducción, en el que las dos fuimos profesoras en El Colegio de México, que se desarrollaba en la calle de Guanajuato, en la colonia Roma. También quiero decir que, a pesar de la distancia intelectual y cultural entre nosotras, sé que la misma simpatía que ella despertó en mí a primera vista, la desperté yo en ella. Si desde aquellos principios yo pude apreciar las cualidades ya reconocidas de Ida, como una poeta, ensayista, traductora y maestra hecha y derecha, no temo declarar, porque sé que es verdad, que ella mostró aprecio por las mías, que eran apenas las de una escritora, traductora y profesora aprendiz. Si era natural que yo celebrara sus intervenciones en las sesiones del Seminario, era inusual que ella celebrara las mías, que no pasaban de ser tanteos, vacilantes.