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Laura Itzel Castillo
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ara Heberto Castillo, tener una hija única como Laura Itzel, debió ser una gloria como fue tener a una esposa fuera de serie, como María Teresa Juárez Carranza. La familia de cuatro hijos (una sola mujer) vivía en la colonia Romero de Terreros, muy cerca de la avenida Miguel Ángel de Quevedo, y recuerdo que llevaba a mis hijos a un parquecito y les enseñaba: “Miren, aquí vive un héroe que escapó corriendo por las piedras de El Pedregal”. Guillermo Haro visitaba a Eli de Gortari y, por tanto, veía yo al “ingeniero” impresionadísima por su entereza y su sonrisa de preso que no se quejaba y sonreía desde su celda en El Redondel, donde encerraron a varios presos políticos en Lecumberri. El ingeniero era superpopular y recibía con abrazos y sonrisas a visitantes en su celda al lado de la de Manuel Marcué Pardiñas, quién sufría ataques de epilepsia y era también valientísimo. Siempre me llamó la atención que la esposa de Heberto sonriera en todo momento, como para dar valor a la humanidad doliente. La verdad, la pareja Tere y Heberto Castillo, con sus cuatro hijos, me pareció admirable, y que Tere no dejara de sonreír, a diferencia de otros, me la convirtió en un ser de otro planeta.

Ahora pregunto a Laura Itzel, su hija, hoy presidenta del Senado, si la persecución contra su padre marcó su niñez y la de sus hermanos, y le cuento de mi asombro ante la entereza de su mamá.

–Desde luego que mi mamá tenía una fortaleza increíble, porque frente a toda la adversidad y con cuatro niños, enfrentar la situación era realmente difícil. Además, mi padre, ingeniero, nos mantenía con sus obras, trabajaba mucho, era muy reconocido; se hablaba de sus cubiertas de tridilosa. Él patentó esa estructura tridimensional que combina concreto y acero, y los hace trabajar juntos de manera excepcional, porque se ahorra mucho con ellas.

“Cuando Luis Echeverría Álvarez, entonces Presidente, le quitó la patente en el momento de su detención, también puso en grandes aprietos a la familia, porque la explotación de la tridilosa nos servía para vivir.

“Mi mamá regresó a trabajar de maestra. Por eso digo (Laura sonríe) que por un lado aprehendieron a mi papá y por otro liberaron a mi mamá, porque tuvo que trabajar. Éramos una familia tradicional de acuerdo con los estereotipos, ya que mi mamá era la mujer de la casa y mi papá el proveedor. Mamá era la de los cuidados, aunque era normalista y gran estudiosa de la historia de México. Cuando aprehendieron a mi papá, mamá se convirtió en el sustento de la familia. Fue un momento muy difícil, sobre todo cuando papá huyó por El Pedregal y estuvo escondido durante nueve meses, viviendo a salto de mata y a salto de rocas y a salto de bardas para escapar de Gustavo Díaz Ordaz. Se la pasó escapando durante un largo tiempo a partir de que trataron de aprehenderlo en la puerta de la casa, a raíz de la manifestación de agosto de 1968…

“Vivíamos en la colonia Romero de Terreros, un verdadero pedregal que mi padre atravesó para llegar a la Facultad de Veterinaria en Ciudad Universitaria (CU), donde lo encontraron muy lastimado unos muchachos, que lo llevaron a Medicina muy golpeado, porque cayó varias veces en las rocas hasta que por fin logró entrar a CU. Ahí dio el Grito de septiembre de 1968, en CU; ya estaba recuperado, aunque lo tuvieron que intervenir quirúrgicamente por la golpiza de los agentes. Logró escapar gracias a que Adelita Castillejos se colgó del agente de seguridad, lo rasguñó y le jaló el cabello.

“A mi papá le pegaron con un objeto llamado bóxer, un fierro que se pone en el puño. Mi hermano mayor tenía en ese momento 13 años, tomó la pistola de mi papá del clóset y salió a tirar balazos. Todos estábamos gritando y mi papá pudo huir. También estaban Toño Tenorio y Fausto Trejo, profesores que se reunían con él en lo del Movimiento de Liberación Nacional (MLN). Mi papá participó en el programa de televisión Antologías, de Jorge Saldaña, en el Canal Once, y ésa entrevista detonó el coraje de Gustavo Díaz Ordaz.

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▲ Laura Itzel Castillo, actual presidenta del Senado de la República, es una de los cuatro hijos del ingeniero Heberto Castillo.Foto Yazmín Ortega Cortés

“Su Grito de Independencia en CU también lo enfureció. Díaz Ordaz le puso el apodo de El Presidentito, lo acusó de usurpación de funciones; tengo la grabación del Grito de mi padre, porque me la entregó en un disco una mujer en un mitin. Se oyen los cláxons en medio del barullo estudiantil y luego, muy, muy emocionante, el Grito de nuestra independencia en voz de mi papá.

“Al dar el Grito, Heberto habló obviamente de lo importante de la libertad que dieron los héroes de nuestra patria. Fue muy impresionante, y nosotros lo vivimos, yo tenía 9 años, y mis hermanos 11, 12 y 13. Fuimos cuatro hermanos. Uno ya falleció, el veterinario especialista en genética. Le pusieron una vacuna, se iba a ir a África; la vacuna le hizo reacción y murió; se llamaba Heberto. Quedamos Javier, Héctor y yo, la única mujer. Antonio Heberto tiene dos nombres. Nos fuimos a Cuernavaca donde mi mamá mostró su fortaleza, porque decía que estaba huyendo o escondiéndose de su marido que la golpeaba, que su caso era de violencia intrafamiliar: un marido golpeador. Nos cambiamos el apellido. A mi hermano le quitamos el Heberto y le dijimos Antonio. Una vez, mi mamá lo regañó con su nombre completo frente a los niños de la colonia donde nos escondimos. Es muy complicado andar en la clandestinidad, mi papá se la pasó sin saber en muchos momentos lo que nos pasaba. Logró escapar de nuevo cuando el Ejército entró a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero en esa época se la vivió todo golpeado, porque tuvo que arrastrarse entre las piedras; en la segunda ocasión llegó a casa de Emilio Krieger. Siempre contamos con la protección del general Lázaro Cárdenas, quien le dijo que se fuera del país. ‘Si lo agarran, lo van a matar’. De hecho, ese es el título del libro que tienes, Elena. ‘Yo no me puedo ir de mi país’, respondió a Cárdenas, porque él no podía abandonar la causa. Finalmente, lo agarraron y lo llevaron a Lecumberri, donde estuvo dos años. Todas esas vivencias me marcaron. Íbamos todos los domingos y a veces yo también acompañaba a mi mamá entre semana. Siempre fui muy apegada a mi papá. Yo era la consentida por ser la más chica y por ser mujer. A pesar de que era una cuestión de carácter tradicional, mi papá me apoyó para que estudiara, y siempre quise participar en política, aunque estudié arquitectura en la UNAM. Mi casa estaba muy cerca y nos íbamos caminando, pero en ésa época no había maestría, sino licenciatura y se llamaba Escuela Nacional de Arquitectura. Ahora es Facultad. Estudié en los años 70, lo que se llamaba “autogobierno”, posterior al mismo MLN, de mucha efervescencia, porque persistía el espíritu del movimiento estudiantil.

“En la escuela de autogobierno promovían la relación con organizaciones sociales y con la población, y trabajé en modelos de construcción de vivienda para ayudar a la gente; hice muchos levantamientos topográficos de viviendas. Empecé en el despacho con mi papá: Instituto de Investigaciones en Ingeniería y Arquitectura, y lo ayudé en hacer todos los procedimientos para las patentes de sus inventos.”