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El barón Wenckheim vuelve a casa
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▲ Portada del libro, publicado por el sello Acantilado
 
Periódico La Jornada
Domingo 12 de octubre de 2025, p. a12

En El barón Wenckheim vuelve a casa, del escritor húngaro László Krasznahorkai, reconocido con el Nobel de Literatura 2025 por “su obra convincente y visionaria que explora el terror apocalíptico”, Béla Wenckheim regresa a Hungría tras años en Argentina con la esperanza de rencontrarse con un amor de adolescencia. Su llegada desata rumores y malentendidos que involucran a todo el pueblo, incluidos políticos y periodistas. La novela, coral y apocalíptica, ha sido considerada una obra maestra de la narrativa europea contemporánea. Con autorización del sello Acantilado, publicamos un fragmento del libro

Traducción Adan Kovacsics

Trrr… Voy a acabar contigo, mandamás

No quería acercarse a la ventana, se limitaba a mirarla desde una respetuosa distancia como si así se resguardara, como si esos pocos pasos lo protegieran, pero desde luego la miraba, es más, para ser exactos, no le quitaba la vista de encima, y de esa manera trataba de filtrar entre los llamados ruidos entrantes lo que ocurría allá fuera, aunque por desgracia no se producían ruidos entrantes, de modo que sólo pudo constatar que reinaba el más absoluto silencio, desde hacía bastante tiempo para colmo, y de hecho, después de lo ocurrido el día anterior, ni siquiera hacía falta acercarse a la ventana, volver allí, retirar la placa de poliestireno y mirar hacia fuera por el hueco que así se abría, pues tal como estaba tampoco resultaba difícil deducir, o sea, saber, a pesar de que la placa de poliestireno ocultaba cuanto ocurría en el exterior, saber perfectamente que la muchacha no se había largado aún, seguía allí frente a la choza, a unos veinte o treinta metros, de modo que, dijo para sus adentros, “yo allí no vuelvo ahora, yo no miro afuera”, y así sucedió en efecto durante un rato, se mantuvo a una distancia prudente de la ventana, aguzando el oído, protegido por la placa de poliestireno, y desde esa protección iba diciendo, ya no sólo para sus adentros, ya no sólo dentro de su cerebro, sino a media voz, que sería inútil retirar en esos momentos la placa, que de todas formas lo recibiría el mismo espectáculo, o sea, que no tenía ningún sentido, dijo sacudiendo la cabeza, tal vez consciente ya de que pese a todo no tardaría en retirarla, qué iba a hacer, claro, estaba confundido, ya desde la tarde anterior, a las 17:03 h, esto es, desde que empezó a anochecer, había confiado en que a esa hora todo hubiera terminado, pero no fue así, puesto que llegó la noche y llegó luego la mañana y cada vez que desencajaba ligeramente la placa, en el momento mismo de hacerlo, ya no le cabía la menor duda de que tan pronto como mirara por el resquicio vería lo mismo, vería a la muchacha darse cuenta allá fuera de que la placa de poliestireno se movía en lo que él llamaba la “ventana”, o sea, ella veía a su padre y dibujaba entonces una mueca de desprecio con la boca y enseguida levantaba el maldito cartel, y al cabo de unos instantes aparecía en sus labios cierta sonrisa que hacía que un escalofrío le recorriera a él la espalda, puesto que esa sonrisa le comunicaba que estaba destinado a la derrota, de manera que durante un rato se concentró desde su segura barrera en lo que había allá fuera, pero después ya no aguantó, y como no se filtraba ningún ruido, volvió a retirar del hueco, ligeramente, la placa de poliestireno, pero enseguida volvió a ponerla, ya que le bastó un solo instante para comprender la situación, por lo que, no por primera vez desde que había comenzado aquel teatro, le empezaron a temblar las manos por el nerviosismo hasta tal punto que pequeños fragmentos de poliestireno se desprendieron de la placa mientras trataba de encajarla de nuevo en la abertura, pero no podía controlar las manos, las veía temblar, lo cual le provocó un repentino acceso de cólera que lo puso aún más nervioso, ya que estaba seguro de que en ese estado de repentina cólera no podía tomar las decisiones adecuadas, y eso que debía tomarlas, y empezó a decir para sus adentros, de nuevo a media voz, “venga, tranquilízate, venga, a ver si por fin te tranquilizas”, y hasta cierto punto lo consiguió, de manera que sólo quedó el nerviosismo, lo cual lo animó un tanto, pues comprobó que, si bien no se había desvanecido el nerviosismo, sí había desaparecido la repentina cólera, de manera que pudo volver a plantear la pregunta de por qué ocurría allá fuera lo que ocurría, ya que por supuesto había captado que algo estaba ocurriendo, nada nuevo desde luego, a pesar de que le costaba cada vez más dominarse, notaba que la cólera repentina estaba a punto de volver a adueñarse de él, de modo que habría deseado gritarles que se largaran antes de que fuera demasiado tarde, que se largaran todos, la muchacha, el equipo de la televisión local y los periodistas locales que ella había logrado atraer hacia allí, que ahuecaran el ala mientras podían, pero no les gritó, de modo que ellos tampoco se marcharon, no se largaron, no se fue, en primer lugar, la muchacha, que en ningún momento abandonó su “posición”, contrariamente a los periodistas, que de vez en cuando desaparecían, fuese para mear, para calentarse un poco y también, imaginó él, para dormir durante la noche y regresar, aunque fuese en un número más reducido, al amanecer, pero ella NO, la muchacha se quedó, daba la impresión de que todo su ser, clavado en un punto desde el que podía ver perfectamente si en la ventana de la choza se producía el más mínimo movimiento, comunicaba que ella no se apartaría de allí hasta no recibir de “ese cabrón” lo que, tal como había manifestado en su primera entrevista en el lugar, le debía desde el día de su nacimiento, lo cual, desde el punto de vista del Profesor, era un total absurdo, pues él no debía nada a nadie y menos aún a esa malcriada cuya concepción, nacimiento y posterior permanencia en el mundo atribuía no sólo a un truco barato del mal, sino también a su propia irresponsabilidad, a su descuido e imperdonable ingenuidad, a su infinito egoísmo y vanidad, esto es, a su estupidez innata, cuya consecuencia, puesto que para colmo jamás la había visto ni en fotografías ni con sus propios ojos y, además, ya casi ni la recordaba, de hecho, deseoso de expresar la esencia del asunto de manera más sincera, eso fue lo que hizo y la expresó de manera más sincera asegurando para sus adentros que en el fondo no recordaba en absoluto que tuviera una hija espuria, como suele decirse, la había olvidado o, para ser preciso, había aprendido a no pensar en ella en la medida de lo posible, el tiempo, cuando “desde ese lado” lo dejaban en paz por unos años, como había ocurrido también últimamente, se había encargado de borrarla de su cabeza como, en general, todo su pasado, y puesto que llevaban bastantes años sin molestarlo, tenía ya la sensación de haberse liberado, hasta la tarde de ayer, cuando de la nada, de forma inopinada, esa muchacha se presentó de pronto y con un megáfono en la mano le gritó eso de “soy tu hija, gusano de mierda” y “ahora la vas a pagar”, y levantó luego un cartel y no le cabía la menor duda de que ese “pequeño monstruo” surgido inesperadamente de la nada ya lo había planeado todo con mucha antelación, pues había conseguido (¿o llevaba siempre consigo?) una trompa de ese tipo y había montado un cartel y había convencido a la prensa local de que la acompañara y había llegado con ellos, de modo que era evidente que sabía muy bien lo que hacía y precisamente por eso lo asustó de entrada, pues lo obligó a preguntarse si había vuelto a olvidar algo, algo que debía saber pero no sabía, ya que no le venía a la mente, sin ese detalle todo carecía de sentido, porque qué carajo quería ella después de tantos años, esto es, después de exactamente diecinueve años, trataba de acordarse, pero no lo conseguía, su práctica en ese ámbito había progresado mucho, de modo que ya era incapaz de recordar, sobre todo de recordar a largo plazo, lo cual en ese momento le pareció peligroso, ya que si no recordaba debidamente tampoco sería capaz de defenderse, se esforzaba por adivinar qué estaba ocurriendo, por qué era todo tan incomprensible, pues nada sucedía como era de esperar, esa “muchacha”, por ejemplo, no llamó a la puerta de su choza para decirle a la cara lo que quería, sino que “se dirigió directamente a su objetivo”, lo había planeado todo de antemano, la idea era montar de entrada un gran circo, esto es, manifestarse y atraer al populacho porque, claro, de qué servía una manifestación sin la presencia del populacho, pues nada, o sea, desde el punto de vista de la muchacha, estaba todo calculado, pensado y planeado, todo el programa, su trascurso y su coreografía, mientras que a él todo le resultaba confuso, el inicio, el día anterior a las 12:27 h, y también ahora, allí en medio de los acontecimientos, de manera que por un lado estaban su confusión e incomprensión, así como la repentina rabia, y por otro la estrategia a todas luces perfectamente hilada por alguien a quien él no conocía en absoluto, una estrategia de la cual hasta el momento sólo daba a entender que existía, que la tenía, que había venido con ella, porque efectivamente daba la impresión de que todo lo ponía en práctica paso a paso, a pequeños escalones levantados de forma jerarquizada, y ahí estaba ese comienzo que había preparado de antemano para las 12 :27 h del día anterior de tal manera que enseguida la rodearan los periodistas y los hombres de los dos equipos de televisión cuando se presentó ante él en el llamado Zarzal, que era como los habitantes del lugar llamaban con sorna al territorio situado al norte de la ciudad, una zona casi inaccesible y abandonada a su suerte, evidentemente quería que enseguida hubiera testigos para apuntar y registrar cómo se ponía ella a gritar con la trompa o el megáfono o lo que fuera aquello de “sal de allí, cabrón”, mientras el tal “cabrón” no entendía lo que se quería de él, al principio no comprendía nada de nada, ni siquiera sabía quién era esa persona, quiénes eran esos hombres, qué gritaban y qué querían, sólo más tarde comenzó a intuir quién era ella y quiénes eran ellos y que esa muchacha deseaba con ahínco algo de lo que al principio solamente atinó a imaginar, claro, qué va a querer, lo de siempre, claro que sí, aunque antes no lo hiciera personalmente, o sea, dinero, porque de eso habló, además, en su segunda entrevista matutina, aunque de una forma muy opaca, mediante veladas alusiones, pero el problema era que todo parecía demasiado serio y sobredimensionado, demasiado inquietante parecía la determinación con que lo atacaba, porque de eso se trataba, de un ataque, no se podía expresar de otro modo, de manera que así lo expresó el Profesor, que se sentía víctima de una ofensiva por sorpresa, y ya empezó a sospechar que esta vez quizá, lo cual era aún más inquietante, el tema central no fuera el dinero, allí en la choza tuvo que llegar a la conclusión de que todo ese jaleo no se debía a la intención de “exigir las decenas de miles que le debía por la manutención”, tal como había ocurrido en los últimos diecinueve años, cantidades, por cierto, que él de ninguna manera podría satisfacer, lo cual debía de ser conocido por la muchacha si se había interesado por su situación, y sin duda se había interesado, porque de lo contrario no habría sabido cómo y dónde encontrarlo, o sea que noooo...